Leo la nota de mi amigo Tomás Alcoverro sobre la destrucción de Homs. Su crónica es un desesperanzado relato de la devastación sin retorno, porque cuando toda esta locura acabe no quedará nada de lo que un día fue.
Su patrimonio, su milenaria historia aniquilada por la brutalidad de unos guerreros de Dios que se alimentan en las tripas del diablo.
Tomás explica que, en su afán por borrar todo lo que no pertenezca al islam, el Estado Islámico está destruyendo siglos de civilizaciones antiguas.
Respecto al presente, su afán por aniquilar la presencia cristiana en Homs - que albergaba a más de 90.000 creyentes antes de la guerra - les ha llevado incluso a decapitar imágenes de la Virgen, destruir murales y dinamitar iglesias.
«Fue desde Siria desde donde se difundió el cristiano», le explica el arzobispo Andraos Tamer, que asegura que se quedará en Homs a pesar de la muerte de muchos de sus feligreses.
Nadie sabe si vivirán un día más, pero han decidido resistir en su ciudad defendiendo su identidad milenaria.
Tantos siglos después, los cristianos vuelven a ser mártires por su fe, lo cual nos da una medida precisa de la locura regresiva que estamos viviendo.
Y si los cristianos son aniquilados por no ser musulmanes, los musulmanes mueren por cualquier motivo, por luchar contra el Daesh, por rechazar el integrismo, por ser chiítas, por no doblegarse o sencillamente por estar ahí, en medio del caos. El caso más desesperado, en estos momentos, es del campo de refugiados de Yarmuk, a las afueras de Damasco, donde los combates han dejado a miles de palestinos abandonados a su suerte.
La UNRWA habla de «situación catastrófica» y explica que no puede hacer llegar alimentos ni medicinas. Nadie sabe, tampoco, ni cuánto resistirán ni cuántos morirán. Tampoco nadie puede asegurar que Damasco no caiga en manos del Estado Islámico.
El artículo podría continuar el recorrido de la catástrofe y cada ciudad obligaría a una crónica en negro de destrucción y devastación. Mueren personas, caen monumentos, se destruye la vida y la memoria.
Y mientras la guerra arrecia y la locura islamista avanza, en Occidente reina el silencio.
Especialmente un silencio muy sonoro, porque en otro tiempo albergó grandes ruidos.
¿Dónde están los amantes de las pancartas y el griterío en la calle, ahora que mueren palestinos en manos islamistas, o cristianos por su fe?
¿Por qué no hay manifestaciones?
Quizás porque no son víctimas de los malos clásicos ni son homologables a las causas que les gustan.
Es un escándalo de proporciones gigantes el silencio de la progresía ante tanta matanza, como lo es el despiste cósmico que ha sufrido ante el avance del islamismo.
Todos esos que nos atacaban cuando señalábamos el auge de este totalitarismo y avisábamos del riesgo,
¿Dónde se esconden?
Se equivocaron tanto, criminalizaron tanto y ahora callan tanto...