Señor presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás , es con gran dolor que escribo estas líneas tras haber escuchado su discurso días atrás ante la Asamblea General de la ONU. Me dolió no porque pensara que usted tiene que elogiar a Israel o concordar con las políticas del Gobierno de Netanyahu.
También yo lejos estoy de concordar con todas ellas.
Pero eso no significa estar ciega ni dejar de ser capaz de analizar no sólo los errores del Gobierno israelí sino también los suyos, señor presidente. Y uno de ellos, lamentablemente, fue mentir descaradamente ante la Asamblea al acusar a Israel de cometer un genocidio contra el pueblo palestino en la Franja de Gaza. Y lo peor es que no tengo dudas de que lo sabe.
Hay en Israel quienes hace mucho consideran que usted no es un interlocutor para la paz. Prefiero ser más cautelosa y simplemente me pregunto en voz alta si acaso tendrán razón. He escrito repetidamente a favor de las negociaciones con usted como clara alternativa a los terroristas de Hamás. Porque usted se ha manifestado públicamente contra la violencia y el terrorismo, y eso es bueno, razón por la cual lo he destacado en más de una ocasión. Pero lamentablemente, la virulencia de sus ataques, las mentiras que ha dicho ante el mundo, confirman que hay otro tipo de violencia y que es no menos nociva que los cohetes de Hamás, de los que usted, dicho sea de paso, no pronunció ni una palabra en las Naciones Unidas.
Quisiera responderle concretamente a varios de sus pronunciamientos.
«Israel ha optado por hacer que este sea un año de guerra genocida perpetrada contra el pueblo palestino».
Es increíble que un pueblo supuestamente bajo amenaza «genocida» continúe creciendo, que la zona bajo ataque «genocida» esté llena de armas y explosivos usadas contra un enemigo que claro que mató al tratar de defenderse, pero también desplegó un esfuerzo sin precedentes en la historia de las guerras para impedir que civiles se vean alcanzados por el fuego, avisando antes de bombardeos.
De la necesidad israelí de repeler los ataques durante años de cohetes desde Gaza hacia el sur de Israel usted no dijo nada. Qué extraño genocidio éste en el que el «agresor» introduce diariamente numerosos camiones con ayuda humanitaria a Gaza, mientras que los gobernantes del pueblo supuestamente bajo ataque genocida, se preocupan cada tanto de disparar hacia los pasos fronterizos, por los que entra la ayuda, para alterar su funcionamiento. Lógica de Gaza.
Usted habla de la «injusticia histórica infligida al pueblo palestino en la Nakba de 1948». Se refiere a la «catástrofe» (esa es la traducción del árabe) que supuso, según dice usted, la creación de Israel para los árabes locales, hoy llamados palestinos (en aquel momento, recordemos, había árabes palestinos y judíos palestinos, ya que el nombre Palestina no es por su pueblo, sino que fue el término dado por el imperio Romano a la tierra que durante mucho tiempo se conocía simplemente como Judea, por lo que era, la tierra de los judíos. Así se llamaba en tiempos de Jesús.
Y es interesantes que usted menciona esta «Nakba» hablando en la ONU, porque fueron los árabes los que determinaron la catástrofe cuando rechazaron abiertamente la resolución 181 de esa misma instancia, de la Asamblea General, que el 29 de noviembre de 1947 recomendó la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. Si los países árabes y el liderazgo de los árabes de la tierra de Israel - que hoy llamaríamos palestinos -, encabezados por el Mufti de Jerusalén, Haj Amín al-Husseini, declarado aliado de Hitler, no hubieran optado por el «No» a esa resolución, con tal de que no nazca Israel, no sólo no habría habido «Nakba» sino que el Estado palestino habría festejado en mayo último 66 años de existencia, junto al Estado de Israel.
Usted habla de la devastación de «casas, escuelas y sueños de miles de niños, mujeres y hombres palestinos» en Gaza. ¿Por qué no dice nada del uso de esos civiles, sus casas y escuelas para el ocultamiento y disparo de cohetes hacia Israel, hacia su población civil? ¿No se le ocurre contar al mundo lo que usted bien sabe, que en lugar de dedicarse a concretar los sueños de esa población, sirviendo sus intereses y necesidades, Hamás destinó millones a una infraestructura armada terrorista, en lugar de construir escuelas y hospitales?
Usted habla de «Estado racista ocupante que lanzó «tres guerras en cinco años en Gaza». ¿No cree que es relevante recordar que desde setiembre de 2005 no hay ni un israelí «ocupando» Gaza, a pesar de lo cual los ataques con cohetes desde allí a Israel se intensificaron? ¿Israel racista? ¿Cree entonces que todos los médicos y enfermeros que atienden diariamente a enfermos palestinos que llegan a hospitales israelíes, también desde Gaza, corren el riesgo de ir presos? No me parece; los vi hace pocas semanas atendiendo con convicción a niños palestinos, preocupándose por el bienestar de sus padres y abuelos que los acompañaban. Pero sin ir más lejos, su propia esposa, la suya señor presidente, estuvo internada hace no mucho en un lujoso hospital de Tel Aviv. Pregúntele si cree que los israelíes son racistas. A ella la atendieron bien, dirá usted, porque es la esposa del «rais», pero la verdad, varios de los palestinos de Gaza con los que estuve recientemente en un hospital israelí y conversé durante horas, me parecían gente común, algunos hasta de campamentos de refugiados, sin ningún cargo formal de nada; y vi cómo los trataban y cómo cuidaban a sus hijos. Usted mintió señor presidente, y lo sabe.
«La devastación causada por esta reciente agresión no tiene parangón en los tiempos modernos». Señor presidente, no sea irresponsable. No caiga en apariencia de ignorante en aras de la incitación contra Israel. Ni hablaré aquí de verdaderos genocidios para hacer comparaciones. Ni el sufrido por mi pueblo ni por otros. Mi limitaré a lo que pasa ahora, en su propio mundo, el mundo árabe, con los cientos de miles que mueren a manos de sus correligionarios musulmanes; casi 200.000 en Siria solamente, miles y miles en Irak. Por favor presidente Abbás, infórmese; o mejor dicho, no diga lo que usted sabe que no es cierto.
«La vida de un palestino es tan preciada como la vida de cualquier otro ser humano». Estoy de acuerdo con esta frase. El problema es que no lo están sus socios en el «Gobierno de reconciliación palestino» que conformó con el apoyo de Hamás. «Nosotros adoramos la muerte, como el enemigo adora la vida», dijeron tanto Fathi Hamad como Ismail Haniyeh de Hamás en años anteriores y en esta última guerra. El problema, para usted, es que no se refieren sólo a la muerte de los israelíes sino a la de los propios palestinos, a los que usan para su máquina terrorista.
«En nombre de Palestina y su pueblo, afirmo hoy aquí: no olvidaremos y no perdonaremos y no permitiremos que criminales de guerra escapen al castigo». Eso significa que usted tendría que exigir medidas para con los terroristas de Hamás que usaron casas, hospitales, mezquitas y escuelas como bases de lanzamiento y escondite de cohetes hacia los civiles israelíes. Que debería mostrar a su pueblo las numerosas pruebas, que seguro tiene, sobre los crímenes de Hamás para con el pueblo palestino. Si realmente tiene buena memoria, no olvide que Israel tiene la suya; por lo cual difícilmente podrá aceptar ahora correr los riesgos de una retirada de Cisjordania en aras de la creación de un Estado palestino independiente, cuando aún recuerda los cohetes lanzados desde Gaza hacia Tel Aviv y hasta cerca del aeropuerto Ben Gurión, riesgos que sería más fácil correr si creyera plenamente en usted como interlocutor para negociar, algo que usted le dificulta con su discurso venenoso.
Usted mismo habla en su discurso de la «revolución palestina que comenzó en 1965». Hay aquí una cuestión de fechas que conviene dejar en claro. ¿En aras de qué fue lanzada esa revolución? Contra la existencia misma de Israel. No fue para liberar territorios ni terminar con la ocupación, ya que en 1965 no había ni asentamientos ni ocupación. Cisjordania estaba en manos de Jordania y Gaza en manos de Egipto. Claro que en ese lapso nadie habló de crear allí un Estado palestino. Pero lo que cuenta aquí es que no había ocupación; a menos que usted diga que el Israel soberano sea el problema; o sea, a menos que lo «confirme» oficialmente.
Señor presidente, usted recuerda las «difíciles negociaciones», asegura que las encaró «con mentes abiertas, en buena fe y con un espíritu positivo». Luego dice que no tiene sentido volver a esa vía negociadora que no conduce a nada . Y yo me permito recordarle que no es Netanyahu el primer interlocutor de la AP. A él quizás le sea fácil presentarlo como un interlocutor duro, jefe de un Gobierno conservador con el que es difícil llegar a un acuerdo. Pero, ¿y antes? ¿Y cuando Arafat negoció con el laborista Barak, que le ofreció hasta dividir Jerusalén, y Arafat dijo que no? ¿Y cuando su primer ministro Abu Alá negoció con Tzipi Livni y no llegó a nada? ¿Y Ehud Olmert?
