Diversos parlamentos europeos - y un Gobierno, el de Suecia - están aprobando el reconocimiento de Palestina como Estado independiente. El Congreso español se dispone a tratar la cuestión la próxima semana y la Asamblea Nacional de Francia a finales de noviembre.
Se trata, en última instancia, de dar cumplimiento a la legalidad internacional y a la resolución adoptada por Naciones Unidas el 29 de noviembre de 1947, cuando decidió la división del hasta entonces Mandato británico de Palestina en dos Estados independientes, uno judío y otro árabe.
Desde entonces hubo mucha guerra y poca paz: del rechazo inicial árabe al plan internacional, pasando por el panarabismo y los ataques en las fronteras israelíes, la ocupación judía en la Guerra de los Seis Días; tres grandes guerras más, varios conflictos regionales, dos pactos de paz, con Egipto y Jordania, dos o tres Intidadas y miles de muertos, heridos y desplazados en el enfrentamiento entre ambas comunidades.
La historia, sin embargo, no puede ser un obstáculo para dar cumplimiento a la voluntad expresada hace casi 67 años por el conjunto de las naciones.
Es evidente que la actual situación - con Israel ocupando Cisjordania y con la Franja de Gaza conquistada por Hamás y cerrada por Egipto e Israel - no puede prolongarse eternamente y se vuelve cada vez más insostenible para la población palestina y para la propia sociedad israelí, sobre cuyo funcionamiento democrático y su seguridad se destaca permanentemente el conflicto.
Netanyahu argumenta que el reconocimiento de un Estado palestino debe ser el final de las - interminables y a menudo inexistentes - negociaciones.
Se equivoca. Es todo lo contrario. El reconocimiento de un Estado palestino es apenas el primer paso, tal y como se acordó en la ONU desde el comienzo: crear dos Estados en esa región de Oriente Medio.
Y esa es la única alternativa a la guerra de mayor o menor intensidad que amenaza a ambos pueblos. Netanyahu tiene que entender que no se trata sólo de un Estado palestino, sino de la supervivencia de Israel.
Pero ese reconocimiento no puede ser un cheque en blanco para el Gobierno de la Autoridad Palestina (AP). Su presidente, Mahmud Abbás, mantiene una alianza demasiado frágil con Hamás, una organización terrorista financiada por los elementos más radicales del islam fundamentalista, y llegó la hora en que se pronuncie claramente de qué lado se encuentra.
La comunidad internacional debe ayudar a Abbás a que cumpla con todas las obligaciones de un Estado democrático. Reconocer a un Estado palestino no alcanza; también implica una gran responsabilidad.
La comunidad internacional debe colaborar también con Israel cuando plantea su preocupación, totalmente legítima, por su seguridad. Es necesario ofrecer al Estado hebreo nuevas formas de cooperación, en un intento de mejorar las relaciones y superar los obstáculos actuales.
Esa es la cuestión. Todo lo demás es escritura sobre el hielo. Hasta ahora todos los intentos de crear un ambiente que inspire credibilidad entre las partes, fracasaron. Es necesario pensar en nuevas opciones para una resolución del conflicto a largo plazo.
Pero, al mismo tiempo, se debe prestar atención a las necesidades inmediatas de ambos bandos con el fin de evitar que estalle otro nuevo.