En ausencia de guerras, revoluciones o levantamientos populares, analistas y políticos tienden a prestar insuficiente atención al desarrollo de síntomas de un paulatino aunque dramático reordenamiento histórico. Probablemente la interpretación más común de los últimos acontecimientos alrededor de las «relaciones especiales entre EE.UU e Israel» pertenece a este tipo de comportamiento.
No sería arriesgado afirmar que, aún sintiéndose muy fuerte, para la gran mayoría de la sociedad israelí estas relaciones especiales con la superpotencia del norte son consideradas un elemento fundamental e imprescindible del patrimonio nacional de seguridad. En palabras de un conocido analista israelí: «Sí, los estadounidenses son torpes. Sí, ellos cometieron mil y un errores. Pero hay una pequeña diferencia entre ellos y nosotros: ellos se pueden permitir perder a Israel. Nosotros no nos podemos dar el lujo de perder a EE.UU» [1].
El derrumbe de la coalición gobernante en Israel y el inmediato llamado a elecciones anticipadas dio lugar a la apertura del típico debate político en el cual las aparentes tensas relaciones del último tiempo entre ambos países se convirtieron en temática central.
La difusión del intercambio de amenazas, calumnias e injurias con la administración de Washington incentivó a partidos opositores a un ataque frontal contra Netanyahu. Lapid lo acusó de «ocasionar un daño grave y continuo al pacto estratégico entre Israel y EE.UU» [2]. Itzjak Hertzog, jefe de la oposición, no se quedó atrás cuando afirmó que «la ruina de las relaciones con EE.UU lleva la firma de Netanyahu» [3]. Zehava Gal-On, líder del partido de izquierda Meretz declaró que «el Gobierno continúa devastando las relaciones con EE.UU» [4]. Hasta Ehud Barak, el viejo aliado de Netanyahu, se quejó de que «las relaciones de Israel con Estados Unidos se dañaron» [5].
Mucha agua corrió debajo de los puentes del Jordán y el Hudson desde aquel altercado diplomático con el presidente Eisenhower en 1956 que obligó a Ben Gurión a dar al Ejército de Israel la orden de retirada inmediata de la Península de Sinaí. Israel se convirtió en una potencia estratégica y hace tiempo que dejó atrás la función del pordiosero que golpea puertas en busca de ayuda.
Lo que no entienden los políticos de la oposición es que el mecanismo de fuerzas dentro de la sociedad estadounidense para Netanyahu es un juego de niños. Pocas veces la verdad está tan cerca suyo cuando afirma que «no hay en Israel persona que conozca EE.UU mejor que yo» [6].
Acorde con su carácter personal prepotente, desde que comenzó su segundo mandato como primer ministro en 2009, Netanyahu se propuso modificar drásticamente el orden jerárquico de las relaciones con la administración estadounidense. Es cierto, el respaldo incondicional de EE.UU es un elemento estratégico esencial y momentáneamente irremplazable para sus planes futuros. Pero este objetivo no necesariamente se puede lograr bajo el comportamiento sumiso y complaciente que caracterizó a los gobiernos israelíes hasta la fecha.
Con la astucia política que lo caracteriza, Netanyahu captó muy bien el desarrollo y fortalecimiento de ciertos síntomas dispuestos a jugar a su favor. A la formidable influencia del poderoso lobby judío AIPAC, capaz de interferir en el comportamiento de los miembros del Congreso estadounidense, en los últimos años se incorporó un nuevo y no menos efectivo factor de poder a favor de Israel.
En un país en donde el dinero es el principal motor que mueve la sociedad, ningún parlamentario o miembro del ejecutivo, por más que sus ideas democráticas le indiquen lo contrario, puede dejar de lado la presencia de una gran mayoría de megamagnates judíos entre aquellos que sobresalen por destinar las mayores cifras millonarias para interferir en la política de Washington [7]. Por si fuese poco, algunos de ellos, ciudadanos estadounidenses, no tienen el menor reparo en declarar que están dispuestos a derrochar cientos de millones de dólares para influenciar sobre la opinión pública de EE.UU a favor de Israel [8].
Bajo estas condiciones, Netanyahu logra en pocos años un reordenamiento de los vínculos jerárquicos entre los dos países de manera que Israel rompe las relaciones de dependencia con obediencia para convertirse en un socio preferencial con exigencias de un servilismo incondicional estadounidense. Los roles se intercambiaron.
Ante esta nueva realidad, pareciera que la Administración Obama no se inquieta mayormente, y fuera de algunos tartamudeos que la ocasión obliga, da la impresión que se adaptó rápidamente a las nuevas reglas que le impuso Netanyahu.
Uno de los mejores ejemplos se nos presenta esta semana. Ante la prevista arremetida palestina a las instituciones de la ONU para avanzar en la declaración de un Estado palestino independiente, Netanyahu demanda acciones apropiadas y urgentes del canciller israelí; no de Liberman, sino de Kerry, que para su encuentro viaja de urgencia a Roma.
Durante las primeras décadas de la existencia del Israel independiente se bromeaba con la aspiración de agregar una estrella más en la bandera estadounidense. A nadie se le ocurrió que en nuestro tiempo muy bien podría ser la Estrella de David.
Ojalá me equivoque...
[1] «Así dañó Netanyahu las relaciones con EE.UU»; Ben Caspit; Maariv; 15.8.14.
[2] «Ataque directo de Lapid a Netanyahu» Ynet; 3.12.14.
[3] «Netanyahu: Israel tiene derecho a construir Jerusalén» Canal 2 Israel; 27.10.14.
[4] «Réplica de Gal-On a las grabaciones difundidas»; Radio Galei Tzáhal; 10.12.14.
[5] «Las relaciones de Israel con EE.UU se dañaron»; Walla; 8.12.14.
[6] «Así dañó Netanyahu las relaciones con EE.UU»; Ben Caspit; Maariv; 15.8.14.
[7] «¿Dinero de quién doblega la democracia norteamericana?»; Daniel Kupervaser; http://daniel.kupervaser.com/…/dinero-de-quien-doblega-la-…/
[8] «La borrachera del dinero»; Daniel Kupervaser; http://daniel.kupervaser.com/…/11/14/la-borrachera-del-din…/