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Somos diferentes... o parecidos

El reciente esclarecimiento de la masacre en la comunidad LGTB en Tel Aviv, ocurrida hace casi cuatro años, indujo a realizar encuestas. Una de ellas puso de manifiesto que el 49% de los israelíes piensan que la homosexualidad es una aberración, es decir, un fenómeno anormal.


Generalmente aquél que considera a otro anormal, piensa que él es normal. Por ello, se supone que dicho 49% se consideran normales. Además, esos tres millones y medio de ciudadanos israelíes que se denominan normales también creen, por lo visto, que la normalidad es una cualidad positiva.

La normalidad destaca generalmente, una adaptación a las normas aceptadas por un contexto humano determinado. Las normas, como es sabido, cambian de sociedad en sociedad y de comunidad en comunidad; aquéllas que son aceptadas por algunas, podrían considerarse anormales en otras.

Millares de personas se arrodillan cinco veces por día y bajan sus cabezas balbuceando determinadas palabras. ¿Son normales? Y si lo son, ¿aquéllas que no lo hacen son pervertidas? ¿Que se dirá acerca de quienes sujetan gallinas, las hacen girar sobre las cabezas de sus hijos y de inmediato les cuartean el cuello (a las gallinas)? Y las personas que acuden multitudinariamente desde todos los confines del planeta para besar una piedra ¿son normales? Si es así, los que no lo hacen, ¿son anormales?

¿Qué se puede decir acerca de aquella gente que se conglomera en un valle para colocar una esquela sobre las ramas de un árbol que allí florece, teniendo como paisaje la ciudad de Kyoto en Japón? ¿Son normales? Y si un acontecimiento como ese le parece no muy normal a alguien, ¿qué pensará acerca de aquéllos que introducen papelitos en los intersticios de un muro en Jerusalén? ¿Son normales?

En el barrio donde vivo una mujer pronunciaba discursos en ruso mirando hacia los árboles de la alameda. Esta señora culminaba sus conferencias con insultos en hebreo. Los vecinos decían que no era normal. Por otro lado, en un muy renombrado edificio público en Jerusalén, hay personas que disertan en hebreo y se blasfeman constantemente unos a otros.

De lo dicho anteriormente se desprende que el concepto «normalidad» expresa una distorsión aceptada como norma en una comunidad, mientras que se considera aberración en otra. La fuente de la expresión «norma», del latín, se relaciona con un instrumento que con su ayuda los carpinteros diseñan con exactitud un ángulo de 90 grados, conocido como «ángulo recto».

En carpintería, el ángulo recto - que es la norma - tiene una importancia superlativa al brindar estabilidad a sillas, mesas y diferente mobiliario. Todo aquél que predica en pro de la normalidad, exige imponer al resto de la humanidad su ángulo distorsionado, y convertir a las personas en muebles. Por eso, no existe algo más aberrante que el anhelo de «normalizar» a las personas.

Está escrito que «el hombre es como el árbol del campo»; la inclinación natural del árbol es hacia el exterior y el hombre se nutre del mismo para exteriorizar sus sentimientos.

Permitan al hombre vivir su propia vida y no pretendan imponerle el «ángulo recto».

Fuente: Israel Hayom
Traducción: www.israelenlinea.com