Israel debería condecorar al Director Ejecutivo de Orange con la medalla de oro como benefactor del Estado judío. Nadie como Stephane Richard hizo tanto, con inusitada prontitud y con tanta eficiencia para ayudar a Netanyahu a encaramarse nuevamente en la cima del liderazgo mundial tras el tropezón que sufrió en su fracaso por no poder impedir el acuerdo de Obama con los ayatolás iraníes.
Es cierto. Las intenciones del empresario de telecomunicaciones francés eran otras. Probablemente instigado por el grupo BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel), Richard se convenció de un uso político del logotipo de su firma, en contravención del contrato de franquicia con la empresa israelí Partner que autoriza su uso comercial.
En mente de un europeo, y no israelí, razones no le faltaban. Por ejemplo: difundir públicamente la adopción y apoyo de una unidad de tanques del ejército israelí, publicar en los medios una foto de unidad móvil con el logotipo de la empresa dando servicios especialmente a soldados israelíes movilizados durante el último operativo «Margen Protector» o instalación de antenas en el asentamiento ilegal Migrón con el aparente uso por parte de colonos israelíes como excusa de la apropiación fraudulenta de tierras palestinas.
Richard manifestó que deseaba poner fin al acuerdo con Partner a pesar del alto costo financiero por penalizaciones que supondría, y que en parte la decisión respondía a las relaciones con países árabes. Posteriormente, la empresa Orange anunció su intención de suspender el contrato de franquicia a la compañía israelí por razones estrictamente económicas y que «el grupo francés no está involucrado en ningún tipo de debate político bajo ninguna circunstancia».
La respuesta de Israel no se hizo esperar. Netanyahu movilizó el arsenal de armamento mediático pesado y se lanzó a la batalla para hacer añicos este primer intento de rebelión de un gran emporio económico occidental que pone en tela de juicio la colonización israelí de Cisjordania.
Como de costumbre en estos casos, se puso en funcionamiento una espesa cortina de humo lanzando al aire gastadas consignas: «BDS es una amenaza para la existencia misma de Israel», «Estamos en presencia de un tsunami antisemita que se nos viene encima» o la declaración de Bibi acerca de que «estamos ante un teatro de absurdo en donde la democracia que protege los derechos humanos, Israel, tiene que soportar condenas automáticas e intentos de boicot» [1].
El segundo flanco del contraataque de Netanyahu, y no menos importante que el primero, fue activar un plan de disuasión movilizando la artillería pesada en boca del conocido lobby y magnates judíos de EE.UU. Dos de sus más eximios representantes, Sheldon Adelson y Haim Sabán, se alistaron de inmediato reuniendo a representantes de 50 organizaciones judías y pro-israelíes a fin de coordinar una estrategia para combatir los esfuerzos de boicot contra Israel.
Estos dos personajes, de reconocido poder de influencia en las altas esferas de Washington, figuran en puestos sobresalientes en la lista de donantes a candidatos gubernamentales del país del norte, el oxigeno que mueve la política estadounidense.
Como por arte de magia, los estratos gubernamentales norteamericanos entraron en una carrera de dictar nuevas leyes, no las que defienden intereses estadounidenses, sino las que penalizan empresas o entidades que boicoteen a Israel. «Carolina del Sur se convirtió la semana pasada en el primer estado de EE.UU que aprueba una ley que prohíbe boicotear a Israel. Illinois será con prontitud el segundo, y se espera lo mismo en un futuro cercano de otros 18 estados más. En Washington, el Congreso tiene previsto para el próximo mes la promulgación de una nueva ley que creará listas negras de empresas que boicoteen a Israel» [2].
Este comportamiento del gobierno hebreo refleja claramente su capacidad de imponer al mundo el principio del omniprivilegio israelí, la excepcionalidad, esa prerrogativa casi divina por la cual se aferra a derechos que generalmente se les prohíbe a los demás, o prohíbe a otros países o agrupaciones derechos que podrían afectar intereses israelíes.
Israel considera un acto antisemita promover boicot en su contra por la ocupación, colonización judía e imposición de un sistema de apartheid en Cisjordania, pero esconde su carácter hipócrita cuando evita mencionar su posición respecto de la aplicación de sanciones vinculadas con otros países u organizaciones. Al respecto no se puede pasar por alto la posición líder de Israel como promotor del boicot y aplicación de asfixiantes sanciones económicas en contra de Irán por su programa nuclear, mientras que paralelamente no permite la presencia de inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) en una sospechosa planta del sur del país (según fuentes extranjeras).
Tampoco se debe olvidar la activa participación israelí en el boicot a la Olimpiada de 1980 en Moscú en represalia a la invasión soviética de Afganistán o la serie de sanciones económicas y políticas que Israel se vio obligado a imponer (con mucho disgusto) en 1987 a Sudáfrica por su apartheid, un sistema similar en ciertos aspectos al que el Estado hebreo impone hoy en día en Cisjordania [3].
La contraofensiva encabezada por Netanyahu fue fulminante. A los dos días Stephane Richard y el Directorio de Orange se vieron forzados a dar una sorpresiva marcha atrás en sus posiciones, casi rogando que los perdonen y jurando sus profundos sentimientos de afecto hacia Israel.
El contundente efecto disuasivo del dramático desenlace de la corta escaramuza fue muy bien definido justamente por Haim Sabán: «Nada ha terminado, todo acaba de empezar. Cualquier compañía que decida boicotear el comercio en Israel considerará este caso. Van a reflexionar muy bien antes de tomar una decisión» [4].
Sin lugar a dudas, la mejor conclusión de lo sucedido corresponde a Judy Nir Mozes, la excéntrica periodista y esposa de Silvan Shalom, el flamante ministro de Interior: «A Stephane Richard lo abrazaría, perdonaría y nombraría embajador internacional y vocero de Israel en vez de humillarlo hasta el polvo» [5].
Al margen de la temática de esta nota y de la enérgica participación de estos dos renombrados magnates, no se puede dejar de mencionar un aspecto bochornoso de un comportamiento judío que últimamente se está generalizando en la diáspora.
En pleno proceso organizativo de las acciones en contra de Orange, ambos magnates declararon que «vamos a votar por un presidente estadounidense diferente, pero cuando se trata de Israel, estamos absolutamente en el mismo bando». Es lamentable escuchar una confesión de ciudadanos norteamericanos que reconocen que en última instancia no les incumben en especial los intereses nacionales de su país, tampoco los partidos, ideologías o personajes. Lo más importante es defender los intereses de un país extranjero.
Nuevamente el pueblo judío de la diáspora reconoce que se guía por la doble lealtad, uno de los argumentos básicos de acusaciones consideradas antisemitas y que nunca el judaísmo quiere reconocer.
Ojalá me equivoque...
[1] «Netanyahu: El gobierno francés debe deslindarse de Orange»; Walla; 4.6.15.
[2] «Se movilizan a favor de Israel»; Haaretz; 7.6.15.
[3] Un detallado y actualizado informe al respecto se puede ver en «¿Apartheid en Cisjordania? Paradas de autobuses sólo para judíos, menos puestos de control a palestinos»; Shavtay Bendet; Walla; 8.6.15.
[4] «Orange S.A. será una lección para los que apoyen boicot israelí»; Hispan TV; 7.6.15.
[5] «Twitter JudyMozes@“»; 8.6.15.