«No olvidamos y no pernonamos», dijo Mahmud Abbás, el presidente de la Autoridad Palestina (AP) ante la Asamblea General de la ONU, no sin antes haber acusado a Israel de genocidio tras la última ronda de violencia en Gaza.
El discurso causó escozor, sobre todo entre la derecha israelí. Lo mismo sucede con la iniciativa que Abbás promueve ante el Consejo de Seguridad, que busca el reconocimiento de pleno derecho del Estado palestino dentro de las fronteras de 1967 sin que medien acuerdos negociados con Israel.
Sin embargo, antes de extraer conclusiones prematuras, valdría la pena analizar un par de temas, entender bien a quién se dirigen sus palabras, así como la postura que pretende sostener, y quizás valorar lo mucho que podría alcanzarse en favor de la resolución de este conflicto, si acaso se asiste en conseguir para el líder de la AP algo de eficacia en el alcance de resultados tangibles, resultados que hasta ahora, en la visión de la sociedad palestina, Abbás no fue capaz de entregar.
Abbás representa la posición moderada e institucional dentro del espectro palestino, no la postura radical. Sus métodos, por más que desagraden a muchos, no abandonan los campos político y diplomático, en tanto que actores como Hamás o la Yihad Islámica emplean la violencia como método de resistencia.
La entidad que representa Abbás, la AP, reconoce oficialmente a Israel, coopera con el Estado hebreo en asuntos clave como seguridad, y es el organismo legítimo para conducir los procesos de negociación, indispensables para evitar más estallidos de violencia en la región.
La iniciativa del reconocimiento de un Estado palestino dentro de las fronteras previas a la guerra de 1967 es, al mismo tiempo una iniciativa que ante la ONU reconoce la existencia del Estado de Israel por parte de la representación oficial del pueblo palestino.
A lo largo de los último años, Abbás y la postura que él representa, fueron perdiendo popularidad entre la sociedad palestina. El presidente resultó, en la visión de muchos, enormemente ineficaz para enarbolar la lucha del pueblo palestino por su independencia y soberanía.
Por contraparte, cada vez que se detona un conflicto entre Hamás e Israel, la organización terrorista adquiere gran popularidad entre los palestinos. Esto no es una suposición, sino lo que las encuestas reflejan cada vez que se pacta una tregua entre Israel y Hamás. En esta ocasión, las encuestas posteriores a los 50 días de conflicto - incluso tras las muertes y la destrucción - revelaron que de realizarse elecciones en este momento, Hamás ganaría la mayoría parlamentaria y la presidencia de la AP.
Lo que esas encuestas reflejan es que en la visión de la sociedad palestina, ante los repetidos fracasos políticos y diplomáticos de Abbás, sólo la mano firme y violenta de Hamás es la que funciona para sacar concesiones de Israel. Gran parte de los palestinos perciben que es únicamente tras estas rondas de violencia que Israel se sienta a negociar con aquellos con quienes pretendidamente no negocia, aunque sea a través de intermediarios, y los israelíes ofrecen concesiones que a Abbás no le otorgan. Por lo tanto, desde esta óptica, Hamás con sus métodos de resistencia violenta ofrece una eficacia que Abbás nunca logra a través de métodos políticos y diplomáticos.
Todo lo anterior es ampliamente conocido por Abbás. Su respuesta, por tanto, si es que quiere recuperar al menos parte de la popularidad que perdió, y sobre todo después de los últimos enfrentamientos, necesita mostrar ambos: endurecimiento y eficacia. Lo que vimos ante la ONU es, por lo pronto, lo primero.
Abbós no le habló tanto a la Asamblea General o a los países miembros de la ONU como a su propia opinión pública. Cuando dijo «no olvidamos ni perdonamos», replicó empáticamente el sentir de su población y pretendió robar a Hamás algunos pedazos de la popularidad que sus métodos adquirieron a lo largo de los años.
