Ante la creciente ola de manifestaciones antiisraelíes y antijudías como consecuencia del operativo «Margen Protector,» Jack Terpins, presidente del Congreso Judío Latinoamericano, afirmó que «la situación nunca ha sido tan mala para los judíos de nuestra región» [1].
Efectivamente, este distinguido líder de la diáspora judía está en lo correcto. Lo que Terpins y el resto de las direcciones comunitarias judías del mundo no prestan atención es que, muy probablemente, lo peor está por venir.
No debe haber una manera más acertada para caracterizar el comportamiento de Israel y el liderazgo judío de la diáspora más que traer a la memoria las palabras Haim Ramón, ex parlamentario y ministro de Israel. Como paráfrasis de su famoso discurso se puede afirmar que el Estado judío se abalanza una y otra vez sobre Cisjordania como queriendo suicidarse, al igual que una ballena arremete sobre la playa después que perdió el sentido de la orientación [2].
La prudencia del Gobierno israelí de 1967 lo condujo a declarar que mantendría el dominio de los territorios conquistados en la Guerra de los Seis Días como una carta a ser jugada en un futuro acuerdo de paz. De nada le valió. Partidarios del «Gran Israel» guiados por rabinos con visiones mesiánicas tiraron por la borda los argumentos de seguridad del Ejecutivo para terminar arrastrándolo a una insaciable expansión territorial erigiendo un enjambre de asentamientos y avasallando población nativa para beneficiar colonos judíos.
Sin ninguna diferencia partidaria, el problema palestino se convirtió en una espina en la garganta del pueblo judío: no la puede tragar ni escupir y cada día se hinca en lo más profundo del proyecto sionista.
Bibi Netanyahu, que exige que Israel sea reconocido como Estado judío, pregona su predisposición a la solución de dos Estados para dos pueblos. Las políticas expansionistas del Gobierno, tal como lo atestigua la última expropiación de tierras en Gush Etzión, demuestran que sólo se trata de un disfraz para proyectar al mundo una falsa imagen transigente y pacífica de Israel.
Todo intento serio de erigir un Estado palestino independiente seguramente será abortado por los sectores allegados a los asentamientos, tanto por las buenas (elecciones) como por las malas (asesinato de Rabín). Se terminaron las retiradas obedientes y los palestinos pueden olvidarse de sus aspiraciones de independencia. Todos los aportes de declaraciones, encuentros y gestos por la paz no son más que pretextos y promoción personal de dirigentes impotentes en la materia.
Abandonando la vieja tradición judía de la polémica y controversia, líderes de prácticamente todas las diásporas judías corren detrás del oficialismo israelí otorgando un inexplicable apoyo incondicional y robótico. En ojos de amplios sectores democráticos del mundo, aparte de aquellos tradicionalmente antiisraelíes y antijudíos, esta actitud necesariamente convierte a todos los judíos del mundo en cómplices y responsables de la opresión de un pueblo por otro.
La necesidad de profundizar la sumisión y dominio por la fuerza de la población civil palestina y los periódicos enfrentamientos ante quienes se rebelan (pacífica o agresivamente) crearán necesariamente una permanente escalada en los niveles de violencia. Este conflicto, en ojos de muchos, entre Goliat (Israel) y David (palestinos), se convierte en catalizador de la incorporación de nuevos sectores en manifestaciones cada vez más acometedoras y provocadoras, ahora no sólo antiisraelíes, sino también antijudías.
Bajo estas circunstancias nadie se debe sorprender de un creciente clamor popular tildando a Israel, el sionismo y/o el judaísmo como responsables de discriminación, opresión y colonialismo. El silencio o anuencia de los representantes del judaísmo del mundo ante conductas claramente transgresoras de normas democráticas e internacionales, criticadas (aunque no reprimidas como era de suponer) por sus amigos más cercanos como Estados Unidos y la Unión Europea, termina por legitimar esas manifestaciones tan incómodas para el judaísmo.
En tanto líderes de las comunidades judías del mundo no cambien su actitud, lo peor está por venir.
Tal vez, valga la pena que estas personalidades presten atención a Zeev Sternhell, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y uno de las mayores autoridades mundiales sobre fascismo. «El antisemitismo no desapareció en 1945, pero es un hecho que hasta principios de la década de los '70 no existía en Occidente una sociedad más apreciada que Israel. Las críticas comenzaron cuando se dieron cuenta que Israel no tiene intenciones de abandonar los territorios conquistados. En tanto se profundizaba la opresión y se perfilaba un poder colonial, la oposición se convirtió en hostilidad. No nos odian, odian el colonialismo» [3].
Ojalá me equivoque...
[1] Entrevista radiofónica en Radio Jai; 15.9.14.
[2] Convención del Partido Avodá; 30.1.94.
[3] «Odian el colonialismo, no a nosotros»; Zeev Sternhell; Haaretz; 19.9.14.