Cannot get Tel Aviv location id in module mod_sp_weather. Please also make sure that you have inserted city name.

Dinámica de una decadencia

«Bibi es bueno para los judíos»Exterminar, matar, deportar, desterrar.

Aniquilar, extraditar, pena de muerte, sin temor.

Arrasar, asolar, ahuyentar, erradicar;

todo por tu culpa, amigo.

No hay paz con árabes.

No hay árabes, no hay atentados.

La izquierda ayuda a los árabes.

Bibi es bueno para los judíos.

«Canto de consignas», David Grossman

El judaísmo oficial, liderado por la sociedad israelí y las direcciones comunitarias de la diáspora, cada día se aleja más de aquellos valores históricos que repetidamente le adjudican sus voceros en todo el mundo. El brillante desenlace militar de la guerra de 1967, con el repentino dominio de Jerusalén Este, Cisjordania, Gaza, el Sinaí y los Altos del Golán, dio lugar a la difusión de los famosos álbumes de la victoria, y con ellos, la borrachera de la fuerza. Aquí comenzó la decadencia.

Guiada por un minúsculo grupo de rabinos y fanáticos fundamentalistas, la sociedad israelí se embarcó en una terrorífica carrera  de colonialismo y usurpación de tierras. Para este sagrado objetivo el liderazgo israelí no siente el mínimo pesar por el exorbitante precio que los judíos de todo el mundo deben pagar debido a la adopción y defensa de una nueva escala de valores en clara contraposición con el reconocido discurso oficial judío. Este peligroso viraje ideológico despertó un generalizado y creciente desprecio y reprobación por parte de otras sociedades del mundo.

La campaña de boicotear a Israel que tanto se difunde y populariza este último tiempo no tiene como objetivo el exterminio del Estado judío como reclama Bibi, sino que se propone poner fin a la colonización judía de Cisjordania y al dominio por la fuerza de la población palestina sin derechos civiles. La responsabilidad, que en parte estos reclamos van dirigidos en contra del judaísmo, cae sobre una sola persona: Netanyahu. Su exigencia incondicional de reconocer a Israel como Estado judío determinó que toda protesta en contra del accionar del gobierno de Jerusalén dirigida en contra de Israel, el judaísmo y los judíos es lo mismo y goza cada día de mayor legitimidad.    

Difícilmente se pueda llegar a una imagen genuina de ese judaísmo moderno tan vapuleado en el mundo sin tener una clara comprensión de ese proceso dinámico que lo está llevando a una triste decadencia.

Unos pocos intentaron advertir del peligro de esa desenfrenada corrida por la conquista territorial y la colonización forzada. Algunos se aferraron a la amenaza  de un probable aislamiento internacional de Israel. Otros enfocaron los peligros del fantasma demográfico y un apartheid social con un futuro desmoronamiento de los valores de la sociedad judía.

A los pocos días de finalizada la guerra, Levy Eshkol, entonces primer ministro de Israel, declaraba que los territorios conquistados no eran más que cartas a ser jugadas en las negociaciones de paz para el reconocimiento de Israel por parte de los países árabes como contrapartida de una retirada israelí de la gran mayoría de esas tierras. Eshkol no sólo fijó la norma, sino que también dio a entender que el mundo, especialmente Estados Unidos, está impaciente por la retirada israelí. «Sólo por unos meses Israel podrá menospreciar a la mayoría de los países del mundo en sus exigencias de una retirada de los territorios conquistados. Nos queda muy poco tiempo para continuar desoyendo a todo el mundo y también a Estados Unidos» [1].

Curiosamente hoy en día, casi medio siglo más tarde, todavía persisten experimentados analistas que sostienen que el tiempo urge la necesidad de una inmediata retirada israelí de la colonización judía en Cisjordania. Para Eitán Haber, ex jefe de oficina del primer ministro Itzjak Rabin, «se equivocan los colonos judíos de Cisjordania cuando se imaginan que Estados Unidos y todo el mundo les va a permitir continuar burlándose de ellos». También «se equivocan muchos judíos, entre ellos Netanyahu, fantaseando que se puede jugar con el tiempo, postergar eternamente de un día para el otro y permanecer en el lugar» [2].

