Los últimos meses han traído una dramática escalada en el conflicto en Oriente Medio, casi todo relacionado con tensiones entre musulmanes sunitas y chíitas, que a su vez son avivados por una lucha de poder entre el Irán chiíta y la Arabia Saudita sunita por la supremacía regional.
Teherán maneja una amplia red de patronaje, apoyando a Hezbolá en Líbano, al régimen alawita de Siria, a los rebeldes houthis zaidí y las milicias chiítas en Irak.
Bajo la protección de la solidaridad chiíta, Irán ofrece ayuda militar y financia proyectos industriales, madrazas, mezquitas y hospitales. Sus líderes se han vuelto más expresivos en cuanto a sus metas, con la proclamación del presidente Hassan Rohani como protector de las ciudades sagradas de Irak.
Aún más agresiva es Arabia Saudita. El reino ha enviado aviones llenos de armas y millones de dólares a militantes sunitas en Siria, Irak y Yemen, muchos de ellos extremistas salafistas.
A diferencia de Teherán, Riad no tiene escrúpulos cuando se trata de desplegar su ejército abiertamente, como en 2011, cuando tanques sauditas entraron en Bahréin para aquietar las marchas prodemocráticas de la mayoría nacional chiíta, o durante la actual campaña aérea contra los rebeldes houthis de Yemen.
Y sin embargo, por más nuevos y perturbadores que parezcan estos hechos, los vínculos entre intereses sectarios y seculares es un retorno a la geopolítica clásica de la religión en Oriente Medio.
Durante los siglos 18 y 19, grandes potencias se presentaron como protectoras de grupos religiosos específicos para expandir su influencia, provocar disturbios y división en estados rivales. Eso no significa que los hechos actuales no son alarmantes. Pero para entenderlos, tenemos que entender la naturaleza y la historia de tales sistemas sectarios de patronaje.
Considere a Rusia Imperial al declararse patrón de la cristiandad ortodoxa, una declaración dirigida hacia su principal rival regional, el Imperio Otomano.
Después de la derrota otomana en la Guerra Ruso-Turca de 1768 a 1774, el Tratado de Kutchuk Kainardji le permitió a Rusia representar a los cristianos ortodoxos en tierras otomanas.
Aunque el tratado sólo le dio al zar derecho para construir una iglesia ortodoxa en el distrito Gálata de Constantinopla (que nunca se hizo), Rusia lo usó como base para declarar patronaje sobre todos los otomanos ortodoxos. A través de las décadas siguientes aumentó su entrometimiento, debilitando la soberanía otomana.
De manera similar, Francia Imperial se declaró patrón del catolicismo global, especialmente los maronitas del Levante otomano. En el siglo 19, París era ampliamente reconocida como dueña del derecho a intervenir en nombre de los súbditos católicos del sultán.
«En Oriente Medio, donde la autoridad del hombre se mide con el número de sus clientes, el desarrollo de nuestra clientela católica es de interés nacional para nosotros», escribió el historiador francés Ernest Lavisse.
Las intervenciones en nombre de clientes religiosos con frecuencia tenían consecuencias sangrientas, más notablemente la Guerra de Crimea, que enfrentó a Rusia contra ingleses, franceses y otomanos. El conflicto fue iniciado por los intentos de Rusia por expandir su control sobre los cristianos ortodoxos en el Imperio otomano y su demanda por patronaje sobre las iglesias y lugares sagrados de Tierra Santa, donde la creciente influencia francesa sobre los católicos amenazó la hegemonía rusa.
Tenemos que tomar en serio a los nuevos protectorados religiosos de Oriente Medio, pero no debemos sobreestimar la importancia de vínculos sectarios transnacionales.
Para Teherán y Riad, dicho patronaje principalmente sirve intereses profanos, mientras que grupos sunitas y chiítas les piden ayuda más que todo porque son conscientes de que serán receptivos.
En la tierra, muchos de los clientes de Teherán y Riad tienen sus propios intereses, que pueden divergir de aquellos de sus protectores.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com