«¿En qué se diferencia la noche del 17 de marzo de todas las demás noches?
Desde la noche del 17 de marzo, Netanyahu es la diferencia».
5ª pregunta en el «Má Nishtaná» del próximo Seder de Pesaj.
El escrutinio de las elecciones del pasado 17 de marzo demostró que no se registró un cambio sustancial en el peso político de los dos bloques en la sociedad israelí. El argumento que una mayoría de su población sufrió un repentino desliz hacia la derecha es falso. Una comparación muy sencilla lo demuestra.
Los componentes naturales de la próxima coalición de derecha - Likud, Habait Haiehudí de Bennett, ultraortodoxos sefaradíes Shas, ultraortodoxos askenazíes Iahadut Hatorá e Israel Beiteinu de Liberman - obtuvieron 57 bancas en esta última confrontación. Si le agregamos, teóricamente, otras 3 del partido Iajad de Ishai, que no logró pasar el umbral mínimo, se podría llegar a un total de 60. Esos mismos integrantes - incluyendo divisiones entre ellos - arribaron conjuntamente a 65 bancas en las elecciones de 2009 y a 61 en 2013.
Entonces ¿qué cambió que asusta tanto a mucha gente? Cambió Netanyahu.
En sus dos últimos gobiernos desde 2009, Bibi, si bien no abandonó su ideal revisionista, cumplió la función de adulto responsable imponiendo cierta cautela y una limitada disposición a transigencia mientras intentaba sujetar las riendas a ciertos extremistas de su gobierno que procuraban desenfrenarse permanentemente. Ahora Netanyahu salió del armario para mostrar sus dientes de lobo feroz. Se proyectó con toda su concepción extremadamente intransigente, arrasadora y segregacionista. Para Aluf Benn, editor responsable de Haaretz, «Netanyahu triunfó en las elecciones porque dejó de disfrazarse de un líder centrista y comenzó a exponer sus verdaderas concepciones. El conductor del Likud convenció a sus votantes de derecha que es nacionalista no menos que Bennett y racista no menos que Liberman. Y ellos le creyeron» [1].
En un ataque netamente racista y falto de veracidad, Netanyahu deslegitimó al 20% de la población de Israel por el sólo motivo de ser árabes con intención de votar en contra del Likud o de su coalición. «El poder de la derecha está en peligro» declaró, para luego agregar «una multitud de votantes árabes invade las urnas» [2].
Sería interesante consultar, por ejemplo a la DAIA, cuál sería su posición, si en las próximas elecciones argentinas Cristina Kirchner salga a los medios con una declaración parecida como: «el gobierno nacional y popular está en peligro. Una multitud de votantes judíos invade las urnas». Del racismo en Israel no vale la pena consultar a la DAIA. No lo ve, no lo siente.
No menos cuestionable es el repentino y drástico giro de Netanyahu respecto a la solución del conflicto con los palestinos. Después de seis años de declarar su apoyo a la idea de la creación de un Estado Palestino independiente - aunque bajo ciertas restricciones -, de un permanente juego de insinuaciones, negociaciones estériles, burlas, engaños y acusaciones a la otra parte, finalmente a Bibi se le cayó la máscara. Todo fue un juego para ganar tiempo. El día previo a los comicios declaró en una entrevista que mientras él sea primer ministro no va a permitir la creación de un Estado palestino y que la construcción para judíos en Cisjordania y Jerusalén Oriental continuará todo el tiempo [3].
No se necesita ser un gran experto para resumir el significado de semejante alarde. Del Mediterráneo al Jordán existirá con soberanía propia, y por las próximas décadas o generaciones, sólo un Estado: Israel. Parte de su población, unos 3 millones, serán oprimidos y sujetos a la discriminación sobre una base étnica.
En nombre del pueblo judío, Netanyahu estampa firma y sello oficializando el judaísmo como racismo. Probablemente la historia juzgue a Bibi como el principal líder judío que introdujo esa aberrante conducta social como valor fundamental del judaísmo moderno.
Sólo resta por constatar la posible actitud de la Casa Blanca. Por el momento el gobierno estadounidense expresó su preocupación por la segregación que excluye a ciudadanos árabes. Paralelamente anunció que sopesará de nuevo su posición respecto del proceso de paz como consecuencia de los resultados de las elecciones. La experiencia demuestra que tanto el ejecutivo como los parlamentarios del país del norte prefieren mantenerse sólo en el marco de declaraciones sin tomar ninguna medida práctica. Para quienes su futuro político en Esatados Unidos depende, en gran medida, del soporte de particulares e instituciones ligadas a intereses judíos e israelíes [4], difícilmente se pueda esperar un accionar diferente.
Un cambio en la conducta de Israel sólo sería posible en caso de que se rompa esa cadena que ata a la dirigencia norteamericana a intereses judíos e israelíes.
[1] «Netanyahu dejó de disfrazarse de líder centrista»; Aluf Benn; Haaretz; 18.3.15.
[2] «Netanyahu en filmación: Una multitud de árabes invade las urnas»; Walla; 17.3.15.
[3] «Netanyahu: Mientras yo sea primer ministro, no se creará un Estado palestino»; Maariv; 16.3.15.
[4] Como ejemplo puede verse la interferencia de la Coalición Judía Republicana bajo el patrocinio de Sheldon Adelson, el gran amigo de Netanyahu, en la nominación de candidatos a la presidencia de EE.UU. Según Tomas L. Friedman; «Estos candidatos estadounidenses, que pretenden acceder al patrocinio y financiación de Adelson, tienen que estar de acuerdo con dos exigencias centrales: actuar deslegitimizando a los palestinos y evitar el uso de la expresión 'tierras conquistadas' cuando se refieren a Cisjordania»; Thomas L Friedman: «Adelson, el mejor amigo de Irán»; Walla; 6.4.14.