«Si queremos que todo siga como está, es necesario cambiar el gobierno. ¿Y ahora que sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de campaña electoral estéril, y después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado. Una de esas elecciones que se llaman para que todo siga como está». Paráfrasis de «El Gatopardo» de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
«Si las fosas nasales no nos engañan, da la impresión que la próxima confrontación electoral desprende fuertes aromas de cambio» [1]. Con esta afirmación, Yoel Markus, destacado analista del diario «Haaretz», trató de animar a ciertos sectores de la oposición israelí a creer que el gran cambio en la dirección política de este país está más cerca que nunca.
Aparentemente, el sentido del olfato de Markus sufrió ciertas alteraciones, pues lo que probablemente percibió este notable columnista es un fuerte olor a lana de los nuevos trajes del gatopardismo israelí. Como ya es nuestra tradición, somos testigos de un cambio de discurso, tal vez unas pocas figuras nuevas, pero muy probablemente las políticas básicas continuarán intactas como en un frasco con formalina.
Los numerosos y periódicos sondeos de intención de voto llevados a cabo por una decena de empresas consultoras nos anticipan las únicas tres posibilidades para la constitución de la coalición que sostenga el próximo gobierno israelí.
a. Coalición de derecha: liderada por el Likud de Netanyahu con la participación de Habait Haiehudí de Bennett, Israel Beiteinu de Liberman, los partidos ultraortodoxos y Kulanu de Kahlón. También sería posible la inclusión del partido Yajad de Yishai, de extrema derecha.
b. Coalición de centro-izquierda: liderada por el Grupo Sionista de Hertzog-Livni con la participación de Yesh Atid de Lapid, Kulanu de Kahlón, los partidos ultraortodoxos y Meretz.
c. Coalición nacional: Liderada por Netanyahu y/o Hertzog, o por rotación de ambos, con la participación de Yesh Atid de Lapid y Kulanu de Kahlón. También sería posible, aunque no necesaria, la inclusión de los partidos ultraortodoxos y/o el partido de Liberman.
Según la gran mayoría de las previsiones de los próximos comicios, la coalición de derecha goza de las mayores posibilidades, aunque en ciertas circunstancias sea el mismo Netanyahu quien la corra a un costado. Se trata más o menos de la misma camarilla ideológica, bastante homogénea y con la mayor perspectiva de completar el período gubernamental establecido de cuatro años y medio.
Obviamente, con la conocida fachada de una posición transigente con los palestinos, pero con el pretexto de la falta de una contraparte seria (es decir arrodillada ante las exigencias de Netanyahu), se extenderá la opresión al pueblo palestino en aras de profundizar la colonización judía en Cisjordania con el gastado pretexto de la seguridad. En los aspectos sociales y económicos se continuará el lento pero continuo proceso de enriquecimiento del país a la par que la mayoría de su población se empobrece. El sumiso pueblo judío persistirá agachando la cabeza y abriendo sus bolsillos para seguir enriqueciendo a sus magnates bajo la sagrada excusa de prepararse para la próxima Shoá de la amenaza iraní.
Fuera de resultados inusitadamente imprevistos del sufragio popular, un sólo motivo puede llevar a Netanyahu desechar este camino. Esta coalición necesariamente arrastrará a Israel a un fuerte encontronazo con el ejecutivo estadounidense y la comunidad europea. La composición partidaria de la coalición imposibilitará la concreción, no ya de un acuerdo general con los palestinos, sino la mínima concesión en materia territorial. Bajo estas condiciones es probable que Netanyahu considere oportuno un periodo de «aflojar la soga» (lo que claramente no implica abandonar sus viejas aspiraciones del Gran Israel), con la consecuente conclusión de la necesidad de una coalición alternativa.
La coalición de centro-izquierda es la que tiene menos probabilidad de concretarse. Dada la discriminación inherente y no siempre reconocida de la sociedad israelí, la posibilidad de incluir la Lista Árabe Unida en una coalición gubernamental es prácticamente nula y considerada una traición al pueblo judío. Bajo estas condiciones, la posibilidad de llegar a conseguir más de 60 escaños demanda la participación de intereses totalmente contrapuestos como los de Meretz y el Grupo Sionista con los partidos ultraortodoxos respecto de temas sociales y la posibilidad de concesiones territoriales a los palestinos. En el milagroso caso que se concrete, probablemente este gobierno no tenga la mínima posibilidad de adelantar seriamente las negociaciones con éstos últimos, menos aun modificar de raíz las normas de distribución de la riqueza nacional y, probablemente, su vida no pase los dos años.
Pese a que líderes de ambos partidos mayoritarios (Likud, Grupo Sionista) se ocuparon de prometer que no permitirán la constitución de un gobierno de coalición nacional, los analistas pronostican, cada día con mayor convicción, que los resultados previstos obliguen a Netanyahu y Herzog a concordar alguna forma de liderazgo común.
La experiencia de este tipo de coaliciones demuestra que con su constitución se acentúan los principios comunes dejando de lado las controversias y de esta manera proyectan una imagen muy moderada hacia el exterior. En la práctica se trata de gobiernos de estancamiento nacional motivados por un entorpecimiento mutuo de iniciativas [2]. De esta manera queda asegurada la permanencia de un status quo en todos los frentes, objetivo muy apreciado por Netanyahu. Probablemente, tal como ocurrió en el pasado, ante el primer examen serio este ejecutivo caiga como castillo de naipes.
Esta triste proyección futura de cambiar un gobierno para que no se modifique en lo más mínimo la política oficial, tal como nos pronostica el próximo proceso electoral, no es casual ni accidental. Es el fiel reflejo de una sociedad con mayoría judía, con un liderazgo que la mantiene fragmentada y atemorizada por un imaginario peligro existencial, cuando en realidad se está gestando una nueva y gran potencia supranacional [3].
Ojalá me equivoque...
[1] «Aromas de cambio en el aire»; Yoel Markus; Haaretz; 16.1.15.
[2] Ver: «Gobiernos de coalición Nacional – Modelo de estancamiento político»; Akiva Eldar; Al Monitor; 16.2.15.
[3] Defino como potencia supranacional a aquel Estado que impone sus condiciones en base a su enorme potencial estratégico, militar, político y económico además del gran poder de influencia de aquellos que viviendo en otros países obran a favor de los intereses de ese Estado y de esa manera interfieren en las políticas de su país de residencia en beneficio de ese Estado con el que se identifican totalmente.