Ni manifestaciones masivas, ni pancartas ni titulares periodísticos expresando horror y solidaridad con las víctimas. Nadie dijo «Je suis Super Kosher». Parece que hay muertos de primera y segunda categoría. Sin duda, es mucho más lucido identificarse con reconocidos artistas o intelectuales que con ignotos judíos, supuestamente religiosos, que simplemente van a comprar su comida al super.
Después del primer ataque terrorista, propuse «Charlie es judío». Algún lector opinó que la asociación era caprichosa. Lamentablemente, un día más tarde el segundo ataque confirmó que no lo era.
Lo asombroso es que el golpe terrorista al mercado kosher no sólo no es arbitrario ni desvinculado del primero, sino que pone en evidencia el fondo y el sentido de este.
Al igual que el nazismo, que en su devastadora acción asesinó a cristianos, gitanos y millones de individuos de diferentes orígenes y condiciones, pero cuya raison d’être y eje articulador era - y es - el antisemitismo (léase, si no, «Mein Kampf» y los innumerables decretos que el régimen produjo a lo largo de más de una década), el fundamentalismo islámico extiende sus tentáculos de muerte y horror a partir del mismo núcleo.
Insisto en la relación entre ambos fenómenos, aun si parecen provenir de lugares, épocas y mentalidades diferentes.
A primera vista es difícil percibir el íntimo parentesco: «Charlie Hebdo» es una publicación progre, de izquierda, que toma como objeto de mofa y sátira expresiones religiosas de diversas corrientes y denominaciones. El mercado kosher es, por el contrario, un sitio al que acuden personas observantes de los preceptos que su fe les impone. Dos lugares, dos instancias que no podrían aparecer como más antitéticas.
¿No será esta supuesta paradoja la clave para ayudar a entender la trama del fenómeno? O, dicho de otra manera: ¿qué de lo judío sintetiza y representa ese amplio abanico de formas de vida y pensamiento que el fundamentalismo quiere eliminar? ¿Y - tal vez esta es la pregunta clave - qué de este deseo perverso anida en el corazón mismo de la Europa culta, laica y «democrática»?
Se dice que los recientes ataques y el repudio que suscitaron serán, en última instancia, favorables a la ultraderecha. Pero veamos: la ultraderecha es xenófoba. La ultraderecha es anti islamista. La ultraderecha es antisemita. Otra vez, términos que parecen opuestos resultan casi idénticos.
Si, como todo parece indicar, la ultraderecha francesa - y no solo - crece y se fortalece, habrá que asumir que entre islamistas extremos y ultraderecha hay, al menos, un consistente núcleo común. No los une el amor sino el espanto, claro: el odio al judío, una vez más, fabrica los socios más inesperados.
Como ya dije, muchos representantes de la izquierda han mostrado simpatía por regímenes totalitarios (¿habrá que recordar el pacto Ribbentrop-Molotov, entre otros fenómenos siniestros?); muchos pensadores «progres» han expresado su furor antisemita en términos sorprendentemente similares a sus enemigos de derecha.
Las identificaciones ideológicas no son las que aparecen en forma explícita.
Hasta que Occidente no se interrogue de manera honesta sobre tan grave cuestión, su propia subsistencia estará en peligro. Y no será, reitero, «la amenaza que viene de afuera», los aliens depredadores que invaden un mundo racional y evolucionado.
El «otro» es uno mismo. Y tratar de eliminarlo es autoaniquilarse.