La extensa red de organismos gubernamentales encargados de la «hasbará» israelí (esclarecimiento y difusión de la versión oficial) junto a miles de particulares e instituciones de las diásporas judías del mundo se movilizan para apoyar y defender al país en las confrontaciones mediáticas. Como era de esperar, la última escalada de violencia multiplicó estos esfuerzos.
Una de sus conocidas tácticas me trajo a la memoria una curiosa anécdota de mi niñez. A la edad de 9 años, en la escuela primaria, fui partícipe junto a mis compañeros de un acto de travesura infantil irresponsable: arrojamos al patio una andanada de piedras en protesta de algo que ni siquiera recuerdo.
Tratando de zafarme de cualquier castigo, aduje en mi defensa ante el director de la escuela que yo sólo había arrojado una piedra muy pequeña. La lección de valores humanos que me dio el director en esa oportunidad me quedó grabada para toda la vida. Así me dijo: «Es probable que quien arrojó una piedra grande causó mucho más daño que quien lanzó una pequeña, pero ambos son culpables de la misma infracción».
El creciente número de víctimas civiles inocentes junto a desgarradoras imágenes de la destrucción de Gaza como consecuencia de los bombardeos israelíes dio lugar a la aparición y difusión de declaraciones, informes escritos y filmaciones, todos con contundentes reprobaciones al accionar de Israel. El común denominador de todas estas críticas opiniones es considerar a Israel como responsable del uso desproporcionado de la fuerza y como consecuencia ser el causante y responsable de una masacre humana.
La masiva y apresurada respuesta de los defensores mediáticos de Israel, tanto oficiales como privados, se caracterizó, en general, por centrarse en un mismo motivo: desacreditar a los críticos desenfundando el argumento de la obsesión y el empecinamiento en culpar a Israel a la par que se desentienden de tragedias mucho peores en otras regiones. Las represalias que Israel se ve obligado a llevar a cabo son una insignificancia, una piedra chiquita, en relación con atrocidades que se cometen en otros conflictos del globo, principalmente en aquellos que se suceden en sociedad musulmanas.
Repasemos un ejemplo típico.
«Todos los enfrentamientos bélicos son horrendos, sin excepción. Pero cuando Israel es protagonista se produce una desproporcionada reacción en cadena en el mundo entero. Solamente en este último año, en diversas partes del mundo, han sido innumerables los asesinados: manifestantes en Venezuela, Turquía, Egipto y Libia, decenas de miles de sirios, (entre ellos miles de palestinos), han sido exterminados con armas químicas en Siria, comunidades enteras han sido masacradas en Afganistán y Sudán, en Irak, Pakistán y Nigeria se cuentan por cientos las víctimas de atentados terroristas y hubo un récord de ejecutados en la horca en Irán, acusados de delitos, como la homosexualidad. Ante todas estas atrocidades, sumado a conflictos como el de Ucrania y Rusia y otros muchos en el mundo, la respuesta es el silencio. ¿En qué se diferencia una víctima palestina que vive en Siria de otra que habita en la Franja de Gaza? ¿Cuál es la razón por la cual corren ríos de tinta defendiendo a los gazatíes pero a nadie le importa los sirios?» [1]
Tanto si el reclamo de los medios judíos tiene sustento objetivo en la realidad o no, la táctica de impugnar al adversario mediático basada en el síndrome de la piedra chica es de primordial importancia para mantener la cohesión interna de los ya convencidos, las colectividades judías en el mundo.
No se puede pretender de toda persona racional no vinculada emocionalmente al conflicto, es decir la mayoría del mundo, que escucha la argumentación de la piedra chica, que no llegue, con seguridad, a la conclusión que Israel es el responsable de una tragedia, salvo que hay otros que se suponen peores y más sanguinarios.
Ojalá me equivoque...
[1] «Gaza y la erupción del antisemitismo»; Dr. Gerardo Stuczynski; Aurora; 24.7.14.