La votación de la ley fundamental «Israel como Estado nación del pueblo judío» ha sido postergada y se busca supuestamente una versión que ponga fin a las fuertes discusiones dentro de la coalición del primer ministro Binyamín Netanyahu. Pero nada indica por ahora que ello se alcance, tomando en cuenta las declaraciones del jefe de Gobierno, aclarando que está decidido a pasar la ley «con o sin acuerdo».
El tormentoso debate que tuvo lugar el pasado miércoles en el Parlamento, confirma lo complejo del tema. Cabe recordar que la referencia a Israel como Estado judío, no es un invento de Netanyahu ni del Gobierno actual. En la propia resolución 181 de la Asamblea General de la ONU que recomendó en noviembre de 1947 la partición de la Palestina del Mandato Británico en dos estados, se hablaba de «un Estado judío y un Estado árabe». El término «Estado judío» aparece allí casi 30 veces.
También está en la Declaración de Independencia de Israel en mayo de 1948 y en numerosos documentos posteriores, incluyendo iniciativas de paz.
Podrá haber quienes se pregunten cuál es el problema; por qué tanta polémica alrededor de una ley que determinaría algo que todos sabemos, que Israel es el Estado judío. Pero la terminología tiene su peso y muy especialmente en una situación tensa como la actual, influye.
Uno de los trasfondos complejos de la presentación de la nueva propuesta de ley, está anclado en las discrepancias con la Autoridad Palestina (AP), que nunca aceptó reconocer a Israel como Estado judío, diciendo sus voceros que ellos reconocerán a Israel y que Israel «se defina como quiera».
A ojos de Israel, en realidad los palestinos no reconocen a Israel como Estado judío como forma de quitar legitimidad a su existencia nacional. El momento álgido actual, de profunda tensión entre las partes, no agrega calma al debate.
«La ley de Nacionalidad expresa el hecho que el Estado de Israel es el Estado nación del pueblo judío y sólo suyo, al mismo tiempo que se salvaguardan los derechos personales de todos y cada uno de los ciudadanos de Israel», declaró Netanyahu días atrás, reiterando que solamente el pueblo judío tiene derecho a la autodeterminación en el Estado de Israel.
Puede sonar antipático y discriminador, pero es cierto. El Estado de Israel, el único Estado judío del mundo, es el creado para la autodeterminación nacional del pueblo judío. Ello no debe socavar en absoluto los derechos de las minorías no judías, ni por asomo. Y Netanyahu ha recalcado reiteradamente que esa no es la intención y que Israel continuará, como siempre, garantizando tanto el carácter democrático del Estado como los derechos de sus ciudadanos no judíos.
El problema es que más allá no sólo de las declaraciones sino de lo que estamos seguros son las auténticas intenciones del primer ministro, el espíritu del texto presentado por los diputados Zeev Elkin y Yariv Levin, considerados del ala más conservadora del partido Likud, destaca con especial énfasis el carácter judío de Israel y sólo en un párrafo menciona que en Israel el régimen de gobierno es democrático.
El presidente de Israel, Reuvén Rivlin, que se manifestó públicamente contra la ley en cuestión, recalcó que ésta da a entender que el proyecto sionista fracasó, al distinguir entre lo judío y lo democrático.
«Siempre han coexistido en forma integral ambas cosas», destacó Rivlin. «No se pueden separar. Israel es judío y democrático por igual; no hay contradicción entre uno y otro».
El analista Ben Dror Yemini, del portal Ynet, aclara que Netanyahu tiene parte de razón al sentir que hay quienes intentan quitar legitimidad a Israel como Estado judío y democrático. Y recuerda que así como hay elementos en la derecha nacionalista y religiosa que prefieren destacar el carácter judío y dar menos importancia al democrático, hay en la izquierda quienes recalcan sólo la parte democrática y no la judía del doble carácter de Israel.
Y en medio de todas las discusiones acerca de si la intención de Netanyahu es discriminar a los árabes ciudadanos de Israel - lo cual él niega rotundamente -, o ganar puntos con el sector más conservador del mapa político israelí, el argumento central de los expertos contra la moción legislativa es que no es necesaria y que resultará nociva ya que tiene elementos que pueden ser vistos como no democráticos. El propio asesor jurídico del Gobierno, Yehuda Weinstein, aclaró que él, como experto en leyes, no la puede defender.
El ex ministro de Justicia, Daniel Friedmann, se refirió a la ley como «declaración innecesaria que no agregará nada ni resolverá nada» y opinó que «en la situación explosiva actual, tiene el poder de empeorar las relaciones de Israel con sus minorías».
«Ésto complicará la situación general e intensificará innecesariamente los ataques contra la legitimidad de Israel», aseguró.
Uno de los problemas centrales, a nuestros ojos, es la falta de visión política que hay de por medio.
Claro que Israel es el Estado judío. Claro que tiene derecho a serlo. Claro que los palestinos no lo quieren reconocer. Claro que ello no es buena señal. Pero el carácter judío de Israel no se verá fortalecido por proclamaciones provocativas.
¿A qué aporta el aclarar que el derecho de autodeterminación es exclusivamente del pueblo judío? ¿Y en qué ayuda el aclarar que el hebreo es el único idioma oficial y el árabe tiene sólo un status especial? A nuestro criterio, nada.
Israel es un ejemplo de democracia en un entorno dictatorial y cruento. Aún con sus problemas, como tienen también otras grandes democracias, es ejemplar.
Esta ley no aporta nada a su esencia judía, que es un hecho contundente, pero sí deja la impresión equivocada de que sus ciudadanos árabes son menos que los judíos.
El que haya enemigos hipócritas de Israel, no significa que el Gobierno israelí tiene que actuar sin pensar en las repercusiones de sus actos.
Quizás baste con recordar lo que sucedió en 1980 cuando el entonces primer ministro Menajem Begin alentó la promulgación de la Ley Fundamental «Jerusalén capital de Israel». Lo que se logró fue que las embajadas extranjeras que sí estaban en Jerusalén, se trasladaran fuera de la ciudad por la polémica internacional.
Jerusalén era y siguió siendo la capital de Israel. La ley declarativa, promovida por razones internas, no cambió ese hecho ni solucionó nada, pero sí empeoró la situación diplomática. De más totalmente.
Esto nos hace acordar un dicho en hebreo muy común en Israel, que se suele usar respecto al riesgo que supone a veces el salir a manejar: «En la calle no busques tener razón, sino actuar con inteligencia».
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay