Bibi Netanyahu fue apodado «el mago» tras su contundente e inesperada victoria en las últimas elecciones en Israel, pese a que todas las encuestas, círculos intelectuales, periodísticos y redes sociales, pronosticaban su derrota.
Netanyahu, aún pudiendo exhibir éxitos en su gestión económica, como la tasa de desempleo más baja y la más alta de crecimiento, impulsada por la alta tecnología, se presentó como un líder más experimentado y confiable que su contrincante Hertzog para hacer frente a los desafíos externos.
Considerando que el israelí aspira a ser un pueblo normal, los problemas sociales y educativos, los elevados precios de los productos básicos y de la vivienda, deberían ser los prioritarios y no la agenda de seguridad que planteaba Bibi. Pero lamentablemente el momento aún no ha llegado.
Las amenazas que lo acechan no son imaginarias ni se originan en una excéntrica obsesión de su primer ministro. El peligro es real y proviene desde todas direcciones. Hamás se está armando fuertemente con misiles y reconstruyendo los túneles del terror. Al Fatah despliega su «Intifada diplomática» deslegitimando a Israel en los organismos internacionales, promoviendo una campaña de boicot, desinversión y sanciones y preparando demandas por crímenes de guerra ante la Corte Penal Internacional (CPI). En Líbano aguarda Hezbolá, en Siria el caos, más allá el Estado Islámico (EI) y sobre todo Irán con sus ambiciones nucleares.
Netanyahu interpretó acertadamente el sentir popular. Sin embargo «el mago» debió y aún debe enfrentar poderosos conjuros en su contra.
Desde la Casa Blanca se emiten cuestionamientos, que parecen partir de la falsa premisa de que el conflicto se perpetúa debido a su falta de disposición a realizar las concesiones necesarias.
Sin embargo la historia es otra. Desde el principio los árabes se opusieron a la solución de dos Estados y se lanzaron a varias guerras para destruir a Israel. Posteriormente los palestinos rechazaron todas las propuestas de paz. En 2000 Arafat desencadenó la Segunda Intifada como respuesta al ofrecimiento de Ehud Barak. Un tsunami de terrorismo indiscriminado que hizo estallar negociaciones en las que las supuestas diferencias territoriales eran sólo del 5%. Cuando Sharón, en 2005, abandonó Gaza, los palestinos en lugar de comenzar a edificar su Estado, convirtieron ese territorio en una base de lanzamiento de misiles. En 2008 fue el propio Abbás quien rechazó las propuestas de Olmert.
El gobierno norteamericano no advierte que los palestinos son quienes no aceptaron ni aceptan la legitimidad de un Estado judío conviviendo al lado del suyo. Tampoco discierne con lucidez el complejo escenario que se despliega en Oriente Medio, lo cual lo lleva a cometer permanentes desaciertos.
A modo de ejemplo, algunas interrogantes que la historia juzgará: ¿De qué manera influyeron sus decisiones en el surgimiento del EI? ¿Qué incidencia tuvo su reacción ante la utilización de armas químicas por parte de Assad contra su población civil? ¿Por qué aún hoy lo considera un interlocutor válido para poner fin a la guerra en Siria? ¿Qué papel desempeñó en el deterioro de la situación en Yemen, mientras los rebeldes hutíes son apoyados por Irán?, etc.
A la Casa Blanca le disgustó la comparecencia de Netanyahu ante el Congreso. Allí aseveró que el entendimiento con Irán, que Obama intenta presentar ante el mundo como uno de sus logros, es en realidad una capitulación con un régimen que apoya al terrorismo mundial y manifiesta su intención de aniquilar a Israel, lo cual compromete seriamente la paz en el planeta. Y pese a que recientemente su líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, prometió: «Muerte a Estados Unidos, la Casa Blanca igual lo rubricó.
La enorme mayoría de los congresistas, como la casi totalidad de los gobernantes árabes, coinciden con Netanyahu en considerar muy peligroso el acuerdo marco nuclear con Irán.
En represalia por tamaño desafío, la Casa Blanca contrarrestó subrayando la peor de las interpretaciones posibles ante cada manifestación de Bibi.
No vaciló en tildar de discriminatoria la exhortación a sus correligionarios a votar el día de las elecciones. En un sistema donde el voto no es obligatorio, Netanyahu les alentó advirtiéndoles que sus adversarios árabes estaban concurriendo masivamente a las urnas, lo cual redundaría en beneficio de su rival, el Partido Laborista. La Lista Conjunta Árabe, que fue la tercera fuerza política tras los comicios, es un conglomerado conformado por árabes nacionalistas, comunistas e islamistas, cuyas posturas ideológicas están en las antípodas del partido de gobierno. Hacer mención a su importante caudal de votos nada tiene que ver con posturas discriminatorias o racistas, como se intentó interpretar, sino con el libre ejercicio electoral. En lugar de denostar al primer ministro, la reflexión honesta debería haber sido reconocer la profundidad de la democracia israelí, que permite a quienes se oponen a las bases fundacionales del Estado, ser miembros de su Parlamento.
Un día antes de las elecciones, «The New York Times» tituló que Netanyahu se oponía a la creación de un Estado palestino. Pero lo que el primer ministro había efectivamente afirmado (a otro medio de prensa), tenía un matiz importante. Sostuvo que en las condiciones actuales, la idea de un Estado palestino no era factible, debido a que podía ser utilizado como base para atacar a Israel por el islam radical.
La realidad es que la postura de Netanyahu favorable a la creación de un Estado palestino con ciertas condiciones, expresada en la Universidad de Bar Ilán en 2009, no varió en absoluto.
Pero no se puede pasar por alto que desde entonces la Autoridad Palestina (AP) ha ofrecido muestras de su intransigencia. Ha escogido transitar el inconducente camino de las acciones unilaterales que hieren a Israel en el plano diplomático, pero que no son capaces de generar cambio alguno en el terreno. Y ha integrado un Gobierno de unidad nacional con la organización terrorista islámica Hamás que promueve la eliminación de Israel.
Los electores israelíes comprenden que, debido a su ubicación geográfica, su gobierno no puede darse el lujo de equivocarse tanto como el norteamericano. Y que más allá de sus legítimas preferencias personales, Hertzog no podría acercar más la paz que Netanyahu, pues ahora, como antes, son los palestinos quienes se rehúsan a comprometerse seriamente buscando una solución realista al conflicto.