El escepticismo frente a la existencia de los dioses o los profetas, de donde surge la posibilidad de ironizar sobre su presencia en el mundo terrenal, se ha vuelto una postura muy peligrosa frente a grupos que no han desacralizado sus creencias y valores, o se encuentran, peor aún, en un proceso radical de resacralización. Ironizar sobre la existencia de los profetas o los dioses no implica burlarse de ellos, sino de quienes se toman demasiado en serio su existencia hasta el límite de morir y matar en su nombre.
La sátira a partir de la caricatura expresa en la cultura política moderna no lo absurdo de la existencia de los dioses, sino su traslado a la política, al Estado y a la sociedad como un conjunto de valores y creencias absolutas e incuestionables.
El absolutismo de los principios significa, como diría Nietzsche en la interpretación del filósofo francés Giles Deleuze, la imposibilidad de discutir el valor de los valores, es decir, la imposibilidad de la crítica misma, de un lado. Y de otro, la imposibilidad de discutir la conversión de esos valores en proyectos políticos y sociales, y menos todavía insinuar su vinculación con lógicas de poder y dominación.
La sátira tiene como condición no claudicar ni hacer concesiones frente a ningún fundamento, menos todavía cuando adquiere el valor de sagrado y pretende levantarse en principio regulador de la vida colectiva e imponerse por la fuerza. En ese espacio maravilloso a la crítica que abre el racionalismo de la cultura política moderna, con su escepticismo hacia una devoción aberrante a todo lo sagrado, se ubica la vuelta a los kioscos de «Charlie Hebdo».
La pregunta intrigante, sin embargo, es en qué contextos las creencias religiosas, las necesidades de dar respuestas espirituales a los enigmas personales de la vida individual y colectiva, mutan hacia el fundamentalismo para provocar la completa enajenación de la conciencia respecto de la vida propia y la de los otros.
¿Bajo qué circunstancias la vida de los dioses y los profetas que han inventado los seres humanos - como diría Marx - se vuelven sus amos y valen más que la vida de los creyentes mismos y de los otros?
Lo intrigante es la capacidad de ciertos grupos para atravesar un umbral a partir del cual las creencias religiosas dejan el terreno ideológico y pasan al campo de la Guerra Santa.
Una cosa es reírse de los excesos de poder derivados de los fundamentalismos a través de caricaturas, y otra matar a quienes las dibujan.
Me parece que el fundamentalismo religioso se produce cuando los dioses o profetas capturan unas voluntades y unas conciencias vacías de almas - el mayor invento de las religiones - y, por lo tanto, su presencia lejos de nutrir una vida espiritual termina llenándolas de fanatismo. Almas que no pueden ser rescatadas, recuperadas; almas sometidas a los dioses y los profetas, y a quienes hablan por ellos.
De los dioses no hay cómo reírse cuando se los toma demasiado en serio; y se los toma demasiado en serio cuando toda esperanza terrenal ha muerto, cuando la vida terrenal se ha vuelto una pura miseria.
Se trata de almas extraviadas que ven en la modernidad política - en el derecho a cuestionar todo fundamento - patologías libertarias perturbadoras, que merecen ser demolidas.
«Charlie Hebdo» es mucho más que un medio que sacó caricaturas sobre Mahoma o el Corán: es un medio ejemplarmente laico que critica a todas las religiones, a todos los políticos, desde Hollande a Le Pen, a judíos y a católicos.
En esa pequeña revista, caricaturistas irreverentes, siempre grotescos y provocadores, incuestionables en su coherencia expresiva, demuestran que lo que hacen no es un simple juego sino vigilar la herencia democrática de la Ilustración francesa. Su defensa no está en los discursos sublimes, sino en el discurso bajo, en el concebido como el de menor rango artístico, el de un arte sucio, directo y asequible, un trazo democrático: la caricatura no busca la perfección estética sino la distorsión representativa, porque esta libera, al expandir las líneas y las curvas, la visión negada por el canon estetizante que idealiza y borra la particularidad.
París, la ciudad frívola de los hombres y mujeres ideales de Givenchy, también cobija la libertad marginal de estos caricaturistas que nunca buscaron ser héroes sino ser hombres libres en su trasgresión del gusto.
Es Occidente revuelto contra el mismo Occidente. Esa es la posibilidad de su libertad. De allí que sea comprensible, aunque se lo haya querido opacar, el desagrado de muchos periodistas e intelectuales cercanos a «Charlie Hebdo» por la marcha de presidentes europeos desfilando en París cuando quieren controlar como Merkel a una desahuciada Grecia o imponen leyes mordaza, o con situaciones de picaresca como la de Sarkozy abriéndose paso a codazos en la marcha para entrar a la primera línea y salir en la foto.
Es en otro sitio, en ciudadanos y creadores y periodistas, en sus lectores y en sus novelas, diarios y revistas, en sus civiles trabajando en esa inútil e irreverente creatividad artística donde está la libertad laica occidental y no en gobernantes obcecados en la permanencia en el poder y el control político.
La oposición no es entre Occidente y Oriente, sino entre poder gubernamental y sociedad civil, tanto en Europa como en los países árabes.
Los asesinatos de «Charlie Hebdo» no solo golpearon a Occidente. Fueron en doble vía: también intimidaron a las sociedades musulmanas, porque la amenaza es para todos. Como lo hizo Arabia Saudita, que ha condenado a un ciudadano de ese país, un joven bloguero, Raif Badawi, a recibir 1.000 latigazos, diferidos en tandas de cincuenta semanales, por abrir un blog para discutir temas políticos.
Esta permanencia de la verticalidad del poder se ve en cómo Europa abre las puertas y besa las manos de esos mismos jeques de Arabia Saudita que se pasean comprando por el mismo París o por Ginebra, o veraneando en Mónaco, y que son recibidos en sus oficinas por los mismos presidentes que desfilaron en homenaje a «Charlie Hebdo» en medio del honor y del horror de la ciudad.
Por eso es recorfontante que volvió a los kioscos para seguir riéndose de Dios, cualquiera sea su nombre de pila.