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Mundo de orden y de desorden

Hace tiempo que insisto en que siempre es útil estudiar el conflicto árabe-israelí, porque es la miniatura de una guerra de civilizaciones más amplia. ¿Y qué novedades hay en ese conflicto esta semana? Que el conflicto árabe-israelí se convirtió en símbolo de la división más relevante del mundo actual: la que separa al «mundo del orden» del «mundo del desorden».

Israel enfrenta a actores no estatales en ropas civiles, armados con cohetes y drones caseros, y anidados entre los civiles en sus cuatro fronteras: el Sinaí, Gaza, Líbano y Siria. Y lo más impresionante es que los mecanismos tradicionales para traer orden parecen ineficaces.

Israel, una minisuperpotencia, sigue apaleando a las organizaciones terroristas islámicas de Gaza con su moderna fuerza aérea, pero los militantes palestinos, reforzados con tecnología barata, vuelven una y otra vez con sus cohetes y hasta drones improvisados. Antes, hacía falta tener un contrato con la empresa Boeing para conseguir un drone. Ahora, se puede fabricar uno en Gaza.

¿Qué hacer? Para empezar, sería genial que las grandes potencias del mundo del orden - Estados Unidos, Rusia, China, Japón, India y la Unión Europea (UE) - colaboraran más para poner freno a la expansión del mundo del desorden. Eso es fundamental, pero las perspectivas son limitadas.

Actualmente, ninguna potencia quiere poner un pie en el mundo del desorden porque lo único que saca es una enorme factura a pagar. Y aunque lo hicieran, no alcanzaría.

En mi opinión, la única manera que tiene Israel para realmente cortar con la amenaza de los cohetes de Hamás es si los palestinos de Gaza piden que el fuego de esos cohetes se detenga. Por cierto que Israel tiene capacidad de infligirle suficientes daños a Hamás para imponer un cese del fuego, pero eso nunca dura.

La única manera sustentable es que Israel se asocie con los palestinos moderados de Cisjordania en la construcción de un Estado próspero en ese lugar, para que los palestinos de Gaza puedan despertar cada mañana y decirles a los nihilistas de Hamás: «Queremos lo mismo que tienen nuestros primos de Cisjordania». Los únicos controles sustentables son los que vienen desde adentro.

Es por eso que las tropas de Estados Unidos derrotaron a una versión previa del Estado Islámico en Irak y el Levante (EIIL), cuando los yihadistas casi tomaron por completo la provincia iraquí de Anbar, en 2006 y 2007.

Estados Unidos se asoció entonces con los líderes tribales sunnitas, que no quieren un islamismo puritano, ni que sus hijas sean obligadas a casarse con fundamentalistas, ni dejar de tomar whisky. Pero no sólo les dimos armas. También propiciamos un acuerdo entre esas tribus sunnitas y el primer ministro chiíta de Irak, Nouri al-Maliki, para que compartieran las armas, el poder y los mismos valores sobre el futuro de Irak. Con eso, se puso fin a los desordenes yihadistas en 2007.

¿Y qué hizo Al Maliki no bien salimos de Irak? Dejó de pagarles a las milicias tribales sunnitas y trató de encarcelar a los políticos moderados sunnitas.
En vez de construir sobre los cimientos de poder compartido que les dejamos, Al Maliki los dinamitó. Por eso, al EIIL le resultó tan fácil avanzar. Los sunnitas iraquíes no iban a luchar por el gobierno de Al Maliki. No hay confianza, no hay poder compartido y no hay orden.

Los colonos judíos de Israel hicieron todo lo posible por seguir construyendo asentamientos y socavar la confianza palestina de que Israel alguna vez acepte compartir el poder al punto de permitir que surja un Estado palestino en Cisjordania. Y los líderes palestinos de esa área, seculares moderados, las más de las veces muestran poca valentía para ceder en momentos de presión. Así que no existe una alternativa convincente en Cisjordania para el nihilismo de Hamás.

Israel, los palestinos moderados y Al Maliki, todos ellos desperdiciaron la tranquilidad de estos últimos pocos años. Y Al Maliki y los líderes de Israel siguen esgrimiendo la amenaza militar, que enfrentan de parte de los extremistas, en vez de reconstruir o reconsiderar alguna de las alternativas políticas que ellos mismos esquivaron. Con eso no van a lograr nada.

Patrick Doherty, autor del artículo «A New U.S. Grand Strategy» («La nueva gran estrategia de Estados Unidos»), en la revista Foreign Policy, argumenta que al observar las respuestas tradicionales de los líderes de Estados Unidos y otros países frente al mundo del desorden, se advierte que hay «muchos con ansias de controlar y entorpecer, y pocos con ganas de construir».

«Nuestros líderes se formaron en las tácticas de control de la Guerra Fría, así que no debería sorprendernos que estemos usando nuestro poder sólo para correr riesgos y preservar un tambaleante statu quo. Pero ahora necesitamos líderes constructores, con visión suficiente como para dar forma a un orden internacional sustentable y apoyar a los líderes regionales comprometidos con los mismos objetivos».

El control, señala Doherty, es por cierto mejor que el caos. Pero como hemos visto con los «controladores» que Estados Unidos suele favorecer en Egipto, Irak e Israel, la marca de ese control «es que tiende al estancamiento y los excesos, a medida que el poder se concentra para contrarrestar las fuerzas del caos».

Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com