El desafío de esta nota es explicarle con palabras, a una buena mujer, un buen hombre, a gente buena en un sentido simple del concepto, que una foto de un niño palestino herido, sostenido en los brazos desesperados de su padre o madre desbordada por la angustia, es una trampa terrorífica, a pesar de esa tragedia. Apelando a la bondad bien intencionada del lector y lectora, lo intentaré aclarar con la mayor humildad y consideración.
En el campo de batalla, el Ejército israelí es más poderoso que todos los ejércitos combinados que lo atacaron desde hace décadas sumado el terrorismo concomitante, que lo agriede en forma constante. De no ser así, dado el rechazo y odio, con el cual han debido enfrentarse los israelíes desde hace ya cien años, Israel hoy no existiría. Está condenado a no poder perder ni una guerra. La amenaza es reiterada: «echar a todos los judíos al mar», «borrar a Israel del mapa», o «luchar contra los sionistas hasta destruirlos». Estas consignas son reales, no las dicen otros que los enemigos de Israel, de estas u otras formas, pero con retóricas contundentes.
Todos son «pueblo», los palestinos y los soldados de Israel. Atrás de un rostro cubierto con una kefiah que lanza un misil o atenta en un espacio público, hay «pueblo». Y dentro de un tanque israelí, también. Puede ser un chiquilín de los mismos veinte años, quizás ambos empleados de un quiosco, deliverys de pizza, o integrantes de una banda musical. Ambos enfrentados para matar primero o morir en la contienda. Esa es la lógica que impera en la zona. Israel es muy pequeño. Esta lucha es mucho más encarnizada entre los propios pueblos sirios, libios, yemenitas, sudaneses, iraquíes o iraníes entre sí. Ahí los niños sangrantes y muertos se cuentan de a varios cientos de miles; reitero: cientos de miles.
¿Y la foto del niño palestino, qué tiene que ver con lo anterior? ¿Por qué el asesinato masivo de los otros cientos de miles de niños no nos conmueve? Porque esa foto en particular, es un arma mediática tan bélica como un misil. En esa perspectiva, la táctica mediática y por ende la geopolítica y por decantación en nuestra retina, es una estrategia militar. Una trampa terrorífica en la cual no deberíamos caer. Esa batalla ficticia la ganan los palestinos. La cadena de comunicaciones Al Jazzera es más vista que la CNN; cuyos capitales mayoritarios pertenecen, además, a Arabia Saudita. Israel no tiene medios masivos de difusión, tan sólo prensa libre local, accesible por Internet para quien lo desee ver o escuchar.
¿Por qué ganan los palestinos, indudablemente, con dicha arma propagandística? Porque instalan el conflicto palestino-israelí, diaria y sistemáticamente en todos los órganos de prensa. Lo ponen en nuestros televisores, radios y diarios, sin que lo solicitemos o lo podamos evitar.
Sostiene el prestigioso antropólogo social francés Marc Augé en su libro «La Guerra de los Sueños», 1997, que «lo real y la ficción, condicionan la circulación entre lo imaginario individual y lo colectivo" (...) lo que aparece en la prensa es 'la realidad', y lo que se reitera en la prensa, 'es la verdad' (...)».
La trampa, a fuerza de reiteración y manipulación, consiste en que usted, estimado(a) lector(a) llega a creer que «entiende perfectamente el complejo conflicto palestino-israelí». Por lo tanto, el niño palestino herido, «lo explica todo» y sería «legítimo» condenar a Israel y a los judíos. No lo critico por estremecerse, pues esa propaganda, usada inmoralmente como mito, símbolo y lo peor de todo: como «martirologio de muerte», es una manipulación a nuestras emociones, la de ustedes y la mía. En nombre personal, puedo sostener que también me estremezco profundamente, pero no caigo en la trampa. Hasta el punto que pareciera ya ni importar, un análisis más profundo de por qué hay niños palestinos e israelíes lastimados o muertos, por desgracia para ambos pueblos, lo que no debería suceder, independiente de cualquier explicación racional. La foto puede más, y hoy vemos una mayoritaria parte de la opinión pública mundial «convencida» que el conflicto que mencionamos es, «sin duda», el mayor y más cruel del mundo, con un culpable acusado automáticamente: Israel. Lo cual obviamente no es ni lógico ni admisible.
Tampoco hemos de caer en simplezas insostenibles. El conflicto está instalado y es más que deseable que se solucione pronto, por el bien de ambos pueblos. Lo que tampoco debemos aceptar, porque no es cierto de ningún modo, es que sea ni el mayor ni el más cruel.
Más cruel es el hambre, el trabajo esclavizado, niños de vientres hinchados con moscas en la cara, jóvenes explotadas y maltratadas, la pobreza que excluye, la violencia con que nos vinculamos, los traficantes de gente, armas y drogas, más otras maldades innumerables.
Una excelente historiadora, Clara Aldrighi, escritora entre otros tantos libros de: «La Ideología Antisemita en Uruguay -1870-1940-», nos enseña que «El antisemitismo se mantiene por largos períodos en forma latente o más bien no documentado (...) sus violentas campañas de prensa fueron ampliamente toleradas por la sociedad hasta fines de la década del treinta». Y nos asombra al arribar con su investigación, que «el antisemitismo se difunde en Uruguay, aun antes que hubiesen emigrado los judíos a estas tierras»; y continúa con una aclaración preocupante: «El antisemitismo siguió circulando como 'sentido común' - (naturalizado) - porque no tenía consideración política».
Lo que amplifica nuestra angustia, es que habiendo caído por los motivos que fuesen en esa misma trampa terrorífica, promovida por el terrorismo integrista islámico - referente a estos días: al de Hamás - nuestros gobernantes con desacertadas declaraciones, le dieron legitimidad política. Conscientes o no de lo grave de sus dichos. El antisemitismo o el racismo, es como un oso furioso escondido en su cueva. Sacarlo para afuera con gestos o expresiones, es posible; volverlo a meter luego en su escondrijo, es harto más complejo.
Esta nueva guerra entre Hamás e Israel, nos ha de dejar varias reflexiones. Es una tragedia que no se gana ni con misiles, ni tanques ni fotos. No es dable pensar que seamos expertos analistas de un conflicto de ribetes tan complicados y prolongados, ni lo podamos comentar con ligereza. Cómo podríamos suponer que contribuimos a resolverlo, descalificando gratuitamente y con falsa convicción, a ninguna de las partes en pugna. Corremos grandes riesgos de caer en una trampa temible, de la cual no pueden aun salir ni los palestinos ni los israelíes. No azucemos fantasmas peligrosos, pues lo imaginario podría generar acciones irracionales, pero reales, que no queremos en Uruguay, ni en ninguna parte.
Seamos prudentes.