En el mundo se ha observado una rápida sucesión de esfuerzos para deslegitimar a Israel. Hace unas semanas, el director ejecutivo de la empresa francesa de telecomunicaciones, Orange, declaró en una conferencia de prensa en El Cairo su deseo de separarse de un socio estadounidense que tiene vínculos muy estrechos con Israel.
En mayo, los palestinos intentaron expulsar a la Federación de Fútbol de Israel de la FIFA. Asimismo, el sindicato nacional de estudiantes de Gran Bretaña aprobó hace poco una resolución que favorece boicots y sanciones en contra de Israel.
Mientras tanto, una campaña para prohibir productos de Israel ha estado cobrando fuerza en Estados Unidos y en Europa. Ademá, hay numerosos artistas que - siguiendo el ejemplo de Brian Eno, Elvis Costello, Vanessa Paradis, Roger Waters y otros - se plantean aparecer en la «Palestina ocupada».
Ninguno de estos acontecimientos tiene en sí gran importancia. Sin embargo, en conjunto crean una atmósfera - y tal vez se conviertan en un hito.
Y esto no es casualidad. Todos los acontecimientos recientes tienen un origen directo o relativamente directo en el movimiento global de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) creado en 2005 por 171 organizaciones no gubernamentales palestinas. Así pues, son una buena plataforma para recordar a aquellos que apoyan esta campaña cuál es su verdadera naturaleza.
BDS es presuntamente un movimiento mundial de la sociedad civil que adopta el respeto por las leyes, la democracia y los derechos humanos. Si es cierto, ¿por qué atacar al único país en la región que se fundó sobre dichos valores, y con los que se ha mantenido para bien o para mal fiel - a pesar de llevar casi 70 años de estado de guerra con sus vecinos? ¿Cómo es posible que estos humanistas escrupulosos no hayan dicho nada sobre las 200.000 víctimas del presidente sirio Bashar al-Assad o los crímenes del Estado Islámico (EI) o la deportación masiva de cristianos de la llanura de Nínive, por nombrar sólo algunos asuntos contemporáneos?
BDS es un movimiento «antiapartheid» señalan, que adopta los métodos y espíritu de Nelson Mandela en Sudáfrica. Suena maravilloso. Sin embargo, una vez más, ¿por qué centrarse en Israel? Con su sociedad y sistema de gobierno multiétnicos - mezcla de europeos occidentales y orientales, estadounidenses y rusos, etíopes y turcos, kurdos, iraníes y árabes (entre ellos 17 con escaños en el Parlamento) - Israel es precisamente lo contrario a un Estado de apartheid.
En contraste, en Qatar, cuyas fundaciones - conjuntamente con centros de expertos sauditas - proporcionan gran parte del financiamiento al movimiento BDS, 95% de la fuerza laboral se compone de asiáticos extranjeros que trabajan en condiciones parecidas a la esclavitud bajo el sistema kafala, que es muy similar al apartheid.
Tal vez el objetivo sea presionar a Israel para que concluya un acuerdo con los palestinos para lo que, por supuesto, vale la pena ceder un poco ante Qatar. En ese caso, se trata de una estrategia de paz muy peculiar en la que se presiona a sólo uno de los beligerantes y en la que, en lugar de fortalecer la posición de los muchos israelíes que están a favor de la negociación, se impone un castigo colectivo como la exclusión de la comunidad de naciones.
Sólo existe una fórmula real para la paz, y todo el mundo la conoce. Esa fórmula, consagrada en los Acuerdos de Oslo, es la solución de dos Estados. Basta leer las declaraciones de Omar Barghouti, Ali Abunimah y otros promotores del movimiento BDS para darse cuenta que esta es exactamente la solución que no quieren. Prefieren una «solución de un Estado» - término utilizado por Abunimah - bajo la bandera palestina, por supuesto.
¿Se trata únicamente de un detalle que puede ignorarse tranquilamente con el argumento de que los «únicos» objetivos del BDS son los territorios, los asentamientos judíos que se están construyendo ahí y los bienes que producen los colonos? Este es otro razonamiento para ingenuos.
También en este caso basta leer la declaración constitutiva del movimiento del 9 de julio de 2005, que especifica que uno de sus «tres objetivos es proteger los derechos de los refugiados palestinos a regresar a sus hogares y propiedades según se estipula en la resolución 194 de las Naciones Unidas». De hecho y de derecho, eso equivaldría a establecer en esos territorios un nuevo país árabe que con seguridad llevaría a cabo en el corto plazo una limpieza étnica para quedar judenfrei.
Y, por último, ¿cómo puedo abstenerme de recordar a todos aquellos cuya memoria está tan llena de hoyos como su razonamiento, que la idea de un boicot contra Israel no es tan nueva como parece? De hecho, es más antigua que el Estado de Israel y surgió el 2 de diciembre de 1945 a partir de una decisión de la Liga Árabe que inmediatamente se basó en esa decisión para rechazar la resolución dual de las Naciones Unidas para el establecimiento de dos Estados. Entre los promotores de esa brillante idea había criminales de guerra nazis que se habían establecido en Siria y Egipto, donde dieron a sus nuevos jefes lecciones para señalar los comercios y empresas de judíos.
Una comparación no es un argumento, y el significado de un lema no reside completamente en su genealogía. Sin embargo, las palabras tienen historia, al igual que los debates. Y es mejor conocer esa historia si deseamos evitar que se repitan sus episodios más espantosos.
La verdad es que el movimiento BSD no es más que una siniestra caricatura de las luchas contra el totalitarismo y el apartheid. Es una campaña cuyos creadores no tienen más objetivos que los de discriminar, deslegitimar y vilipendiar a un Israel que en sus mentes nunca ha dejado de llevar la estrella amarilla.
A los activistas de buena fe que pueden haber sido engañados por los argumentos engañosos del movimiento les diría únicamente que hay demasiadas causas nobles que necesitan ayuda como para permitir que los reclute un movimiento cuestionable.
Esas buenas causas incluyen luchar contra los yihadistas que decapitan inocentes, rescatar a las niñas y mujeres esclavizadas por Boko Haram, defender a los cristianos y a los árabes demócratas que están en peligro en Oriente Medio y, por supuesto, esforzarse por alcanzar una paz justa entre israelíes y palestinos.