Esta nota podría titularse «crónica de un pacto anunciado», pues el acuerdo se iba a firmar de una forma u otra. Ya desde hace meses todo estaba dispuesto para la rúbrica y nada iba a impedirlo.
El Grupo 5+1 no iba a abandonar la negociación sin lograr un acuerdo y los iraníes le tenían bien medido el aceite al Obama. Sabían que anhelaba a toda costa dejar como uno de sus principales legados el acuerdo nuclear.
Irán no hizo concesiones reales. Únicamente aceptó esperar diez años para legalizar lo que lleva otros diez haciendo de manera ilegal, violando disposiciones y acuerdos. Por ahora, deberá desmantelar dos tercios de sus centrífugas y mandar al exterior el uranio enriquecido que nunca debió tener, de haber cumplido con el tratado de no proliferación. Su planta de agua pesada para obtener plutonio, que tampoco debió tener, será transformada para «fines pacíficos».
El acuerdo estipula que las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) deberán ser concertadas previamente con Teherán, un marco perfecto para ocultar y dilatar.
La idea de reimplantar las sanciones si se descubre que Irán esta violando los acuerdos es una fantasía en la nueva realidad geopolítica global.
Al parecer, el Grupo 5+1 negoció de buena fe - aunque hay muy pocas cosas en intereses politicos relacionados con buenas fe - y está convencido que llegó a un buen acuerdo y puede ufanarse del logro diplomático. Sin embargo, se olvidó que no estaba negociando con Noruega, sino con un país con antecedentes de engañar a la comunidad internacional, que lo venció por nocaut en unas tratativas en la que de todas formas el Grupo 5+1 no tenía mucho que perder.
Irán regresa legitimado al concierto de las naciones y los considerables recursos que percibirá por el descongelamiento de sus cuentas y la venta adicional de petróleo le servirán para reconstruir su maltrecha economía y destinar una parte a incrementar la financiación a Hezbolá, Hamás, los hutíes, las milicias chiítas en Irak y obviamente a Bashar al-Assad, su aliado en Damasco, quien sacó tiempo de su tarea cotidiana de masacrar a su pueblo para felicitar a Teherán por el acuerdo. Lo propio hizo el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah.
El mundo árabe sunita, encabezado por Arabia Saudita, gran perdedor, deberá diseñar una estrategia entre cooperación y contención de Irán, mientras decide si también construye sus propias armas nucleares.
Israel tendrá que enfrentar el hecho consumado que la República Islámica va en camino de ser una potencia nuclear y que más temprano que tarde tendrá la capacidad de fabricarr su bomba.
Para El Estado judío un Irán nuclear es una amenaza existencial por lo que tendrá que estrechar al máximo su relación estratégica con Estados Unidos, aún vigente a pesar de las desavenencias entre Netanyahu y Obama, y encontrar mecanismos de cooperación con los países del golfo.
Una nueva era se abre en el convulsionado Oriente Medio, en la que lo único seguro es la incertidumbre.