¿Alguien escuchó últimamente de algún intelectual catalán renunciando solemnemente a su condición de español por protesta a la negativa del Gobierno de Madrid a realizar un referéndum por la independencia de Cataluña? ¿o de algún escocés renunciando a su condición de británico por considerarse discriminado? ¿o de algún valón renunciando a su nacionalidad belga en protesta al excesivo poder en su país de la población flamenca?
Tampoco, por supuesto, hay mucha bibliografía ni muchos artículos de prensa de rusos que se quejan por la ocupación rusa de Chechenia ni de chinos que se lamenten de la ocupación china de Tibet.
Ni siquiera hay un exceso de protestas de airados defensores de los Derechos Humanos por la ocupación turca del norte de Chipre de la cual este año se cumplieron 40 años.
Pero no hay ninguna escasez semejante de israelíes y de judíos de nacionalidades varias que expresan de la manera más diversa y con la más despampanante variedad de argumentos su disconformidad con el Estado de Israel y con su propia condición judía.
El último excéntrico entre esos críticos, que muy previsiblemente ha provocado grandes titulares en la prensa europea y norteamericana, es el profesor de Historia de la Universidad de Tel Aviv Shlomó Sand.
Sand nació en 1946 en Linz, Austria, como hijo de sobrevivientes polacos del Holocausto. La cultura prevaleciente en su hogar fue la cultura idish. Su padre, que durante su juventud estudió en una yeshiva (seminario rabínico), rompió tajantemente con la religión y se hizo comunista. Su esposa, a la que conoció en un campamento de personas desplazadas en Munich, compartió fervientemente esas ideas.
Sand pasó los dos primeros años en el campo, y luego la familia se trasladó a Yaffo en 1948. Fue un alumno rebelde y a los 16 años lo expulsaron del colegio secundario por mala conducta. A fines de los años '70 y comienzos de los '80 trabajó en toda clase de empleos y culminó sus estudios secundarios a los 25 años. Su participación en el Ejército en la Guerra de los Seis Días de 1967 lo llevó a conclusiones muy radicales que lo acercaron a la extrema izquierda, tan a la extrema que no le alcanzó con la posición militante de la Juventud del Partido Comunista sino que en 1988 se afilió a la organización anti-sionista Matzpén. Sin embargo, renunció a ella en 1970 desengañado por la ideología y la práctica de este movimiento.
Matzpén existió hasta comienzos de los '80 cuando se fragmentó en distintos grupúsculos, entre ellos uno ligado al movimiento trotzkista mundial.
Shlomó Sand se dedicó al estudio de la Historia y se licenció en la Universidad de Tel Aviv en 1975. Después de su graduación decidió que estaba harto de Israel, obtuvo una beca en Francia y permaneció 10 años en ese país y concluyó su maestría en Historia Francesa con una tesis sobre «Georges Sorel y el marxismo».
Luego inició una exitosa carrera académica como profesor en Francia y a partir de 1982 en la Universidad de Tel Aviv. Escribió una decena de libros sobre diversos temas, participó en polémicas con personalidades como el profesor Zeev Sternhell, especialista israelí en el pensamiento político francés, y se definió a sí mismo como post-sionista ya que no reconoce que el pueblo judío tenga «derechos históricos a la Tierra de Israel».
El profesor Sand adquirió notoriedad internacional con su libro titulado en el original hebreo «Cómo y cuándo fue inventado el pueblo judío», publicado en 2008. El libro hace recordar en su argumentación al de Arthur Koestler «La duodécima tribu: el imperio khazar y su herencia», publicado en 1976, en el cual el escritor húngaro-británico, ex secretario de Vladimir Jabotinsky, sostenía que los judíos del siglo XX no descienden de los antiguos hebreos, sino de los khazares, un pueblo asiático que se convirtió al judaísmo en la Edad Media.
Sand también menciona a los khazares pero sostiene que los orígenes de los judíos actuales son muy diversos y que no tienen nada que ver con los antiguos hebreos de la narración bíblica. El libro de Sand, a diferencia del de Koestler, tuvo una enorme repercusión. Fue un éxito muy grande en la edición francesa que salió el mismo año que la original hebrea y al año siguiente sea editó en inglés. Desde entonces hasta hoy se publicó en alemán, italiano, español, portugués, árabe, ruso y esloveno y al parecer hay traducciones previstas a otros idiomas.
Según fuentes editoriales en Israel, es el libro de historia escrito por un israelí que ha sido traducido a más idiomas que cualquier otro dedicado a la investigación histórica.
