En circunstancias adversas, he defendido las razones de Israel en su lucha por sobrevivir bajo permanente asedio bélico. Mi postura, en este complejo conflicto, es clara y comprometida. Pero lo es porque estoy convencida de que esa es la postura ética: defender el derecho palestino a un Estado y, a la vez, criticar el terrorismo que usa la causa palestina para tener una guerra abierta permanente, con dedicación económica y logística, de los países vecinos. No olvidemos que la paz árabe-israelí no se decide en Jerusalén, ni en Ramallah, sino en Doha, Damasco o Teherán.
Si algo, pues, me resulta incomprensible - aparte de la supina ignorancia de los furibundos antiisraelíes conocidos - es la permanente crítica frontal contra las razones de Israel, en paralelo al paternalismo bobalicón con que se tratan los desmanes del yihadismo que interactúa en Palestina.
Sobre Israel se acumulan tantas mentiras en el ágora pública como estupideces, y si algo resulta difícil es debatir desde la inteligencia.
En este sentido, y perdonen el spot, el libro que hicimos, mano a mano, con Tomás Alcoverro, «Atrapados en la Discordia», fue un sano intento de confrontar posiciones divergentes desde el conocimiento y no desde los tópicos y las mentiras. Porque, no nos engañemos, en general sobre Israel no se debate, sólo se conjugan los verbos que casan bien con el prejuicio.
Con todo, hoy mi posición ética no me permite estar del lado israelí. Me refiero al proyecto de ley que inicia su debate parlamentario, y que tiene como objetivo definir a Israel como un «Estado judío», diferenciando a los ciudadanos en función de la identidad.
Puedo entender la necesidad de dejar claro que es la patria de los judíos, dado el carácter milenario y diaspórico del pueblo judío, y la necesidad de volver a Eretz Israel después de persecuciones atroces.
Pero también es necesario recordar que ese Estado se asentó sobre bases democráticas, siempre fue integrador y en él tienen cabida todas las identidades.
De hecho, es indiscutible que la población árabe de Israel - 20% - tiene los estándares de calidad de vida y libertad más altos de todo el mundo árabe.
Cualquier ley que discriminara por identidades sería letal para la credibilidad de la democracia israelí y dejaría a quienes defendemos sus razones sin bagaje ético.
Es cierto que el debate de la ley justo empieza, y que, a tenor de lo que dice la prensa israelí, es previsible imaginar cambios sustanciales que eliminen las malsonantes ideas que ahora avala.
Pero también es difícil entender por qué el Gobierno se ha metido en este lío.
En cualquier caso, es de esperar que este mal proyecto renazca alejado de la intención que ahora tiene, porque no cabe en la democracia israelí ningún concepto que se base en la discriminación.
Al fin y al cabo, Israel puede sobrevivir a muchas guerras, pero nunca podría sobrevivir a su ruina moral.