Los avances del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria y los genocidios en zonas ocupadas han obligado a los gobiernos de Europa y de Estados Unidos a enfrentar el problema del único modo posible, con una guerra. Guerra que, por lo demás, fue declarada por del EI.
Entre el EI y los grupos que lo siguen, y Estados Unidos y Europa, no hay mediación política. No puede haberla. El Estado Islámico no es una nación. Es una organización supranacional operando en el interior de diversas naciones islámicas.
Pero el EI, aunque no depende de un Estado, basa su proyecto en la construcción de un antiguo tipo: el califato. Luego, si el EI no es una organización estatal, es para-estatal. Su objetivo es construir «estados de Dios». Por lo mismo, el objetivo de la guerra deberá ser para los enemigos del EI, impedir la disgregación de Irak y del noreste de Siria en uno o varios califatos. En ese objetivo ni Europa ni Estados Unidos están solos. La mayoría de las naciones islámicas se encuentran organizadas en estados políticos si no demócratas, por lo menos republicanos.
Si Europa y Estados Unidos quieren derrotar al EI, requerirán unirse con todos los estados islámicos opuestos a la formación de califatos del mismo modo como Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial requirió aliarse con gobiernos anti-nazis, fueran democráticos o no, como el de Stalin, entre otros. La guerra, por lo tanto, no será entre Oriente y Occidente, sino entre una gran coalición internacional que unirá naciones de ambos mundos en contra de un enemigo común.
Esa es la razón por la cual los gobiernos occidentales no deben caer en la trampa tendida por el EI y enredarse en una guerra de culturas o religiones. Si incurren en ese error, hoy alentado por el EI y sectores fascistas e islamofóbicos occidentales, no lograrán jamás el apoyo de los gobiernos de la región, arriesgando así una derrota de enormes proporciones. Para derrotar al enemigo, y eso vale en la guerra como en la política, es necesario aislarlo.
A través de una primera mirada, resalta el hecho de que los países islámicos están organizados en una pluralidad de formaciones políticas. Monarquías petroleras comandadas por Arabia Saudita, estados teocráticos-electorales como en Irán, redes tribales como en Libia, monarquías constitucionales como en Jordania, dictaduras militares dinásticas como en Siria, dictaduras militares laicistas como en Egipto, repúblicas «socialistas» como en Yemen del Sur, democracias confesionales como en Túnez y Turquía, democracias formales como en Líbano, en Irak y en la Autoridad Palestina. Todas, unas más otras menos, pueden ser ganadas - o por lo menos neutralizadas - en la lucha en contra del EI.
El gobierno de coalición alemana (socialcristianos y socialdemócratas) ha dado un ejemplo al resto de Europa enviando armas al pueblo kurdo, en su gran mayoría formado por musulmanes. Esa debe ser la línea: Los kurdos están sufriendo en carne propia las limpiezas étnicas de las salvajes milicias del EI. Las guerras - eso es lo que ya entendió Merkel - se ganan con armas y no con declaraciones de solidaridad.
No es este por lo tanto el momento para discutir acerca de las causas que llevaron al aparecimiento del EI. Tal vez el origen del problema resida en las vacilaciones que demostró la Unión Europea (UE) cuando no apoyó al movimiento de liberación de Siria antes de que este fuera desplazado por los yihadistas de Irak. Pero en ese instante predominaron las concesiones a Putin, a quien fue cedida la «pacificación» de Siria, tarea que, por supuesto, no cumplió. Otros culpan a Obama por haber retirado las tropas de Irak dejando detrás de sí un vacío de poder. No pocos afirman justamente lo contrario, a saber: el hecho de la ocupación de Irán por el Gobierno de Bush, llevó a los yihadistas a unirse en torno al EI. Bush, efectivamente, declaró una «guerra santa» en la región, destruyendo a la dictadura militar de Saddam Hussein - en cuyo Gobierno había incluso ministros cristianos - sin ofrecer una alternativa de reemplazo. Esas y quizás muchas más, podrán ser las razones que han hecho posible el avance del EI. Pero debatir acerca de ellas, justo ahora, es como discutir en medio de un incendio acerca del origen de las llamas.
Paradoja es que en la alianza internacional en formación, los mejores aliados económicos de Occidente, los países sauditas, son los más inseguros desde el punto de vista político. Por una parte las monarquías petroleras son las que más se parecen en sus formas a los antiguos califatos. Por otra, en dichos países la confesión sunita es mayoritaria. Y como es sabido, uno de los propósitos del EI es acentuar la dominación del sunismo por sobre el chiísmo en Irak. De tal modo, si el EI llegara a apoderarse de Irak, una nueva guerra chiíta-suníta - Irán y Arabia Saudita incluidos - será inevitable.
Todo indica que lo más cuerdo para Occidente será atraer hacia sí al Gobierno de Rohani lo que no es muy difícil pues Estados Unidos mantiene buenas relaciones con Irán. El problema es que los monarcas sauditas - enemigos potenciales de Irán - controlan gran parte de la droga de la economía occidental: el petróleo. Pero por otro lado, si Occidente se deja presionar por Arabia Saudita, podría perder sus accesos petroleros en Irak. Y no olvidemos: Sin el concurso de Irán, la guerra en contra del EI será muy difícil de ganar.
Los aliados más seguros de Occidente son, además de Irán, la dictadura militar de Egipto embarcada en una lucha en contra de su yihadismo interno, y la democracia autoritaria de Turquía. El presidente Erdogan podría apresurar la entrada de su país a la UE a cambio de un decidido apoyo militar a Europa. La monarquía de Jordania y el gobierno de Túnez son pro-occidentales. Y no por último, el dictador Al Assad, sabiendo que está perdiendo la guerra frente al EI, ha ofrecido su «desinteresada» colaboración a la UE.
La Real Politik, cínica e inmoral como es, no puede ser obviada en caso de guerra. Es inevitable: en la guerra hay que elegir a veces entre la peste y el cólera. Si Saddam Hussein estuviera vivo, también seria hoy un gran aliado de Occidente, como lo fue en la guerra Irán-Irak de 1986.
Los rostros políticos del islam son muy diferentes. Una estigmatización del islam entendido como un todo indiferenciado - eso es lo que buscan los decapitadores del EI - no sólo sería una estupidez sin límite; sería, además, una opción suicida.
Dejarse llevar por ese anti-islamismo histérico que preconizan los grupos neo-fascistas en Francia, Holanda, Hungría, Grecia y Rusia, significaría simplemente traicionar a Occidente.