Buscar la paz y el entendimiento con quienes aceptan vivir en paz, sí. Claro que sí. Tratar de hallar vías de diálogo para llegar a un acuerdo ordenado o al menos a una situación concreta en la vida diaria , que permita vivir sin violencia y en mutuo respeto entre israelíes y palestinos, por supuesto. Pero eso no significa ni dejar de combatir el terrorismo, ni cerrar los ojos a las diferencias entre los dos mundo: el del terrorismo y la violencia, y el del mundo libre que está a años luz de distancia.
Y en eso volvemos a pensar a raíz del atentado terrorista en Jerusalén. El nuevo atentado, hay que decir, porque ya casi se pierde la cuenta cuando se quiere hacer un recuento ordenado.
A tan sólo diez días del ataque en el que un palestino embistió civiles en una parada del tren ligero en Jerusalén, matando a una bebita de tres meses, a una jovencita ecuatoriana y dejando a varias personas más heridas, nuevamente, el mismo escenario.
A corta distancia del lugar en el que fue cometido dicho ataque, nuevamente, un palestino irrumpió con su coche en las vías del tren ligero, arrolló civiles y a tres efectivos de la Guardia de Fronteras cuando cruzaban la calle - matando a dos de ellos y también hiriendo a los otros -, y cuando chocó contra una parada y ya no pudo seguir, salió del automóvil y comenzó a atacar gente con un hierro que llevaba consigo, hasta que fue abatido por disparos de un policía.
«Fue terrible, gente volando en el aire por el impacto del choque», dijeron algunos testigos presenciales de la desenfrenada locura del atacante.
Desde Gaza, Hamás felicitó al responsable del atentado, que resultó ser miembro de la organización y dijo que «bendice las manos de quien venga la sangre de los heridos en Al Aqsa».
Que esté claro, recuerden, es el Hamás que protesta cuando Israel se defiende de sus cohetes; el mismo.
Si lo que preocupara a los palestinos fuera el destino de su mezquita, erigida siglos atrás donde otrora estaban los templos sagrados judíos, no profanarían diariamente el santuario usándolo de base de provocaciones e incidentes violentos. No habría ni choques con la policía, ni heridos y probablemente tampoco tantas visitas de figuras judías al Monte del Templo en el que se halla Al Aqsa, si no fuera por la intolerancia musulmana, que lo que quiere es negar totalmente el vínculo judío con el lugar, alegando que «Al Aqsa está en peligro» porque hay judíos que quieren orar en la explanada, y hoy no tienen permiso de hacerlo por el delicado status quo religioso.
Dos mundos decíamos, porque Hamás bendice y felicita, un periodista turco tiene el tupé de twitear desde Jerusalén «Joven palestino baleado de muerte por policía israelí», Jordania retira el embajador en Israel hablando de peligros que sabe que no existen y en Israel se confirma que otro jefe de Hamás tuvo a un familiar internado en un hospital israelí.
Esta vez el turno le llegó a la hermana de Musa Abu Marzouk, que padece de cáncer y se halla en grave estado. El mes pasado fue la hija del jefe de Hamás en Gaza, Ismail Haniyeh, quien no por eso dejó de felicitar hace pocas semanas al terrorista que cometió otro atentado de embestida contra civiles en Jerusalén.
Haniyeh también tuvo internada en Israel a una de sus nietas y a su cuñado, esposo de su hermana. Pero evidentemente, al fanatismo no se lo vence con unos pocos tratamientos médicos en casa del enemigo israelí.
Dos mundos , decíamos también, porque veíamos fotos de las ceremonias del día de Ashura en Líbano, que los musulmanes chiítas señalan en recuerdo de la masacre de Hussein ibn Ali, nieto del profeta Mahoma, de quienes se consideran descendientes; y nuevamente aparecían en todas las agencias las terribles imágenes de los rostros sangrantes por los golpes y tajos que los chiítas se hacen a sí mismos en señal de martirologio.
Pero lo peor, un niño pequeño, que seguramente no tendría más de dos o tres años, en brazos de un hombre - ¿su padre? - con el rostro aterrorizado, llorando, en medio de esa locura, mientras el hombre se dispone a hacerle un tajo en la cara con un enorme cuchillo.
Y al coro de los «festejos», se suma el jefe de Hezbolá en Líbano, el pro iraní Hassan Nasrallah, quien combina su propio fanatismo con lo que entiende es lo que responde a los instintos más bajos de su público: el odio a Israel. Y en su discurso, en un día clave para su fe, lo que elige es advertir a Israel que «todo punto de la Palestina ocupada estará al alcance de nuestros misiles en la próxima guerra». Por las dudas, una aclaración semántica: para Nasrallah, «Palestina ocupada» es el Israel soberano, cuya existencia misma él no acepta , sean cuales sean las fronteras.
Admitimos que cuando leemos o vemos este tipo de cosas, nos envuelve a menudo un pensamiento un tanto ingenuo: ¿se les habrán terminado todos los problemas a estos fanáticos, que dedican tanta energía a Israel? ¿Se terminaron la pobreza, la miseria, las diferencias sociales y las necesidades del pueblo, que pueden dedicar tanto a odiar a Israel? ¿Alguna vez pensaron en lo que ganarían con buena vecindad o al menos, sin dedicar tanto dinero y tanto esfuerzo a armas y misiles?
Y al mundo, ese mundo que llena plazas de manifestantes preocupados cuando Israel ataca Gaza; ese mismo mundo que no dice ahora ni una palabra cuando es Egipto el que se defiende del terrorismo que sale de la franja y detona túneles y destruye numerosas casas en Rafah porque de allí llegaron, al parecer, islamistas que mataron a sus soldados; ese mundo que se rasga las vestiduras cuando hay muertos palestinos… ¿no ve lo que está pasando?
¿O simplemente no le importa?
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay