Acusar al Estado judío de implementar un régimen de apartheid es interpretado por sus voceros oficiales y allegados como una de las imputaciones más denigrantes e inadmisibles. Reconocer su existencia de alguna manera puede hacer tambalear hasta los más férreos ideales históricos.
El control militar de los territorios conquistados en la Guerra de los Seis Días no tiene perspectivas de un claro límite de tiempo. Si a ello se le agrega la masiva colonización civil judía en constante e inevitable fricción con la población palestina de la región, nadie se debe sorprender del surgimiento de un engendro institucional en donde la discriminación y segregación de estos últimos es parte inseparable del proceso. La experiencia histórica demuestra que no hay conquistas de lujo.
La versión oficial israelí trata permanentemente de rebatir estas acusaciones recurriendo básicamente a dos argumentos: la excepcionalidad (el pueblo judío es un caso especial que merece un trato diferente) o la seguridad (el derecho a repeler todo intento de hacer desaparecer Israel del mapa). En esta oportunidad pondremos en ridículo el argumento de la seguridad.
Como es de público conocimiento, días atrás Moshé Yaalón, ministro de Defensa israelí, ordenó la prohibición a obreros palestinos de viajar en transporte público junto a colonos judíos. Voceros de su oficina argumentaron estrictos motivos de seguridad en tanto el mismo Yaalón se encargó de reafirmarlo cuando posteriormente declaró que «un autobús lleno de árabes es garantía de atentado» [1].
Haim Levinson, destacado periodista del diario «Haaretz», se encargó de difundir los argumentos de representantes de colonos y sus líderes municipales en momentos de exigir esta drástica medida. El protocolo de la sesión de la Subcomisión para Cisjordania de la Comisión de Exteriores y Seguridad del Parlamento hebreo nos revela una insólita lista de las razones expuestas por los habitantes judíos de Cisjordania [2].
Elad Rahamin, de la ciudad de Ariel, se quejó de que los autobuses siempre están abarrotados de palestinos. «No es nada lógico que soldados que pasan dos semanas en sus bases, sirven a nuestro país, y después tiene que esperar, viajar parados en el mejor de los casos, y en el peor, dejar pasar varios autobuses. Una pobre soldada viaja parada y los árabes se amontonan a su alrededor».
Yoni Draier, también residente de Ariel, protestó por la falta de cortesía de parte de los trabajadores palestinos. «Mi esposa viajó en la línea cuando estaba embarazada en su noveno mes. El autobús estaba lleno de árabes y ninguno le cedió el lugar para sentarse. Simplemente tuvo que permanecer de pie todo el recorrido».
Svetlana Beto, ingeniera eletrónica de Ariel, apuntó al problema de los choferes árabes de la línea: «Debido a la mayoría de pasajeros palestinos, choferes judíos se alejan de ese recorrido. Su puesto es reemplazado por conductores árabes quienes otorgan una relación preferencial a sus compatriotas».
Ygael Lahav, Intendente de la Municipalidad de Karnei Shomrón, presentó un balance de la operación. Para este funcionario «como árabe, todo viajero palestino gana en varios aspectos. En primer lugar gana en comodidad y precio del pasaje. En segundo lugar, es una victoria sobre el conquistador judío. Desde el momento que sube, él es el victorioso pues controla el autobús de los judíos. En tercer lugar, y lo peor, goza de la vivencia de un viaje con mujeres judías».
Sorpresivamente, en la misma reunión, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) cumplieron la función de aguafiestas, aunque, como la realidad lo demuestra, el Ejecutivo hebreo hizo oídos sordos a sus apreciaciones.
Para un teniente coronel del Comando Centro de las FDI, encargado de la seguridad en la región, los acontecimientos no justifican en lo más mínimo los relatos expuestos. «Presentar toda esa realidad sólo con colores de seguridad es muy simple, pero desde nuestro punto de vista no es real. Nosotros, en nuestro comando, pensamos que la solución es simplemente incrementar la frecuencia de los autobuses».
Pese a todos los esfuerzos de los voceros del ministro de Defensa, difícilmente una persona consciente pueda tragarse el sapo de que Yaalón no actuó presionado por los colonos. Nuevamente la seguridad se convierte en un escudo de oscuros intereses.
La experiencia demuestra que día tras día el Gobierno de Israel se ve en la necesidad de adecuarse a las exigencias de los colonos judíos de Cisjordania. En este trágico proceso, lamentablemente, el judaísmo oficial israelí hace todos los esfuerzos y recurre a toda excusa posible para desprenderse de aquellos valores humanos universales que «molestan» a la conquista territorial.
La presión de los sectores fundamentalistas allegados a la colonización judía de Cisjordania no va a permitir la creación de un Estado palestino independiente, al menos, durante las próximas generaciones. Bajo estas condiciones seremos testigos de la triste convivencia entre el judaísmo y el apartheid.
Una intensa y enérgica tarea de parte de los voceros del judaísmo israelí y de las comunidades judías del mundo probablemente convenza de la decencia y moralidad de Israel a algunos líderes interesados o entregados al Gobierno de Jerusalén. Lo que no se podrá detener es el permanente deterioro de la imagen del judaísmo, no ya de Israel, en ojos de la mayoría de las sociedades del mundo. No se necesita mucha comprensión para convencerse que este proceso ya comenzó.
Ojalá me equivoque...
[1] «Yaalón: Autobús lleno de árabes es garantía de atentado»; Arutz 7; 29.10.14.
[2] «Se filtró el protocolo de la separación en autobuses de Cisjordania»; Haaretz; 28.10.14.