Estamos conmocionados. Tres individuos, con agua en el alma y mierda en el cerebro, entraron en la redacción de unos humoristas y dispararon al corazón de la libertad. Y lo hicieron allí donde la ilustración puso luz a la razón y envió a los dioses a casa.
Europa, nuevamente, fue atacada y la brutalidad del acto, tan cerca de todos nosotros, nos deja indignados, abatidos y desconcertados.
Arrecian los comentarios, se multiplican las manifestaciones, los dibujantes dibujan sonrisas rotas a la tragedia y en el centro de las emociones, palpita el dolor. Y entre todos, aparece el titular: hemos vivido el 11-S de la prensa.
Sin embargo, ¿de qué nos sorprendemos? Y, sobre todo, ¿por qué nos duele más este atentado sangrante que sus precedentes?
Hace pocas semanas los mismos mortíferos entraron en el patio de una escuela, dispararon a los niños y asesinaron a la infancia. Ciento treinta y dos niños asesinados. ¿Quién escoge una escuela como campo de tiro? ¿Quién, sino el mal puro, considera que un niño es el objetivo?
Y antes de ello, envenenamiento de niñas, lapidaciones, niñas secuestradas y convertidas en esclavas sexuales, matanzas colectivas, cristianos masacrados, kurdos quemados, decapitaciones.
¿Cuánto hace que la locura totalitaria nos dice que es una ideología de muerte que no respeta a nada y a nadie, y que considera a todos los humanos, de cualquier edad y religión, como objetivos terroristas?
¿Cuánto hace que nos avisan? Mucho, tanto que llevamos miles de muertos en todos los rincones del planeta, y no hay nada seguro porque la trinchera de su guerra es el mundo.
Hay que decirlo claro: nos han declarado la guerra. ¿A quién, a Europa, a Occidente? No. Han declarado la guerra a la libertad, y ello incluye a todos, también a todos los musulmanes que quieren vivir libremente.
De hecho, no sobra recordar que estos tipos a quienes más matan es a musulmanes. La cuestión, sin embargo, no se centra en los lobos solitarios que perpetran cualquier locura, ni en sus biografías derrapadas hacia la maldad, sino en lo que hay detrás.
Mientras las teocracias islamistas potencien con millones de dólares a imanes integristas en todo el mundo, tendremos ejecutores de la muerte.
Mientras la ideología totalitaria goce de impunidad en muchas países, tendremos ejecutores de la muerte.
Mientras sea normal que aliados nuestros persigan a cristianos, judíos y etcétera, tendremos ejecutores de la muerte.
Mientras en nuestra sociedad practiquemos el buenismo con los integristas, tendremos ejecutores de la muerte.
Mientras sea más importante el dinero del petrodólar que la ideología que defienden sus propietarios, tendremos ejecutores de la muerte.
Y, al igual que hicimos con Hitler y con Stalin, si miramos para otro lado, tendremos mucha, mucha más muerte.
Esta ideología no es pactable, ni banalizable. O la vencemos, o vence el mal.