Un ex director de la División de Población de las Naciones Unidas, Joseph Chamie, reseña en un artículo de la agencia noticiosa IPS la situación diplomática de Palestina en el mundo. Los datos resultan bastante inquietantes. Entre los países integrantes de la ONU, por ejemplo, 135 de ellos que reúnen el 82% de la población mundial reconocen oficialmente a Palestina como estado independiente, contra 50 que no lo hacen.
Una gran mayoría de países de Africa, Asia y América Latina, reconocen al Estado de Palestina, incluyendo Brasil, China, India, Indonesia, Nigeria, Pakistán y Sudáfrica.
Entre los países europeos que han dado su reconocimiento diplomático figuran Albania, Belarus, Bulgaria, Chipre, la República Checa, Georgia, Hungría, Islandia, Malta, Polonia, Rumania, la Federación Rusa, Eslovaquia y Suecia.
Israel encabeza la lista de quienes no reconocen a Palestina como Estado independiente, la que incluye a tres países integrantes del Consejo de Seguridad con derecho a veto, Francia, Reino Unido y Estados Unidos. Este número podría reducirse si gana el laborismo en las próximas elecciones británicas, ya que su líder, Ed Milliband, prometió que su país reconocería a Palestina en caso de que su partido triunfara en los comocios.
Además, entre quienes no reconocen la independencia palestina figuran Australia, Canadá, Alemania, Italia, Japón, México, Holanda, Corea del Sur y Suiza. El argumento fundamental para esa negativa es que el reconocimiento de un Estado palestino sólo tiene razón de ser sobre la base de un acuerdo de paz alcanzado directamente entre israelíes y palestinos.
Sin embargo, la frustración con el fracaso reiterado de tratativas de paz auspiciadas por Estados Unidos y el llamado Cuarteto, han llevado a creer a muchos políticos de diferentes países que el reconocimiento unilateral de Palestina podría acelerar una solución al largo enfrentamiento entre palestinos e israelíes. En los hechos, esta medida destinada presuntamente a favorecer una solución rápida y equilibrada del conflicto, sólo logra prolongarlo al estimular la intransigencia de los palestinos y de hacer creer a sus dirigentes que la comunidad internacional obligará a Israel a hacer concesiones que pongan en peligro su futuro y su existencia.
No hay duda de que la intensa campaña internacional a favor de la causa palestina durante largas décadas ha gravitado decisivamente en los gobiernos y en la opinión pública. El considerar a los palestinos como el ejemplo clásico de un pueblo oprimido bajo ocupación se ha convertido en un virtual reflejo pavloviano para muchos millones de personas.
No obstante, hay un abismo entre la situación real y el imaginario colectivo creado por una masiva, persistente y agresiva campaña de propaganda.
¿Cuál es la situación real? Si Israel es un Estado ocupante, su ocupación es muy sui-generis. Existen dos mini-estados que se auto-administran, si bien dependen logísticamente de Israel. Esta situación es resultado de un proceso de paz fallido por una parte y de una confrontación violenta entre los dos principales bandos palestinos por otra.
El más grande de los mini-estados, situado en Cisjordania, está administrado por la Autoridad Palestina (AP) que se declara dispuesta a aceptar la coexistencia con Israel, aunque su propaganda interna y sus posiciones intransigentes en las últimas rondas de negociaciones con Israel parecen desmentirlo. En cambio, Hamás, que tomó por la fuerza el poder en Gaza en 2007, declara abiertamente su intención de destruir a Israel. Y no sólo se trata de intenciones, sino de una política de agresión deliberada y permanente contra la población civil israelí que ha provocado múltiples incidentes y tres grandes confrontaciones militares con Israel, en diciembre de 2008, noviembre de 2012 y julio de 2014.
Por ahora, Hamás no ha expresado ninguna intención de cambiar de política. Más bien, todo lo contrario. Es notorio de acuerdo a todas las informaciones recientes procedentes de Gaza, que la organización islamista otorga prioridad a la recomposición de su aparato militar y no a la reconstrucción de las viviendas destruidas y a la infraestructura de la sociedad civil.
Por otra parte, Hamás no sólo rechaza a Israel sino también a la AP. Las relaciones entre ambos mini-estados y entre las dos organizaciones que los encabezan no podían ser peores.
En una reciente conferencia de la Liga Árabe, Mahmud Abbás, el líder de la AP hizo un llamado a los países árabes a intervenir en el conflicto palestino de la misma manera que en Yemen; o sea, propone un ataque militar contra Hamás en Gaza.
Por su parte, Mahmud a-Zahar, integrante del liderazgo político de Hamás, sostiene que Abbás ha terminado su mandato y que al no haber llamado a elecciones se encuentra ilegítimamente en el poder. A su juicio, Hamás debería apoderarse de la AP, porque es la «única solución real» contra la ocupación.
Prácticamente esto significa que el anuncio de la creación de un gobierno de unidad nacional anunciado hace un año ha quedado en la nada y que la enemistad entre ambos grupos palestinos es más virulenta que nunca. En suma, están dadas todas las condiciones para una guerra civil.
En esta situación, cualquier observador medianamente lúcido comprende que la creación a breve plazo de un Estado palestino no es sino la receta para un desastre similar al de Siria, Irak y Yemen.
Lamentablemente mucha gente en el mundo a la que el problema no le afecta directamente prefiere apostar a la mítica Palestina abstracta y no a los palestinos reales.
Israel no puede darse ese lujo.