Menos de un año después de la Guerra de los Seis Días, todavía festejando el gran triunfo, Yeshayahu Leibowitz, el prestigioso filosofo israelí, tuvo la valentía de profetizar el nefasto futuro del pueblo judío y la sociedad israelí como consecuencia de la conquista territorial y el dominio de la población palestina. «La incorporación de 1,5 millones de árabes en el marco del dominio judío tiene el significado de poner en duda la naturaleza humana y judía del Estado y necesariamente conlleva al desmoronamiento de la estructura social que construimos en él: la desconexión del Estado con el pueblo judío del mundo y la continuidad de la historia y tradición judía; la ruina del pueblo judío y la decadencia del ser humano en Israel» [3].

No menos importante fue el aporte del afamado guionista, poeta y escritor Hanoch Levín, quien ya en 1970 en su famosa obra «La reina de la bañadera» exaltó la degradación social a la que se sometió la sociedad israelí como consecuencia de la guerra. El mundialmente reconocido escritor Amós Oz recalcó periódicamente el camino de la decadencia por el que conducen a la sociedad israelí.

No es necesario ser un gran experto de la realidad interna e internacional de Israel para constatar la certeza de esas evaluaciones y pronósticos. Las manifestaciones y planteos de boicot en contra de la ocupación israelí de Cisjordania y opresión del pueblo palestino gozan cada día de mayor popularidad en el mundo. No menos acertadas fueron las profecías respecto del desmoronamiento moral de la sociedad israelí.

Bajo estas circunstancias cabe la pregunta: ¿Cuál es el motivo de la persistencia de una clara y abrumadora mayoría en la sociedad israelí, con masivo apoyo de las diásporas, que justifica, promueve y alienta continuar por el mismo camino?

Las enormes grietas que surgieron en la escala de valores humanos de la sociedad israelí durante el último medio siglo no se sucedieron como un proceso autónomo sin ninguna intervención de los estratos dirigentes. Todo lo contrario. En la dinámica de los acontecimientos intervinieron ciertos factores que provocaron la permanencia de la sociedad israelí en un estado de inconsciencia del destino hacia donde era conducida. Estos altos funcionarios se preocuparon por inyectar a la población judía altas dosis de alucinógenos ideológicos para evitar todo acercamiento a cualquier pensamiento de consciencia limpia que les pueda hacer dudar que los estén amaestrando a dar apoyo incondicional de una sociedad violenta, racista y segregacionista. La excepcionalidad que se adjudica el judaísmo moderno hace que ese tipo de comportamiento sea considerado natural, o como máximo, un mal necesario que a los judíos les debe estar permitido causar.

En estas condiciones nadie se debe sorprender del título de héroes nacionales que recibieron generales del ejército por su «democráticos servicios» de justificar y llevar a cabo el rateo de tierras palestinas bajo la patriótica excusa (embauque) de seguridad nacional para ser transferidas finalmente a colonos judíos, que el mismo ejercito debió proteger con la movilización de decenas de miles de soldados [4]. En el mismo nivel, la sociedad israelí y las direcciones judías de la diáspora, no sienten el mínimo resquemor por la visible segregación de la población árabe ciudadana de Israel junto a un intolerable apartheid en contra de la población palestina en Cisjordania y que en su mayoría nada tiene que ver con seguridad. La mejor prueba la aportó la desconexión de Gaza de 2005. La retirada conjunta del ejército y los colonos demostró que la presencia del ejército en la franja palestina estaba motivada única y exclusivamente por la protección a los colonos y no a Israel.  

Tampoco debe sorprender la circunstancia que un conocido rabino hable de «la lógica que obliga a matar a un niño no judío si se está convencido de que cuando crezca nos hará daño» y continúe cómodamente hasta hoy en funciones oficiales. De la misma manera, la sociedad israelí y líderes judíos de Argentina no se conmovieron, y muchos sectores aplaudieron, cuando otro colega suyo demandó de sus feligreses la prohibición de alquilar o vender propiedades a no judíos. El mismo apoyo popular lo recibieron intendentes que prohibieron a árabes cristianos la exposición de árboles de Navidad en la calle o, peor aún, quemaron impunemente en la plaza mayor libros del Nuevo Testamento.

