Soy un crítico ferviente de la política del presidente Obama hacia Irán, especialmente de la manera en que él y su equipo está negociando con ese régimen tan beligerante sobre su programa de armas nucleares.
Pero la oposición a esa política no debería ser confundida con la oposición al propio presidente Obama o a los numerosos logros de su Administración, particularmente en el ámbito doméstico.
Tras escuchar su discurso ante una congregación judía conservadora en Washington, recordé por qué lo apoyé las dos veces que optó a la presidencia, así como cuando se postuló al Senado.
Barack Obama es una persona buena y decente, que admira al pueblo judío y que apoya el derecho de Israel a existir como el Estado nación del pueblo judío, así como su derecho a defenderse de los ataques que recibe.
Está en desacuerdo con la Administración Netanyahu en varias cuestiones. En alguna de ellas, como la de la construcción en los asentamientos, tiendo a coincidir con él. En otras, como la de las negociaciones con Irán, tiendo a coincidir con el primer ministro Netanyahu.
En el plano personal, no creo que Obama haya gestionado de manera madura y productiva su relación con Netanyahu. Tras ser provocado por el presidente de la Cámara de Representantes, Eric Boehner, que invitó a Bibi a hablar ante el Congreso, el presidente se comportó con una petulancia que exacerbó las diferencias entre ambos.
También rechacé la manera en que Obama gestionó las declaraciones de Netanyahu a cuenta de la solución de dos Estados.
En vísperas de su reelección, Netanyahu vino a decir que no se daban las condiciones para el establecimiento de un Estado palestino. Una vez elegido, reafirmó su compromiso con dicha fórmula. Pues bien, en vez de reaccionar como un estadista, haciendo hincapié en la declaración positiva de, Obama puso énfasis en la negativa. Fue una mala reacción en términos políticos y psicológicos.
Sobre el acuerdo con Irán, el presidente dijo que entre aceptarlo o rechazarlo, la única opción razonable era la primera. Puede que tenga razón, pero se equivocó a la hora de colocarnos en una situación donde sólo se puede elegir entre lo malo y lo peor.
Seguiré siendo crítico con Obama y su Administración cuando lo crea oportuno, pero también continuaré expresando mi aprobación y admiración por nuestro presidente cuando me parezca que lo merece.
Su discurso ante la congregación judía de Washington fue excelente. Habló de los valores compartidos por nuestro país e Israel y por él mismo y la comunidad judía.
Sus políticas en materia de sanidad y en otras muchas áreas son coincidentes con las que defiende una mayoría de la judería norteamericana.
No deberíamos demonizar ni adorar a nuestro presidente. Deberíamos criticarle y apoyarle cuando sea preciso, y alentarle a que apoye a Israel. Cuando anda Obama de por medio, hay mucho extremismo: la gente que le odia, le odia mucho y sin justificación alguna; por otro lado, hay gente que le quiere demasiado y no le hace la menor crítica.
Así que sigamos detenidamente cómo maneja la Administración los asuntos de política exterior, especialmente en relación con Israel e Irán, y seamos constructivos y sensibles en nuestras críticas positivas o negativas.
En su discurso ante la congregación judía, el presidente llamó a que se someta a escrutinio su política exterior, particularmente en lo relacionado con Irán. Deberíamos aceptar su invitación y realizar una crítica constructiva y de buena fe.
Fuente: The Algemeiner