Israel comete sus errores, y no pocos, tanto en las negociaciones, como fuera de ellas. Por ejemplo, los periódicos anuncios de construcciones en asentamientos, a mi juicio, son nocivos y no conducen a nada. Pero analizando la historia del proceso de paz, está claro que los errores no son sólo de Israel. La pregunta de fondo es por qué no se ha firmado hasta ahora un acuerdo, tampoco cuando ustedes negociaron con figuras israelíes dispuestas a tantas concesiones, como han sido varios de sus interlocutores. Cabe analizar también lo que pasa del lado palestino.
«Israel rehusa poner fin a su ocupación del Estado de Palestina desde 1967». No tergiverse la historia señor presidente. No hay ningún Estado de Palestina ni jamás lo hubo. Cuando los territorios en los que hoy quiere construirlo, estaban en manos árabes (lo que mencioné antes, Cisjordania en manos jordanas y Gaza en manos egipcias), ningún árabe habló de crear ese Estado. Le aclaro: estoy a favor de que nazca ese Estado palestino. Mi único problema al respecto es que me atrevo a vaticinar que ese no será el fin del conflicto; y tal como están las cosas, no sé cómo conciliar entre la independencia palestina, que defiendo en principio, y la seguridad de Israel.
«Cultura de racismo, incitación y odio», dice usted que es lo que hay hoy en Israel. Y sostiene que se manifiesta en el «despreciable, terrible crimen cometido meses atrás por colonos fascistas, que secuestraron al joven Mohammed Abu Khdeir de Jerusalén, lo quemaron vivo y lo mataron».
Es un hecho que hay radicalización en algunos sectores de la sociedad israelí, que preocupa y debe ser combatida. La considero producto del conflicto y la creciente desconfianza en los árabes, pero no por ello minimizo la necesidad de tomar medidas para lidiar con el fenómeno. Pero su presentación de los hechos, señor Abbás, es lamentable. Porque sin olvidar ni por un momento lo terrible del asesinato de Muhammad, que conmocionó a la sociedad israelí - y usted lo sabe -, no puedo dejar de ver con preocupación su planteamiento.
Una avasallante mayoría de la sociedad israelí, autoridades, población, organizaciones diversas, condenaron con energía el asesinato de Muhammad Abu Khdeir. Israel se salió de sí para dejar en claro que fue un crimen abominable, que no tiene lugar en el marco de la discusión, por más álgida que sea, con los palestinos. Usted bien sabe que esa no fue la reacción, salvo algunas excepciones, ante el secuestro y asesinato de los tres jóvenes israelíes Gil-Ad Shaer, Naftali Frenkel y Eyal Ifrah, dos de ellos prácticamente de la misma edad de Muhammad. Usted mismo condenó el secuestro y exigió a Hamás que los devuelva. En su momento, elogié la valentía que usted mostró al hablar sobre el tema abiertamente, en árabe, ante la Conferencia de Estados Islámicos. Se ve que ahora, lamentablemente, las informaciones según las cuales la opinión pública palestina lo considera al jefe de Hamás en Gaza mucho más popular que a usted, justifica faltar a la verdad.
El presidente de Israel, Reuvén Rivlin, en un saludo que envió recientemente a las comunidades judías del mundo con motivo del año nuevo judío, habló entre otras cosas del fenómeno de la intolerancia y radicalización que le preocupan, y mencionó el asesinato «de los cuatro jóvenes», juntos. No los tres israelíes. Los cuatro: Gil-Ad, Naftali, Eyal y Muhammad.
Usted no tuvo siquiera la dignidad de recordar el triple asesinato de los jóvenes judíos. Vergonzoso.
«Es imposible, repito, imposible, volver al ciclo de negociaciones que han fallado». Es una pena que repita la lógica de Hamás, por más que oficialmente continua oponiéndose a la violencia, lo cual sigue distinguiéndole de dicha organización.
Usted lo plantea como prólogo de la presentación ante la ONU del proyecto destinado a imponer a Israel una retirada en no más de tres años y la creación de un Estado palestino independiente. El Consejo de Seguridad, problablemente no lo apruebe por el veto norteamericano, pero es factible que la Asamblea General sí. Usted tendrá así una victoria diplomática importante, otra más.
Pero es lamentable comprender que eso no significará estar sirviendo a los intereses de su pueblo.
El Estado palestino debe nacer como fruto de negociaciones con Israel, no de imposiciones diplomáticas desde afuera. El problema es que la línea que usted está siguiendo no lo acerca a ese objetivo sino todo lo contrario.
Ya se han perdido 66 años, señor presidente.
Cambie el tono, tome las medidas necesarias para inspirar confianza a aquellos israelíes que nunca le creyeron, a aquellos elementos conservadores dentro del Gobierno israelí, que se oponen a un Estado palestino independiente.
Citando al poeta palestino Mahmud Darwish, usted dice «estamos infectados con una enfermedad incurable, que es la esperanza, y amamos la vida si se nos da la chance de tenerla».
Señor presidente: no vuelva a perder la chance.