El discurso de Barack Obama constituye una declaración de guerra contra el llamado Estado Islámico (EI) y contra las nuevas formas de yihadismo más allá de Iraq y Siria. Se trata también de un reconocimiento al peligro que este yihadismo representa para el mundo y para los países árabes.
Viniendo de un presidente que se posicionó contra la guerra de Irak y que rechazó consistentemente presiones para la intervención militar directa, podemos interpretarlo como síntoma de la gravedad de la situación.
La toma de posición coincidió con el 11-S en el contexto de una campaña de propaganda belicista de los medios que inclinó al Congreso y a la opinión pública en favor de una acción militar. Siempre y cuando no haya tropas estadounidenses participando en combates en tierra. Lo cual planteó incertidumbre sobre la estrategia.
Se trata de debilitar al EI mediante bombardeos aéreos guiados por drones y satélites. Para facilitar entonces la acción del Ejército iraquí y de los kurdos, incluso de unas milicias democráticas sirias reforzadas.
La contraestrategia del EI está clara: dejar los espacios abiertos del desierto y llevar la guerra a las ciudades que ocupan y a las que pretenden ocupar, incluyendo Bagdad. Saben que Obama no se arriesgará a imitar a los israelíes en Gaza. Ni quiere, ni puede en términos de opinión pública entre sus votantes y en el mundo árabe que intenta conquistar. Lo cual deja lo esencial del combate en manos de las «fuerzas aliadas». Puede contar con los motivados y organizados kurdos porque defienden su existencia como nación y quieren ganar apoyo internacional para su independencia. Pero es dudoso que un Ejército iraquí dividido y desmoralizado, dirigido por oficiales corruptos, y minado por la sospecha entre sunitas y chiítas pueda hacer algo más que ocupar un terreno limpiado por los bombardeos. Ni siquiera con un Gobierno iraquí recién unificado bajo presión de Estados Unidos.
Obama es consciente del problema y por eso su estrategia más importante es la de cortar el suministro de dinero y armas al EI y contenerlo en su territorio actual evitando que llegue a Estados Unidos y Europa. Porque ese es el quid de la cuestión: el nuevo tipo de yihad que el EI representa. En el fondo, no es un movimiento yihadista en términos tradicionales. Yihad, en terminología estricta, quiere decir «lucha en defensa del islam». Puede ser pacífica o violenta, política o insurreccional, ofensiva o defensiva según la historia y la geografía de la lucha.
El nuevo yihadismo no es un movimiento islámico contra Occidente. Se trata de un enfrentamiento del sunismo contra el chiismo y otras religiones para crear un califato teocrático sunita. Y, de paso, eliminar la dominación occidental sobre los territorios islámicos para que esa teocracia pueda existir.
En ese sentido, Irán, y por lo tanto el Gobierno chiíta iraquí, Assad en Siria, o Hezbolá en Líbano, son los primeros enemigos. Si bien es cierto que la oposición frontal a Estados Unidos busca proclamar al EI como único defensor válido del islam. Más aún, la estrategia deliberada del EI es crear un movimiento islámico sunita mundial, apoyado desde un Estado territorialmente constituido, mediante la penetración de las comunidades musulmanas en todo el mundo y en particular en Europa y Estados Unidos.
Aunque Al Qaeda tuvo esta idea, nunca llegó a realizarla a gran escala. El EI sí lo está consiguiendo, en parte gracias al efecto multiplicador de las redes sociales de internet. Los cuadros de Al Qaeda eran árabes de Oriente Medio. En el EI, aunque los iraquíes controlan los puestos de mando, consiguieron movilizar a miles de jóvenes de múltiples países. Jóvenes con pasaportes válidos que pueden ir y venir como quieran mientras mantengan la clandestinidad y que van a morir en los campos de batalla o regresan a sus hogares para morir cerca de los suyos.
La defensa contra esta amenaza real puede conducir a una catástrofe política en Europa. Porque no se trata sólo de controlar a los que pueden volver (la mayoría morirán), sino de prevenir la acción de los que no salen del país. Y si para prevenir ese peligro se estigmatiza y vigila a las minorías musulmanas, se espían las mezquitas y se desconfía de cualquier signo de piedad religiosa, se estará creando las condiciones para una insurrección de masa de las crecientes minorías musulmanas. Cada ordenanza municipal contra el uso del burka es una simiente para el proselitismo islamista radical.
En realidad, se trata de elegir entre una política de integración plena y tolerancia activa de todas las religiones e ideologías o la creación de un estado de sitio interno que, teniendo en cuenta la dimensión de la población musulmana autóctona (no inmigrada), llevaría a una israelización de nuestras sociedades, o sea, al miedo permanente y a la militarización de la vida cotidiana.
Ese es el desafío que el EI lanza al mundo. Barbarie sin ambages contra quienes se le oponen, decisión de morir en el empeño y apertura de un cauce de expresión violenta a miles de jóvenes discriminados y enrabiados en sus vidas.
Y detrás del entramado se encuentran posiblemente las élites sunitas de la península arábiga, financiadores y animadores de los guerreros del islam, sin que se sepa con precisión su interacción con monarcas y emires de la región. Porque también esas élites están en una guerra de religión centenaria con sus enemigos chiítas. Esa es la parte de la estrategia norteamericana que Obama no podía revelar.
Se avecina el momento de la verdad en la confrontación entre Occidente y los guardianes de «nuestro» petróleo. Que significativamente coinciden con los guardianes de los lugares santos del islam.