En abril de 2012, el profesor Sand escribió una secuela de su libro: «La invención de la Tierra de Israel» que básicamente aplica el mismo criterio que utilizó en su primer libro: si en el primero, hablaba de la no existencia de un vínculo de los judíos de hoy con los antiguos hebreos, en el segundo, afirmó la artificialidad del pueblo judío como tal y la virtual inexistencia de vínculos reales de los judíos del mundo actual con la Tierra de Israel.
Pero fue en 2013 que Sand llegó a la culminación de su polémica trilogía con la publicación en hebreo de su libro «Cómo dejé de ser judío», publicado en inglés en 2014. En él examina críticamente el tema de la identidad judía y establece una división tajante entre lo judío y lo israelí. Rechaza lo que considera «judeocentrismo» tribal aunque al mismo tiempo reconoce un profundo vínculo con la cultura israelí y la vida en el Israel de hoy.
El periódico inglés «The Guardian», conocido por su posición anti-israelí y por su simpatía hacia los israelíes críticos y disidentes, publicó el pasado 12 de agosto un fragmento del libro.
En ese fragmento que resume algunas de las tesis básicas del libro, no hay mención alguna a la negativa nazi a autorizar una autodefinición de los judíos de su propio judaísmo enviando a muchos de ellos que dejaron de serlo por decisión propia a los crematorios. Tampoco hay mención alguna a que el antisemitismo pueda tener algo que ver con el abandono deseado o forzado del judaísmo. Realmente es una omisión más que curiosa en un historiador. Obviamente, el polémico autor no se ha planteado la situación hipotética de qué habrían hecho los nazis con su sofisticada renuncia a su condición de judío.
Con ello, hay que admitir que el profesor Sand reconoce tener opiniones más bien extrañas. En la síntesis de «The Guardian» escribe: «Por mi negativa a ser judío soy una especie en desaparición. Yo sé que al insister en que sólo mi pasado histórico fue judío, mientras mi presente (para bien o para mal) es israelí, y finalmente que mi futuro y el de mis hijos (al menos en el futuro que deseo para ellos) debe estar guiado por lo universal, contrariamente a la moda dominante, que se orienta hacia el etnocentrismo».
Nadie exige de un historiador que sea profeta, pero por lo menos que mire al mundo a su alrededor y no se haga falsas ilusiones. El profesor Sand parece no enterarse o no dar importancia a las despiadadas matanzas que se están produciendo en el mundo árabe ni enterarse de las luchas sectarias en el seno del islam. Tampoco parece haber tenido noticia de la Yihad en curso y la lucha contra los infieles de parte de los sectores radicales del islam. Se espera de un historiador que tenga cierto sentido de la realidad. Pero con su hermosa teoría universalista parece convencido de que es posible omitir ese molesto detalle.
Eso plantea un interrogante muy políticamente incorrecto ¿Cree el profesor Sand que su seudo-audaz renuncia a su condición judía le servirá de mucho si es que llega a encontrarse con un amante de Alá que espada en mano espera decapitarlo?
Algo similar sucede con su denuncia de Israel como una de las sociedades más racistas del mundo. Sin duda, al profesor Sand le haría bien un periplo por varios países árabes y musulmanes para dar conferencias sobre su curiosa decisión de dejar de ser judío pero eso sí, conservando su identidad israelí. Si es que sale con vida, podrá apreciar que en materia de racismo, los fieles seguidores del profeta Mahora, superan aún a los más recalcitrantes derechistas israelíes.
Otra de sus vistosas extravagancias, es el rechazo a la legitimidad del judaísmo secular, humanista o cultural. Al respecto escribió brillantemente el columnista de «Yediot Aharonot» Anshel Pfeffer (15.11.14): «Al igual que los ideólogos de la ultraortodoxia, Sand niega que exista algo así como una cultura judía secular. A su juicio, ninguno de los logros de intelectuales o artistas judíos puede ser considerado judío, sino que es universal o, en todo caso, pertenece a las naciones en cuyo seno viven. La influencia de sus raíces judías sólo puede ser considerada incidental. Esto es un planteo estrictamente ultraortodoxo: el judaísmo sólo puede expresarse en la práctica y la reflexión religiosa, todo lo demás es cosa de gentiles».
Obviamente ese planteo ignora la realidad existente tanto en Israel como en el seno de las comunidades judías en el mundo. En Israel la ultraortodoxia y la ortodoxia ultranacionalista son minorías rechazadas por la mayoría del pueblo y en el gran mundo judío las corrientes más ortodoxas decaen mientras prosperan las visiones más liberales, más abiertas al judaísmo, un judaísmo que se identifica con la diversidad, la creatividad y la libertad de ideas que enriquecen año tras año al pueblo judío y al mundo en numerosas ramas del arte y la ciencia.
Felizmente esta realidad no será modificada en absoluto por la caprichosa e imposible renuncia del profesor Sand a su condición judía.