Es improbable que el paso del Vaticano hacia el reconocimiento del Estado de Palestina sea sólo producto de un justificado impulso moral y de la voluntad única de la Iglesia. La curia católica hace tiempo que se refiere a los palestinos como el Estado que debería ser.
Pero este avance va más allá de esas señales. Interpreta un nuevo orden general respecto a los factores de poder en Oriente Medio.
El Papa Francisco ya había andado esos caminos cuando citó el año pasando al entonces presidente israelí Shimón Péres y a su homólogo palestino, Mahmud Abbás a una cumbre en El Vaticano para rezar por la paz. Un gesto que siguió a otros que exhibió en la visita previa que hizo a la región y que se produjo luego de una larga charla con el presidente Barack Obama en Roma.
La jerarquización del lugar en el mundo de los palestinos, que había avanzado ya con el reconocimiento como Estado observador no miembro por la ONU y de la Cortel Penal Internacional (CPI), se vincula con la defensa de la solución de dos Estados.
Ese concepto es central en la agenda estratégica de Washington. Se trata de la creación finalmente del país pendiente desde la partición en 1947 del territorio del desaparecido Imperio Otomano donde hoy se asienta Israel.
Obama ha enviado a Oriente Medio una y otra vez a su canciller John Kerry para intentar construir esa conclusión. Pero enfrenta la posición irreductible de la conducción política israelí.
Ese liderazgo se torna aún más complicado a partir del gobierno que acaba de armar el primer ministro Binyamín Netanyahu tan plagado de políticos contrarios a esa salida como de defensores de la toma colonial de las tierras donde debería asentarse el Estado ausente.
El extremismo palestino comparte esas oscuridades. El movimiento ultraislámico Hamás, que gobierna la Franja de Gaza, detesta la exitosa política diplomática de Abbás que amplió como nunca antes el respaldo mundial a la identidad palestina. Sucede que una salida pacífica de la crisis dejaría a estos grupos en la intemperie.
Y lo mismo ocurre con los halcones israelíes de la otra vereda que hacen de este conflicto el arenero de sus internas de poder.
Estos cambios desbordan, sin embargo, a los jugadores locales. Es un punto que parece advertir con nitidez la Iglesia.
Estados Unidos ha venido presionando para la solución palestina al mismo ritmo que impulsó las negociaciones con Irán. Son ambas herramientas para amortiguar los conflictos en la región y consolidar un giro hacia el área del Asia Pacífico que es donde se centra la agenda estratégica del futuro inmediato.
Es por ello que no se debería simplificar lo que acaba de ocurrir como un simple y justo gesto de humanidad. El reciente portazo de Arabia Saudita contra su íntimo aliado norteamericano por el diálogo con Irán, entrega una idea cabal de la profundidad de estas mutaciones geopolíticas.
Para Israel también es un callejón. Porque tanto se opone al encuentro estadounidense con la teocracia de los ayatolás como a una salida propia al drama palestino. Sin la complicidad norteamericana, le quedaría buscar cobijo en los despotismos prooccidentales árabes que comparten el odio contra Teherán. Pero esas coronas no admitirían una sociedad semejante si Israel nodemuestra voluntad real para que los palestinos edifiquen su Estado.
La esperanza de que todo vuelva hacia atrás con un nuevo gobierno en Estados Unidos, que también comparten árabes e israelíes, parece pueril.
Esto que sucede ahora es más que un capricho de Obama o del Papa. Es la historia no los líderes lo que está cambiando.