Si analizamos el conflicto israelí-palestino y miramos el mapa, veremos por lo alto, que tenemos los mayores conflictos regionales. Ellos parten desde Ucrania y culminan en el Mar Arábigo. Diría que es una enorme franja de Ucrania hasta Yemen.
Si nos retrotraemos unos siglos, veremos que estamos en el centro de tres religiones monoteístas, donde siempre existió una puja entre ellas. Cada una con su dios y verdad, no pudiéndose tolerar entre sí, pues tiene «su» dios y es el «único».
El monoteísmo creó mayor discordia que el politeísmo, puesto que este último acepta diversos dioses, incluso los de sus enemigos.
El antisemitismo es parte del mundo cultural monoteísta y el resurgimiento de brotes, en el conflicto en Gaza, básicamente se da en los países de culturas monoteístas.
Para mayor comprensión, antropológicamente hemos visto que en culturas con religiones no monoteístas, no hubo antisemitismo. Podemos ver en Asia, por ejemplo, que durante la Segunda Guerra Mundial los judíos se refugiaban en el mismo Japón o China, y ni las presiones nazis pudieron mover a sus aliados japoneses contra los judíos. Por eso es «natural» que apenas Israel (primera cultura monoteísta) entra en conflicto, tenga cuestionamientos antisemitas tan fuertes, lamentablemente en estas regiones culturales.
Hay mitos y adversidades contra el primer pueblo monoteísta.
Pero si la reflexión no es suficiente, refrescaré algo «desconocido»: En las últimos seis décadas, los musulmanes asesinados en conflictos entre ellos mismos fueron 11 millones, mientras que en conflictos con Israel existe una cifra de 50.000 muertos en el mismo período. Los 11 millones asesinados entre musulmanes pasaron desapercibidos. Increíble. ¿Casualidad?
Pero las bajas con Israel (0,4%) son notoriedad en imágenes y exaltación permanente. Creo que es antisemitismo o peor aún, quizás más trágico: es la intolerancia del monoteísmo, como una idea totalizadora, en cualquiera de las tres religiones. No olvidemos que, en el catolicismo, recién con el Concilio Vaticano II, a partir de 1962, los judíos dejamos de ser oficialmente «herejes» y pasamos a ser «hermanos mayores».
El mundo musulmán continúa afirmando que somos «herejes» y lo que se arrastra emotivamente de la cristiandad, no se ha borrado todavía.
Las identidades, paralelamente, tienen contenidos opuestos a otras. Así se constituyen, para reconocerse a sí mismas; pero cuando toma tintes mayores, pasamos a tener actitudes xenofóbicas. Con los judíos se duplica la situación por lo monoteísta y ser el padre-origen de los mismos cultos cristianos o musulmanes que se mencionan en sus escrituras, el Corán y el Nuevo Testamento.
La espiral de violencia actual es fruto de pensamientos absolutos - «única verdad»: cuanto más totales, más intolerable y violentamente se expresan. El sentido de pertenencia y afirmación de ideas integristas o yihadistas hace pasar de lo real a lo irracional y mitológico.
Israel no puede aceptar la lluvia de misiles, estratégicamente pensados por Hamás para provocar la única reacción cantada, como lo haría cualquier Estado. Diría Max Weber, el Estado debe defender a sus ciudadanos.
Pero permanece carente en Israel el camino de Rabín, de quien siguen asesinando sus ideas, junto a la solución de dos Estados para dos pueblos.
La existencia de una «única verdad», en creencias o ideologías, genera los conflictos.
Cuando la izquierda interpreta el tema «sólo» como de oprimidos y opresores, se desvía. Pero hay una izquierda, donde el materialismo histórico es un referente más con múltiples interpretaciones; ahí es otra la situación y el análisis.
El fundamentalismo, ya sea musulmán, hebreo o cristiano, es foco de conflicto, al igual que los que tienen como única verdad su ideología o identidad.
El resto, dice nuestro poeta, «es polvo». Es decir resultado.