A mediados de los '90, un famoso dramaturgo sirio capturó la angustia de vivir bajo un autócrata árabe con el lamento: «Estamos condenados a la esperanza». Casi 20 años después, incluso la esperanza parece que ha muerto.
El orden medioriental sostenido por Estados Unidos ha colapsado. Guerras civiles están devorando a Siria, Irak y Libia. Los yihadistas del Estado Islámico han creado un califato. En competencia con Irán por la influencia regional, los jets de Arabia Saudita están ametrallando a los rebeldes chiítas en Yemen. La paz podría no regresar a Oriente Medio en una generación.
Para la mayoría de los árabes, incluidos presidentes y reyes, la lección es que el poderío estadounidense ha pasado a la historia. Para la mayoría de los estadounidenses, incluido el hombre en la Casa Blanca, la lección es que los forasteros no pueden imponer el orden sobre el caos.
Ambas afirmaciones son exageradas. Oriente Medio necesita desesperadamente un nuevo y fortalecido involucramiento de Estados Unidos. Eso no solo sería posible para el país del norte, también sería de su interés.
¿Qué salió mal?
El punto de partida es comprender lo que ha ido tan desastrosamente mal en el mundo árabe. Los demócratas en Washington argumentan que el villano es George W. Bush, quien invadió Irak en 2003, creando una insurgencia sunita sedienta de sangre y, en toda la región, un hambre de rebelión. Los republicanos insisten en culpar a Barack Obama por dejar que Irán domine a Irak y no frenar la maldad de Bashar al-Assad en Siria.
Las poblaciones jóvenes sin perspectivas encontraron consuelo en la religión, algunos en el fanatismo diseminado por los similares del Estado Islámico. Durante años, Estados Unidos apuntaló a sus socios en la región en su orden fallido. Pero la «primavera árabe» demostró que la estabilidad que Bush hizo pedazos ya estaba condenada al fracaso. La inacción de Obama solo añadió impulso a una catástrofe en desarrollo.
Cuánta más razón para mantenerse fuera, quizá. Excepto que Estados Unidos tiene intereses en Oriente Medio. El caos de hoy está destruyendo los derechos humanos y prendiendo fuego a los valores que muchos esperan que Estados Unidos defienda. No todos estarán de acuerdo; algunos estadounidenses están cansados de que su país actúe como policía mundial y otros señalan atinadamente que su prioridad geopolítica es la creciente ambición de China. Pero incluso aceptando eso, Oriente Medio sigue importando.
El terrorismo en lugares como Libia o Siria tarde o temprano termina afectando a Occidente. Los éxitos del Estado Islámico en Ramadi, Irak, y Palmira, Siria, atraen dinero y combatientes. Minimizar la amenaza significa hacer más en los lugares donde florece el yihadismo.
Además, está el petróleo. Gracias a la fracturación hidráulica, Estados Unidos se ha convertido en el productor de contrapeso del mundo, y dentro de una década más o menos podría estar produciendo tanta energía como la que consume. Pero el precio del petróleo es mundial y Oriente Medio aún representa uno de cada tres barriles del crudo transportado por mar. El poder de determinación de precios y la autosuficiencia no hacen a Estados Unidos inmune a la turbulencia en los mercados energéticos. Si no puede mantener el flujo de petróleo, su economía sufrirá gravemente y también su reclamo del liderazgo mundial.
Lo último es la proliferación nuclear. Estados Unidos patrocina un acuerdo para evitar que Irán produzca la bomba al menos durante una década. Si las conversaciones tienen éxito, Obama necesitará actuar como el principal aplicador del acuerdo. Si fracasan, deberá estar en el centro de los esfuerzos para evitar que Irán cruce el umbral nuclear. De cualquier manera, tendrá que actuar como un freno para otras potencias regionales que pudieran pensar en lanzar sus propios programas de armas.
Obama ha identificado todos estos intereses. Sus diplomáticos estuvieron en París esta semana para dialogar sobre el Estado Islámico. Este mes, estarán debatiendo el acuerdo nuclear con Irán. Obama ha prometido personalmente garantizar el flujo de los suministros petroleros. Y, sin embargo, sus objetivos se ven socavados por su determinación de mantenerse alejado de la región.
Su intención ha sido forzar a Oriente Medio a responsabilizarse más de dirigir sus propios asuntos. Pero el vacío que ha creado sólo ha agravado el conflicto y el desorden.