En 2006, los reconocidos internacionalistas John Mearsheimer y Stephen Walt publicaron un polémico artículo en el cual plantearon que la influencia del lobby pro-israelí AIPAC no sólo impedía cualquier debate franco sobre las relaciones entre Estados Unidos e Israel - al tildar toda crítica de antisemitismo, o «traición a los suyos» en el caso de los judíos -, sino que tergiversaba la política exterior norteamericana de tal forma que ponía en peligro su propia seguridad, así como la del resto del mundo.
La alianza irrestricta con Israel es una fuente de antiamericanismo en Oriente Medio que impidió entablar relaciones más constructivas con los países de la región.
Peor aún, llevó a tomar malas decisiones en política exterior, incluyendo la invasión a Irak en 2003 y la postergación hasta hace poco de negociaciones nucleares con Irán.
Pese a ser el mayor receptor en el mundo de ayuda militar y solidaridad diplomática estadounidense - tal y como se registra en la defensa repetida del Estado judío en la ONU -, el Gobierno de Netanyahu no se comporta como un aliado cuyo bienestar de sus ciudadanos depende en buena medida de su relación especial con Washington.
Bibi ignora la petición norteamericana de detener la construcción de asentamientos en Cisjordania y renegó de numerosos compromisos hechos ante su Obama.
La visita de Bibi a Washington, planeada con el portavoz republicano de la Cámara de Representantes, John Boehner, sin aprobación de la Casa Blanca, confirmó lo argumentado por Mearsheimer y Walt.
Además de intentar sabotear las negociaciones realizadas por el Ggrupo 5+1, cuyo plazo para producir un acuerdo marco para la limitación del programa nuclear de Irán vence el 24 de marzo, se especuló que Bibi buscó fortalecer al Likud dentro de la reñida campaña con miras a las elecciones israelíes del 17 de este mes.
El mensaje principal de su incendiario discurso ante el Congreso -boicoteado por por el vicepresidente Biden y por más de 50 legisladores demócratas y criticado por integrantes de su propio establecimiento de seguridad - fue que el acuerdo que Obama trata de asegurar con Irán es ingenuo y constituye una amenaza existencial para Israel, y que se debe aumentar la presión internacional sobre Irán con sanciones más fuertes.
Ni hablar de su inmenso cinismo al condenar la proliferación armamentista en la región, al tiempo que Israel se sigue rehusando a reconocer la existencia de su propio arsenal nuclear.
Parecería que Netanyahu prefiere bombardear a Irán - con los resultados catastróficos que ello traería - que permitir que su programa nuclear sobreviva bajo control internacional.
En contraste, Obama sostuvo que la posición estadounidense en Oriente Medio, así como la seguridad de la región en general, se beneficiarían de la negociación, y que la flexibilización de la posición iraní frente al asunto del enriquecimiento del uranio y el lento ascenso del «ala moderada», encabezada por Hassan Rohani, refuerzan la sensatez de dicha estrategia.
El desdén con el que Bibi acaba de actuar frente a la Casa Blanca, que viola el elemental protocolo, podría fracturar la relación especial que existe entre Estados Unidos e Israel.