Entre el terrorismo proveniente de Gaza y los nacionalistas palestinos en Cisjordania, la confusión reina en Israel, donde los medios de comunicación y la realidad confunden al electorado.
El recibir unos 4.700 misiles desde Gaza contra los ciudadanos civiles de Israel en el conflicto último convierte en nubosidad el tema de los palestinos.
Paralelamente hay pequeños sectores israelíes, en especial los colonos, dispuestos a defender incluso con armas el territorio en que viven.
Mientras la centro-izquierda busca soluciones negociadas, el ala derecha-religiosa pronuncia discursos, pero su intención real es adversa al entendimiento.
Los partidos árabes de Israel no saben si apoyar a la centro-izquierda, siendo un posible aliado de los mismos, o ser neutrales, sabiendo que la gestación del nuevo gobierno a elegirse este 17 de marzo necesita una mayoría de 61 escaños en el Parlamento.
Las tradiciones judías nos recuerdan a profetas de la antigüedad, como Isaías, que nos mostraban los caminos correctos, frente a desvíos del pueblo de Israel: «Y no ensayarán más para la guerra y transformarán las espadas en arados...»
Más de veinte siglos después, el fundador de la filosofía política, Maquiavelo, decía lo contrario: «Ya se acabó la época de los profetas desarmados».
En estas elecciones, sin duda lo que pregonaban los profetas entra en una «aparente» dialéctica contradicción con Maquiavelo.
Lo primero que me hace reflexionar es qué estrategia y objetivos debe tener el futuro gobernante israelí, sin mirar encuestas y posibilidades inmediatistas. ¿Qué es lo que queremos?
En principio, tener un dirigente gobernando que quiera y sea capaz de llevar adelante una gestión de entendimiento con los palestinos. El no hacer una gestión exitosa en ese complejo problema, nos hace ser parte responsable de un territorio ocupado o de un apartheid, que no queremos, ni estratégicamente nos sirve. Y esto ya se está definiendo como un querer quedarse con Judea y Samaria como objetivo político, sin decirlo en los discursos.
Mientras, Estados Unidos y Europa comienzan a ser adversos a esa política, y desde la diáspora judía nos quedamos asombrados ya que Netanyahu, o sus sectores aliados, no dan una solución al respecto, continuándose la aprobación de nuevos espacios para colonos judíos en Cisjordania.
En el plano social, la sociedad israelí, de acuerdo al coeficiente Gini, sufre una polarización cada vez mayor, generando un 1% de muy ricos, mientras que ya llega a un millón el número de pobres concebidos desde un ángulo del primer mundo.
Esta tendencia junto a las inversiones en colonos judíos en Cisjordania, en detrimento de lo social, hace necesario un cambio o corrección de políticas.
La seguridad es puesta como «pretexto político y justificación» para todo cambio. Sin duda en la región tan conflictiva que se encuentra Israel, las palabras de Maquiavelo, son claras: «Ya se acabó la época de los profetas desarmados». Pero acaso ¿no podemos concebir guardar nuestra fortaleza militar y saber gestionar una paz con los palestinos en Cisjordania, haciendo jugar al león y el zorro?
Maquiavelo decía en el libro «El Príncipe» que el político debe ser como «el zorro y el león».
Esa es la política necesaria.
León es nuestra fuerza de defensa, imprescindible, y zorro es la habilidad de dar salida a esta situación que nos quita el sentido ético y moral de nuestra identidad judía.
Sin duda, las colectividades judías en la diáspora, identificadas con Israel en casi su totalidad, sabemos que nada nos ayuda esta política y sólo nos perjudica. Nuestros jóvenes no sienten orgullo como antes en nuestra identidad nacional, y diría lo contrario; a pesar de las adversidades de regiones ocupadas, continuamos nuestra cadena milenaria y el amor a Israel.
Necesitamos un dirigente que tenga la voluntad de un entendimiento para la paz y el fin de esas injusticias sociales.
Pero, como nada fácil son las negociaciones con los palestinos, ese dirigente a elegir el próximo 17 del corriente mes, aparte de tener al león, debe ser zorro.
Debemos construir la paz que comenzó Itzjak Rabín; su asesinato no eliminó su pensamiento.