Después de duras negociaciones en El Cairo, el pasado mes de agosto Hamás e Israel acordaron finalmente una tregua a largo plazo. Esto es lo que la comunidad internacional, que observaba impotente desde la barrera, estaba esperando.
En los primeros días del último conflicto en Gaza, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, dijo a los periodistas que estaba trabajando para encontrar una manera de «restaurar la calma», aunque lo que realmente se necesitaba era «encontrar una salida que fuera diferente».
En Bruselas, los 28 ministros de Exteriores de la Unión Europea (UE) estaban de acuerdo. «La escalada trágica de hostilidades demostraba de nuevo que la situación era insostenible».
También en los últimos días de agosto, con la tregua ya en vigor, el presidente francés, François Hollande, declaró en una audiencia de diplomáticos galos que Europa «tiene que actuar más».
Kerry, Hollande y sus socios de la UE están en lo cierto. El sufrimiento, la violencia y el estancamiento político definieron la situación entre Israel y Hamás durante demasiado tiempo. Hubieron cuatro guerras desde 2006, cada una de las cuales concluyó con un acuerdo de alto el fuego, una tregua en las tensiones y un retorno a la lucha en el plazo de dos años.
¿Cómo hacer entonces para que distintos actores como la Liga Árabe, el Gobierno de Estados Unidos y la UE puedan avanzar y romper una situación que ya es insostenible?
En el corto plazo estos actores externos tendrán que desempeñar un papel clave en la reconstrucción de la franja. Encontrar el dinero para llevar a cabo esta reconstrucción no es suficiente. El verdadero desafío es cómo contribuir a la reconstrucción en Gaza de una manera que haga desaparecer las dinámicas que crearon este conflicto, sin perder de vista que la crisis allí forma parte de un problema mayor.
Estos países sólo podrán abordar el problema correctamente si reconocen que se requiere un cambio drástico de las políticas que se llevan a cabo en tiempos prolongados de calma. Hasta ahora tendieron a mantener la situación estable con la esperanza de que el ciclo de violencia no se repita. Pero la realidad es que, en ausencia de objetivos concretos para un acuerdo de paz duradero, el conflicto armado es una posibilidad que siempre estará a la vuelta de la esquina.
Reconocerlo ayudará a implementar un cambio de paradigma en cómo estos actores se refieren a dos aspectos de la cuestión palestina. En primer lugar, se debe volver a evaluar el apoyo para el proyecto de la creación de instituciones de la Autoridad Palestina (AP). La renuncia del primer ministro Salam Fayyad en 2013 hizo añicos los supuestos que sustentan la estrategia de estos países. Desde el momento en que llegó al poder en 2007 apoyaron su programa de construcción de un Estado bajo el supuesto de que aunque las negociaciones bilaterales entre Israel y la OLP concertadas por Estados Unidos estaban estancadas, finalmente estas darían lugar a un acuerdo sobre el estatuto final que daría a luz a una Palestina independiente.
Se equivocaron. En ausencia de tratativas, la creación de instituciones bajo la ocupación mostró sus limitaciones, tanto política como económicamente. Repetir ese enfoque en la próxima reconstrucción de Gaza será muy poco útil para contribuir a una paz futura. La construcción de las instituciones tendrá que ser más ambiciosa y tener en cuenta el impacto que la situación actual tiene en la sociedad civil palestina. Esto significa que deberá incluir medios para empoderar a los palestinos y fomentar la cohesión nacional ante la amenaza de una fragmentación provocada tanto por las restricciones a la libertad de movimiento y como por la división entre los dos grandes partidos, Al Fatah y Hamás.
En segundo lugar, estos países deberán discutir la mejor manera de alterar el cálculo costos/beneficios de la ocupación israelí. Ello exige una nueva evaluación de las condiciones en las que se pacta con Israel. No me estoy refiriendo a que se debe castigar al Estado judío con un boicot; hay poca voluntad política para ello en Europa y los Estados Unidos. Lo que se debería revertir es la tendencia de hacer la vista gorda a distintas violaciones, por el bien de los lazos comerciales en sectores como la ciencia y la tecnología.
Ninguna de estas reformas mejoraría las perspectivas de paz y la posibilidad de creación de un Estado palestino en un plazo inmediato. Pero darían lugar a una alteración gradual de la situación actual y crearían una dinámica positiva en el medio y largo plazo. Esto, a su vez, contribuiría al que sigue siendo el objetivo final, un Estado palestino viable, independiente y soberano conviviendo con un Israel seguro.