Hay muchos otros ejemplos de comportamiento indulgente ante conductas inadmisibles. El desvío histórico del judaísmo moderno que representó su consentimiento al programa de dilución étnica de la población judía etíope por medio del uso compulsivo de ciertos anticonceptivos muy riesgosos para sus receptores. O jóvenes israelíes miembros de una unidad de francotiradores del ejército que se sintieron muy orgullosos de pasear con una camisa con el impreso de una mira telescópica en la cual se identifica una mujer palestina embarazada con el subtítulo «Un tiro dos muertos» [5].

A un judaísmo inmunizado por largos años ante acusaciones y pruebas de segregación y racismo, las advertencias y demostraciones como las de Eshkol, Haber, Levín, Oz, la izquierda judía u otros intelectuales de renombrada jerarquía internacional no mellan en lo más mínimo su total convencimiento de la justicia de su accionar.

La proliferación de movimientos y actos anti-israelíes en el mundo, así como el fortalecimiento de organizaciones que promueven el boicot económico, académico y cultural hacia Israel, tampoco es motivo de mayor preocupación por parte de la sociedad israelí, y menos aun, motivo para señalar la culpabilidad en los sectores de derecha mayormente gobernantes en las últimas décadas.

La sociedad del Estado judío se siente muy segura por el sólo hecho de que estos movimientos tienen su tierra fértil apenas en la calle y están muy alejados de los pasillos gubernamentales. Justamente es en este sector donde el liderazgo israelí es rey, y por ese motivo, la mayoría de la población judía confía que Israel podrá continuar en esa posición por generaciones.

El inmenso poder de influencia del dinero de magnates judíos y de los intereses israelíes sobre el Gobierno y Congreso norteamericanos, convirtió a estas instituciones en sus sirvientes y baluartes capaces de neutralizar todo embate en contra de Israel en el mundo. Esta predisposición del país del norte es incondicional y de ninguna manera está supeditada a las motivaciones del ataque, ya sean justificadas o no. Esta anomalía institucional internacional se proyecta, sin duda, en otras capitales importantes del mundo en donde su liderazgo sabe muy bien que toda posición en contra de Israel puede acarrear represalias muy dolorosas, fundamentalmente económicas.

Esta realidad, que se conformó durante las últimas décadas, nos brinda la gran seguridad de que no se puede vaticinar ningún cambio de rumbo significativo y menos aun revolucionario, que dependa de la sociedad israelí. En el futuro todo va a depender de la fuerza de los gobiernos serviles a Israel de sujetar a sus poblaciones en su creciente demanda de enfrentar la colonización discriminatoria y expansionismo israelí hasta el boicot en todos los frentes, como lo fue en su tiempo en Sudáfrica.

La consigna racista «Bibi es bueno para los judíos», proclamada y difundida por miembros de Jabad Lubavitch, actuó como catalizador de la coronación de Netanyahu como primer ministro en su primer mandato en 1996. Hoy sigue en vigencia en su cuarta cadencia.

Si damos un vistazo a la concientización del electorado judío en Israel en este tiempo, es de suponer que el proceso de decadencia se acentuará y para Bibi, o sus cofrades, hay otras tantas legislaturas más por venir. «Bibi es bueno para los judíos», el resto de la población bajo dominio israelí que se las aguante.

Ojalá me equivoque...

[1] «Protocolo de reunión de gobierno de 19.6.67, citado en «Cambio en las posiciones del gobierno de Eshkol, Rabín y Golda Meir respecto de Cisjordania»; Yossi Goldshtein; Universidad de Ariel.

[2] «Todos se equivocan»; Eitán Haber; Yediot Aharonot; 11.5.15.

[3] «Los territorios»; Yeshayahu Leibowitz; Yediot Haharonot; Abril-Mayo 1968.

[4] Varios casos pueden verse en «Lord of the Land» Idith Zertal y Akiva Eldar; Kineret-Zamora-Bitan-Dvir; Israel; 2004.

[5] Un amplio detalle al respecto puede verse en «Israel se emborrachó y no de vino»; Daniel Kupervaser; Editorial Dunken; Buenos Aires; 2014; Capítulo 5; Pág. 219; y en otros artículos del blog «Ojalaá me equivoque»:  http://daniel.kupervaser.com/