Israel se encuentra en una situación difícil. Un Estado muy poderoso, con recursos científicos, con poderío militar, infraestructura industrial, petróleo en grandes cantidades y con un régimen islámico de corte radical, anuncia una y otra vez que Israel debe ser borrado del mapa.
Ese mismo Estado poderoso está en conversaciones para que se le permita desarrollar capacidad nuclear «con fines pacíficos». La Administración Obama, y algunos países europeos, llegaron a preacuerdos que levantarían sanciones contra Irán, permitirían el desarrollo nuclear y mantendrían una cierta supervisión tendiente a que ese desarrollo nuclear no fuera con fines militares.
De las conversaciones, los reportes de prensa, los comentarios y demás informaciones, se desprende con claridad que esta supervisión no es garantía absoluta, ni confiable, que Irán no desarrollará armas nucleares.
El presidente Obama, en abril del 2015, expresó que «si Irán miente, el mundo lo sabrá».
En una entrevista dada a «The New York Times», también en abril del 2015, el mandatario norteamericano señaló que reconocía que Irán tiene un régimen difícil, que amenaza a Israel, pero que este acuerdo es lo mejor que se puede conseguir. Un acuerdo que básicamente permite el desarrollo nuclear supervisado, con la posibilidad teórica de conocer unos meses antes si tendrá armas nucleares. Un acuerdo que también pareciera le da a Irán en el lapso de una década aproximadamente, la posibilidad cierta de tener y hacer lo que quiera.
El 2 de mayo de 2015, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, declaró que la actitud de Israel respecto al acuerdo con Irán es histérica.
Pues bien, Kerry tiene un punto. La preocupación de Israel y de su dirigencia debe rayar en la histeria. Si Irán miente, el mundo se dará cuenta de ello, y lo comprobará con un buen número de víctimas israelíes en primer lugar, y el estallido de un conflicto nuclear sin precedentes. Con la sangre judía corriendo de primero.
Los negociadores del acuerdo con Irán, explícitamente reconocen la peligrosidad de Teherán y su gobierno. Cuando tratan de llegar a un acuerdo con la República Islámica, están haciendo uso de la política de apaciguamiento. La misma que aplicó Chamberlain frente a Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial.
Hasta la fecha se utiliza el término «política de apaciguamiento» respecto de la conducta donde un Estado acepta las condiciones de un agresor potencial en vez de oponer resistencia, con la finalidad de evitar una confrontación armada que puede ser costosa e indeseable para ambos bandos en pugna; se considera que usualmente el Estado apaciguante sacrifica principios propios para lograr esta meta.
Claro que en esta oportunidad, los apaciguantes tienen como agredido potencial a un tercero: Israel. Un tercero cuya población judía conoce de los horrores del exterminio, y del fracaso de la política de apaciguamiento que llevó a cabo Chamberlain.
El momento culminante de esta política fue la Conferencia de Munich, de 1938, en la cual Chamberlain aceptó las garantías ofrecidas por Hitler para mantener el equilibrio europeo, sacrificando de paso Checoslovaquia a las ambiciones alemanas.
No obstante, en aquella ocasión Neville Chamberlain consideraba seriamente haber evitado, y no sólo postergado, un conflicto armado con la Alemania nazi.
De hecho, tras celebrar los Acuerdos de Munich volvió en avión a Gran Bretaña y al bajar de la nave emitió una famosa declaración a la prensa reunida en el aeródromo, señalando que los Acuerdos de Munich eran la «paz para nuestros tiempos», lo cual le ganó aplausos de la opinión pública británica que creía realmente haber evitado una guerra.
La subsiguiente invasión a Polonia en 1939, menos de un año después de los Acuerdos de Munich, terminó por hundir en el descrédito la política de apaciguamiento, lo que llevó a la derrota de Chamberlain en un voto de censura en la Cámara de los Comunes en mayo de 1940, frente a Winston Churchill, quien fue muy duro en sus críticas a Chamberlain tras sus acuerdos con Hitler, a pesar de que ambos militaban en el Partido Conservador.
«Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra; eligió la humillación y nos llevará a la guerra», dijo entonces.
En el siglo XXI, la elección no es entre la humillación y la guerra. Es entre la humillación y el exterminio masivo de seres humanos, empezando, como otras veces, por los judíos.