Por otro lado, Hamás decidió ceder, al menos de manera parcial, el control de Gaza a la dirigencia de la AP. Esta decisión obedece al menos a dos factores. Por un lado, conociendo las encuestas y el punto de popularidad en el que actualmente se encuentra, es muy posible que se esté valorando la posibilidad de varias victorias en futuras elecciones. Por otro, Hamás entendió mucho antes de su último choque con Israel, que su viabilidad material y financiera dependía de mantener el Gobierno de unidad dentro de la AP. Debido a la coyuntura internacional y a factores de alianzas y reacomodos en Oriente Medio, Hamás se fue aislando. Esto lo llevó a sacar provecho del momento político que vive, mostrarse ahora como flexible y capaz de negociar, e ir penetrando paulatinamente en las esferas institucionales para alcanzar sus fines.
Queda por supuesto muy oscuro lo que sucederá con su potencial desarme y su renuncia a combatir a Israel. Así como la AP mostró su capacidad para desarmar Cisjordania, del mismo modo todas las facciones que operan en Gaza serían desarmadas y reconocerían el derecho de Israel a la existencia. Eso habrá que verlo y monitorearlo muy de cerca. Pero por lo pronto, asumiendo que esto llegase a suceder y asumiendo que Israel también otorgara el reconocimiento a Hamás - de manera simultánea - el Estado hebreo podría tener en Gaza, en la figura de la AP, finalmente a una contraparte con quien pueda establecer un proceso de negociaciones a largo plazo. Para tal efecto, Israel deberá también ceder gradualmente en relajar el bloqueo que hasta ahora asedia a la población de la franja.
Si se juntan todos los factores mencionados, hay que entender la postura de Abbás ante la ONU, así como su iniciativa ante el Consejo de Seguridad, como una maniobra política y diplomática con la que busca fortalecer su imagen y prestigio, y con la que pretende reubicarse en el mapa.
Para evaluarlo mejor, es necesario recordar algunos temas. El Estado palestino ya tiene reconocimiento de la ONU en calidad de Estado no-miembro observador, el máximo grado que puede otorgar la Asamblea General. El reconocimiento de membresía de pleno derecho sólo puede ser otorgado por el Consejo de Seguridad, donde cinco potencias tienen poder de veto, entre ellos Estados Unidos y Reino Unido. Por consiguiente, la iniciativa de Abbás no va a ser aprobada. Estados Unidos y Reino Unido ya anunciaron su oposición a la misma, posturas que Abbás conocía desde hace tiempo.
Lo que Abbás busca, por lo tanto, no es la aprobación de su iniciativa, lo que ya sabe será imposible, sino la victoria política que representaría obtener una mayoría de nueve votos a favor aunque la iniciativa termine siendo vetada por Washington y Londres. De hecho, se dice que si Abbás no garantiza estos nueve votos, ni siquiera someterá la iniciativa a votación.
El gran reto, al final del camino, es la necesidad de Abbás de proyectarse no sólo como más firme o duro, sino como verdaderamente eficaz. Es decir, Abbás sabe que su iniciativa ante el Consejo no será aprobada y que las fronteras del potencial nuevo Estado palestino tendrán que pasar por un proceso de negociación. Por lo tanto, sus más recientes movidas, incluido su discurso, deben ser entendidos como el intento por recuperar la iniciativa de los eventos. Pero eso no será suficiente si estas movidas no resultan en la extracción de al menos ciertas concesiones por parte de Israel.
Y claro que ante la Asamblea General Netanyahu defendió la contrapostura. Pero en el fondo, lo que Netanyahu y su equipo deben comprender, dejando de lado emociones y sentimientos que cualquier discurso pueda producir, es que si su Gobierno desea evitar el crecimiento de las posturas más radicales entre la población palestina, entonces no tiene alternativa sino ser el mejor socio de Abbás para ayudarle a obtener al menos algún grado de eficacia.
El seguir exhibiendo al presidente de la AP como inefectivo una y otra vez, sólo fortalece las convicciones que muchos palestinos ya tienen: que la política y la diplomacia no conseguirán nunca la obtención de las metas palestinas de un Estado libre, soberano y viable, y por lo tanto, en esa percepción, la violencia es el único camino que queda.