Israelíes y palestinos han estado atrapados durante décadas entre el delirio y la negación y ambos recurren a dogmas ideológicos y religiosos que rechazan con convicción cualquier prueba de lo contrario.
Un poderoso electorado de derecha y ultraderecha, liderado por el primer ministro Binyamin Netanyahu, insiste en que Israel no es una potencia ocupante, que los asentamientos de colonos israelíes en zonas palestinas no son impedimentos para la paz, que Jerusalén nunca se convertirá en capital de dos Estados, que el odio palestino hacia los israelíes está en el centro del conflicto, que los palestinos no buscan la paz real y están comprometidos con la destrucción de Israel, y que el bloqueo de Gaza está justificado por razones de seguridad.
Los delirios palestinos sobre su realidad no son menos absurdos y mientras siguen exigiendo el derecho al retorno de los refugiados afirman que Israel es un implante extranjero en la región y no tiene derecho a existir, que Israel no tiene problemas de seguridad nacional reales, y que todos los israelíes han jurado impedir el establecimiento de un Estado palestino.
Son estos los engaños que han perpetuado trágicamente el conflicto; sus acciones y reacciones a las transgresiones de los demás sólo validan estos delirios. Así, queda poco espacio para cualquier discurso constructivo bilateral en tanto que la sospecha, el odio y la desconfianza se arraigaron profundamente en sus respectivas opiniones públicas, creando divisiones sicológicas, políticas y físicas.
No es sorprendente que esta triste situación se manifieste notoriamente, otra vez, por la guerra entre Israel y Hamás.
En esta guerra no habrá vencedores, sólo perdedores, y aunque ambas partes han sostenido terribles pérdidas, todavía encuentran consuelo en sus delirios y se niegan a enfrentar la verdad. Como observó una vez Kierkegaard, «Hay dos maneras de ser engañado. Una es creer lo que no es cierto; la otra es negarse a creer lo que es verdad».
Hay muchos israelíes que creen firmemente que Israel tiene ahora la oportunidad de eliminar a Hamás de una vez por todas. En una columna reciente, Michael Oren, ex embajador israelí en Estados Unidos, abogó con firmeza que «se debe permitir que Israel aplaste a Hamás en la Franja de Gaza».
Este es el tipo de engaño de que él y muchos de sus compatriotas que no comprenden lo ominosa que es su posición respecto a Hamás. Israel puede destruir todos los túneles y cada cohete e incluso decapitar el liderazgo de Hamás, pero esto probará ser inútil y rayano en la locura, porque Hamás goza de cierto apoyo popular.
Esta locura sólo dará lugar a una nueva generación de radicales islamistas palestinos que llevará la bandera de Hamás, pero con mucho mayor vehemencia y determinación de resistir a Israel violentamente.
Nadie puede acusar a Oren de ser estúpido, pero luego, como correctamente dijo Saul Bellow, «una gran dosis de inteligencia puede ser invertida en la ignorancia cuando la necesidad por ilusión es profunda».
Por su parte, Hamás puede aterrorizar a los israelíes, sembrar el miedo y causar estragos entre la población civil, infligir importantes pérdidas humanas y materiales, pero nunca va a derrotar a Israel militarmente; esto sólo fortalece la resolución de los israelíes, tan ilusa como sea, de erradicar a Hamás como una organización terrorista.
La ironía es que todo el poderío militar de Israel ha fracasado en disuadir a Hamás. Una organización en estado de sitio con recursos financieros muy limitados fue capaz de construir una sofisticada red de túneles, comprar y fabricar más de 10 mil cohetes, capacitar a miles de combatientes, y alistarse para enfrentar a la formidable máquina militar de Israel desde bajo tierra y desde el aire.
Por otra parte, la desproporcionada muerte de civiles palestinos, especialmente niños, en comparación con el número de bajas entre los miembros de Hamás causó protestas internacionales y puso a Israel a la defensiva. No importa que Hamás utilice a civiles inocentes como escudos humanos; Israel, no Hamás, es acusado de asesinatos indiscriminados, lo que permite a Hamás ganar la guerra de relaciones públicas.
La guerra terminará eventualmente. La pregunta es si los términos para poner fin al sangriento conflicto ¿sentarán las bases para la próxima ronda de hostilidades, o ambos lados dejarán atrás sus ilusiones, se reconocen entre sí y detienen este círculo vicioso de la violencia?
Para Hamás esto no es sólo una batalla para aliviar el bloqueo o levantarlo por completo; se trata de una lucha por su existencia misma. Pero Hamás se pintó en una esquina; después de hacer sufrir tanta muerte y destrucción a civiles inocentes, el fracaso en eliminar el bloqueo en algún momento futuro es equivalente al suicidio político.
Aunque Netanyahu no puede aplastar a Hamás como un movimiento, espera deshacerlo como gobierno de unidad. En cualquier caso, ya no acepta, y con razón, un alto el fuego a largo plazo a menos que todos los túneles sean destruidos y Gaza sea desmilitarizada y las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina se hagan cargo de todos los pasos fronterizos.
Por todas esas razones, cualquier solución tendrá que desengañar a Israel y Hamás de la ilusión de que pueden liberarse del otro. Ahora que se han infligido tanta muerte y destrucción entre sí, tal vez puedan detenerse y pensar a dónde los lleva esta locura.
Por lo tanto, cualquier esfuerzo por encontrar una solución después del alto el fuego humanitario inicial debe basarse en una fórmula en la que Israel y Hamás compartan importantes denominadores comunes que podrían satisfacer sus necesidades principales y abrir la puerta a negociaciones serias de paz entre Israel y el gobierno de unidad palestino.
Cansados del extremismo islámico, los Estados árabes han abandonado a Hamás en gran parte y ahora están en una posición mucho más fuerte para obligar a Hamás a adoptar la Iniciativa Árabe de Paz, que sigue siendo la única fórmula realista y ha estado sobre la mesa desde hace 12 años.
La Iniciativa Árabe de Paz reconoce el derecho de Israel a existir, el establecimiento de un Estado palestino independiente que viva al lado de Israel, y establece la paz permanente y el reconocimiento de Israel por parte de los Estados árabes y musulmanes.
Existe un amplio apoyo en Israel por dicha iniciativa, y aquí es donde el presidente Barack Obama debe finalmente imponerse e insistir en que el Gobierno de Netanyahu la abrace para dar la base a negociaciones creíbles.
Cada Estado árabe y musulmán ha respaldado la Iniciativa Árabe. Qatar y Turquía, en particular, gozan de una considerable influencia sobre Hamás y ahora pueden ejercer una presión real para que también esta organización la apruebe. Varias declaraciones hechas en el pasado por los líderes políticos de Hamás son muy consistentes con las principales disposiciones de la propuesta.
Durante casi siete décadas, israelíes y palestinos se han manchado con delirios y negación, planeado y conspirado para socavar el uno al otro en vez de construir puentes humanos y aceptar un destino compartido.
La pregunta es ¿los líderes de Israel y de Hamás aprendieron algo de esta guerra horrible? o parafraseando a Dostoyevski, ¿continuarán engañándose a sí mismos hasta llegar a un punto «donde no pueden distinguir la verdad dentro» o alrededor de ellos?
Esta guerra ha introducido una nueva dimensión al conflicto israelí-palestino. Si los israelíes y los palestinos están destinados a vivir y prosperar o destruirse unos a otros es la pregunta que deben ponderar, porque ninguno sobrevivirá sin que el otro viva en paz y seguridad.