¿La acción militar de Israel en Gaza es defendible desde un punto de vista moral? Existen diferentes respuestas posibles para esta pregunta. Algunas dependen de respuestas a interrogantes previos sobre la fundación del Estado de Israel, las circunstancias que llevaron a muchos palestinos a convertirse en refugiados y la responsabilidad por el fracaso de esfuerzos anteriores por alcanzar una solución pacífica. Pero dejemos de lado estas cuestiones - que ya fueron investigadas con mucha profundidad - y centrémonos en los asuntos morales planteados por el último estallido de hostilidades.
Lo que disparó de inmediato el conflicto actual fue el asesinato de tres adolescentes judíos en Hebrón, en Cisjordania. Israel culpó a Hamás y arrestó a cientos de sus miembros en dicho territorio.
El Gobierno israelí tal vez aprovechó esos asesinatos indignantes como un pretexto para provocar una respuesta de Hamás que le permitiera a Israel, a su vez, invadir y destruir los túneles que la organización terrorista cavó desde Gaza hasta Israel.
Aunque los líderes israelíes sostienen que la magnitud y la sofisticación de los túneles que descubrieron los tomaron por sorpresa, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) informaron al Gobierno sobre los túneles hace más de un año, y el Ejecutivo creó una fuerza de operaciones especial para evaluar qué hacer con ellos.
Hamás respondió a los arrestos en Cisjordania con una descarga de cohetes que alcanzaron Tel Aviv y Jerusalén, aunque sin causar heridos. Israel luego comenzó sus ataques aéreos, seguidos de una invasión terrestre. Más de 1.800 palestinos murieron como consecuencia de los ataques aéreos y terrestres israelíes. Tres civiles israelíes fueron asesinados por fuego de cohetes o morteros desde Gaza, y 64 soldados israelíes perdieron la vida desde que comenzó la invasión terrestre.
Al disparar cohetes a Israel, Hamás invitó a una respuesta militar. Un país que es víctima de ataques con cohetes desde el otro lado de la frontera tiene derecho a defenderse, aun si se pudiera inferir que sus propias acciones provocaron los ataques, y los ataques en sí tengan una eficacia relativa. Pero un derecho de autodefensa no significa el derecho a hacer cualquier cosa que se pueda interpretar como un acto defensivo, sin importar el costo para los civiles.
A pesar de los reclamos en algunos medios israelíes de que debería bombardearse a Gaza «hasta que regresara a la edad de piedra», el Gobierno israelí aceptó que eso sería un error. Israel tomó medidas para minimizar las bajas civiles al advertirles a los palestinos que evacúen zonas que iban a ser atacadas.
Hamás, por el contrario, no manifestó ningún interés en evitar las bajas civiles, tanto en Israel como en Gaza. El único objetivo de disparar cohetes a ciudades israelíes es causar bajas civiles, y el hecho de que los cohetes no hayan logrado ese objetivo en gran medida se debe a su imprecisión, al sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro y quizás a un poco de suerte.
La estrategia de Hamás de lanzar cohetes desde zonas residenciales y almacenarlos en escuelas refleja claramente la voluntad de sus líderes de poner a los civiles palestinos en riesgo para enfrentar a Israel a la lúgubre elección entre matar a civiles o permitir que los ataques con cohetes continúen.
Así las cosas, a pesar de cuáles podrían ser las objeciones morales que se les puedan hacer a las acciones de Israel en el último mes, existen objeciones aún más serias para los actos de Hamás. A diferencia de episodios anteriores, países árabes como Egipto, Jordania y Arabia Saudita moderaron sus críticas hacia Israel, aunque tal vez no tanto por razones morales como porque consideran al islam militante como una amenaza mucho mayor que Israel en sus propios regímenes.
Sin embargo, decir que las acciones de Israel son menos equivocadas que las de Hamás no es decir mucho. Israel tiene objetivos militares legítimos en Gaza: frenar los cohetes y destruir los túneles. Debería perseguir estos objetivos y, al mismo tiempo, demostrar la máxima preocupación por los civiles atrapados de Gaza.
En un artículo reciente, Fania Oz-Salzberger, (hija del escritor Amós Oz) mientras escribía desde Tel Aviv al tiempo que se interceptaban cohetes sobre su cabeza, instó al Gobierno a enviar suministros médicos a los pueblos de Gaza. Desde entonces, las FDI instalaron un hospital de campaña en la frontera con Gaza para tratar a los palestinos heridos.
Ese es un paso positivo, pero se ve superado por las repetidas instancias de ataques aéreos y bombardeos israelíes que parecen haber matado innecesariamente a civiles, desde los cuatro niños que murieron en una playa hasta los 20 palestinos civiles asesinados mientras estaban refugiados en una escuela de la ONU. Estos incidentes recuerdan las pasadas operaciones de la OTAN en Afganistán, en las que existía una preocupación menor por salvaguardar las vidas de los civiles locales de la que habría existido si hubieran estado en riesgo las vidas de las tropas de la OTAN, o sus compatriotas civiles.
Algunos se encogerán de hombros y dirán: «la guerra es el infierno». Pero entre los extremos insostenibles del pacifismo y la exaltación de la guerra a algo más allá de la moralidad, existe un terreno medio que intenta minimizar el mal incuestionable de la guerra.
Podemos reconocer que Israel hizo esfuerzos en ese sentido, pero también es nuestro deber decir: no los suficientes.