El actual Gobierno de Israel y sus partidarios en Occidente se apresuran a denunciar a las críticas vertidas contra las políticas israelíes, catalogándolas como antisemitismo. Esta calificación puede ser inexacta e interesada, pero no es siempre incorrecta.
Los defensores de Israel tienen razón al señalar que la opinión pública en Europa, y en mucha menor medida, en Estados Unidos, tiende a ser mucho más crítica de las atrocidades israelíes en Gaza que de la violencia aún más sangrienta cometida por musulmanes contra musulmanes en otras partes de Oriente Medio.
Esto puede explicarse por el hecho de que Israel es apoyado por los gobiernos occidentales y generosamente subvencionado por los contribuyentes estadounidenses. No hay mucho que la indignación pública pueda hacer sobre el comportamiento de los mulás iraníes o matones sirios. Pero Israel es «uno de nuestro grupo».
Realmente, se imprime excesivo fervor cuando se denuncia a Israel, y las comparaciones baratas entre la violencia israelí y el asesinato en masa nazi dejan al descubierto un impulso dudoso por deshacerse de la carga de la culpa. Después de décadas de sentirse obligados a inclinar la cabeza colectiva de Europa por lo que se hizo a los judíos, las personas finalmente pueden decir, con una pizca de alegría, que los judíos también pueden ser asesinos. Pero, si bien esta aseveración es inapropiada, no es necesariamente antisemita.
El antisionismo toma un giro desagradable hacia el antisemitismo cuando se confunde a los judíos con los israelíes - por ejemplo, cuando el político liberal demócrata de Gran Bretaña David Ward criticó a «los judíos» por infligir horrores a los palestinos. Y, si bien uno puede ser escéptico sobre el sionismo como un proyecto histórico, negar el derecho de Israel a existir es algo difícil de distinguir de lo que es el antisemitismo.
La forma más siniestra de antisionismo se encuentra entre los izquierdistas que ven a Israel y a Estados Unidos. como los males gemelos del planeta. Aquellos que ven a fuerzas norteamericanas oscuras detrás de todo lo que está mal en el mundo, desde las crisis financieras a la violencia en Ucrania, son propensos a detectar la mano maligna de Israel o aún de los lobistas judíos en cada política estadounidense.
El vínculo entre la influencia judía que corrompe y Estados Unidos fue, originalmente, una figura retórica de la derecha. Los judíos supuestamente no tenían raíces, tendían a formar clanes y eran omnipotentes, sin guardar ninguna lealtad a ninguna nación. La sociedad inmigrante en Estados Unidos era vista, por definición, como sin raíces. Según el punto de vista de los nacionalistas europeos de principios del siglo XX, el capitalismo anglo-americano, controlado por los judíos, menoscababa los lazos sagrados de sangre y suelo.
Esta visión del mundo también culpó a los judíos por el bolchevismo, lo que podría parecer una contradicción, pero no lo es. El bolchevismo, de manera similar al capitalismo, era internacionalista, al menos en teoría. Stalin fue en realidad un nacionalista soviético que también denunció a los judíos como cosmopolitas desarraigados.
Son obvios los peligros de los fervorosos ataques antisemitas a Israel. Si Israel no sería simplemente una nación que gobierna bajo régimen militar a palestinos sin concederles igualdad de derechos, sino que la fuente de todo mal, cualquier forma de violencia, independientemente de cuán destructiva sea para uno mismo y para los demás, sería justificable. Si las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) serían el equivalente moderno de los nazis, deberían ser destruidas utilizando la máxima fuerza. Si todos los judíos fueran responsables por la opresión de los árabes, los ataques contra ellos en Europa, o en cualquier otro lugar del mundo, deberían ser tolerados, e incluso activamente alentados.
Pienso que la cantidad de personas en Occidente que realmente sostienen las creencias mencionadas arriba es pequeña. Se encuentran en las universidades, escriben blogs, marchan juntas en manifestaciones con algunos militantes islamistas que son indiscutiblemente antisemitas. Pero están lejos de ser representantes de la corriente principal.
Sorprendentemente, en la actualidad algunos de los admiradores más apasionados de Israel se encuentran en la derecha y hasta en la extrema derecha. Una cantidad considerable son miembros de partidos políticos con un origen profundamente antisemita, como ser el Partido de la Libertad de Austria, entre cuyos primeros miembros se encontraban ex nazis. El líder del Partido de la Libertad, junto a luminarias de la derecha populista como, por ejemplo, Filip Dewinter, el líder nacionalista flamenco, y el demagogo holandés Geert Wilders, visitaron Cisjordania y expresaron su apoyo a los asentamientos.
Esto puede explicarse en parte por el antagonismo contra el islam. Los populistas de derecha en Europa consideran al islam como la mayor amenaza que enfrenta Occidente. Así que, naturalmente, aplauden al Gobierno israelí por el uso de medidas duras para mantener a los árabes reprimidos. Como Wilders dijo, «los israelíes están luchando nuestra lucha. Si Jerusalén cae, Ámsterdam y Nueva York serán los siguientes lugares en caer».
Sin embargo, la razón principal de esta nueva solidaridad entre los populistas de derecha de Occidente y el Estado de Israel podría estar en un lugar aún más profundo que la antipatía hacia el islam que comparten. Ningún Estado es estático, e Israel cambió mucho desde las décadas heroicas posteriores a su fundación en 1948.
Durante los primeros años, Israel fue admirado por los izquierdistas occidentales por ser un Estado progresista, dirigido por socialistas europeos. Los líderes israelíes de hoy en día, sin embargo, en su retórica y comportamiento, a menudo suenan más como los antiguos antisemitas de Europa. Los judíos israelíes están ahora firmemente arraigados en su propio suelo nacional. No obstante, la ideología dominante ya no es el socialismo sino una forma de nacionalismo étnico, con una gran cantidad de pavoneo militar. Entonces no es de extrañar que los admiradores actuales de Israel conformen un elenco claramente conservador.
Ellos reflejan la opinión de la corriente principal de hoy en día más de lo que la refleja la izquierda anti-sionista. El mundo está cada vez más fragmentado, y las personas temerosas abrazan identidades defensivas más pequeñas: escocesa, catalana, flamenca, sunita, chiíta, kurda, y así sucesivamente.
El internacionalismo idealista de los primeros años de posguerra se derrumbó rápidamente. Los sentimientos tribales - nacionales, étnicos y religiosos - están llenando el vacío. Y, lo más irónico de todo esto es que Israel, un Estado-nación construido por un pueblo despreciado por su cosmopolitismo, se convirtió en un símbolo de esa inquietante tendencia.