¿Por qué Israel se opone al acuerdo entre las potencias e Irán, incluso de un modo más histérico que los musulmanes sunitas, también preocupados?
Un montón de mitología ideológica alrededor de su preocupación se disipa en un minuto si tenemos en cuenta dos cosas: Israel con sus escasísimos 20 mil kilómetros cuadrados se encuentra como extraño en una región en la que todos los estados son árabes y/o musulmanes, y no tiene otro aliado regional que le proteja ya que no hay otro estado no islámico o no árabe que pueda servir de red de apoyo, como pueden hacerlos otros países en otros continentes con afinidades culturales, como pueden ser los latinoamericanos o los europeos.
El asunto es cuanto más irónico ya que tanto el idioma (hebreo) y la identidad (judía) tienen muchísimo más en común con la región que en cualquier otra parte del mundo, pero el destino político de una minoría singular nunca es elegido. La minoría singular, con o sin estado, se limita a sobrevivir y sus socios comerciales le pueden soltar la mano tranquilamente cuando es más importante proteger los intereses propios que los ajenos.
Es dudoso que Israel sobreviva a largo plazo sin aliados y sin jugar el juego «de los grandes» como corresponde: los «grandes» conquistan, invaden, masacran en gran escala, sin que nadie proteste. Israel eligió desde su nacimiento ser una «pequeña Esparta defensiva» y evitó llegar «hasta al final» en cualquier contienda bélica en la que se juega una ofensiva, porque las relaciones de fuerza no le permiten esa posibilidad.
Israel se ganó su lugar en el mundo no con dádivas, sino luchando contra cuatro guerras árabes, pero su actual debilidad, matizada por su fortaleza defensiva militar y económica ya no despierta conmiseración ante las amenazas que se enfrenta continuamente: Hamás, Estado Islámico (EI), Hezbolá, Irán, etc.). De allí la reacción ambigua de las potencias cuando el Estado hebreo se defiende de los ataques de Hamás: primero lo apoyan legitimando su derecho a defenderse y después lo acusan de «reacción desproporcionada». Son los discursos cínicos de las potencias para quedar bien con todos; sobre todo porque Hamás significa también Qatar que es uno de sus financistas; y Qatar significa mucho para Estados Unidos.
Fortaleza y debilidad estructural
Israel es fuerte con su economía, su democracia, su tecnología, pero su debilidad geográfica - además de la debilidad política por el sojuzgamiento militar de los palestinos - es insalvable y lo demuestra la soledad con que se encuentra ahora en su oposición al acuerdo con Irán.
Para botón de muestra, en su frontera norte, Hezbolá cuenta con más de 100 mil misiles, un poder de fuego que supera a la mismísima Europa. Con el acuerdo con Irán, con el relajo de los intercambios comerciales occidentales, fluirá más dinero y más armas para dicha organización terrorista libanesa y demás proxies iraníes de la región.
Israel tendrá que convivir con la nueva realidad y diversificar sus aliados regionales, pero no dejará de ser Esparta por las razones mencionadas a menos que se pergeñe alguna genialidad geopolítica y cultural que nos sorprenda.
Ideología en el imaginario político global
Lo más triste de todo esto no es la situación de Israel - peor por el momento es la de sus vecinos, como Siria, que su desangre ya llega a niveles del genocidio - sino el lugar ideológico que ocupa el Estado judío, tanto para su declarado enemigo Irán como para Europa y Estados Unidos.
Irán es una teocracia que resucitó el protagonismo del fascismo y el antisemitismo en la arena de la política internacional, cuando hacía décadas que estaba desterrado. El panarabismo también lo era y el islamismo sunita actual también lo es. Pero Irán es un país más sofisticado y desarrollado, con 77 millones de habitantes, con clase media, parlamento y universidades; y su narrativa tiene más alcance universal ya que se ensambla perfectamente con la ideología antiimperialista y tercermundista. De allí que la Revolución Islámica llegó a confundir a algunos progresistas en 1979.
Irán difunde su conservadurismo religioso (patriarcal, misógino, antisemita) y su antiimperialismo (en una visión de mundo conspirativa y también antisemita) a través de sus cadenas de televisión en distintos idiomas. En español opera su red Hispan.TV, en España, y su alianza con Venezuela logró filtrar sus contenidos a través de la cadena latinoamericana Telesur.
El éxito de la narrativa neofascista iraní - al que lamentablemente también adhiere la dirigencia palestina, sobre todo en momentos en los que hay más crédito - consiste en imponer ideas conspirativas y antisemitas bastante simples y que canalizan la frustración de las masas ante la desigualdad económica - como lo hizo el fascismo y el nazismo y ahora lo hace el islamismo.
El relato es bastante simple y similar al antiguo fascismo: las «malas costumbres» modernas son fomentadas por los medios de comunicación, los patrones de éstos son los judíos, éstos últimos son también los dueños de las finanzas, las finanzas mueven el imperialismo global, y éste es el que oprime a los palestinos a través de Israel. La «solución» es igual de «final»: eliminar el Estado de Israel.
Círculos liberales y de izquierda, antes impermeables a estas ideas, están incorporándolas de nuevo. Las ideas no se cambian solas, las fuerzas históricas las ayudan. Y la historia también enseña que el fascismo y el nazismo atrajeron a millones de personas con un discurso socialista.
Intereses geopolíticos y antisemitismo
Actualmente, las elites políticas occidentales, para proteger sus intereses, no difunden el antisemitismo pero sí comparten con él tres rasgos muy peligrosos: la idea de que Israel es un obstáculo para la paz mundial (en su oposición al desfavorable acuerdo con Irán), la idea de que es el único responsable por el fracaso de la paz con los palestinos (cuando ellos también lo son), y la idea de que la paz con los palestinos estabilizará todo Oriente Medio (cuando los conflictos de Oriente Medio apenas tienen que ver con el conflicto palestino-israelí).
El antisemitismo, como lo ha probado la historia, empieza con los judíos y termina con el mundo. El problema no es el exterminio físico de los judíos - los herejes e indígenas compartieron el mismo destino en la Inquisición, y millones de no judíos murieron en la Segunda Guerra Mundial - sino la necesidad política de movilizar a las masas humanas con el antijudaísmo en guerras que ellas no eligen.
Hay un «culpable» de los problemas del mundo, y este culpable siempre es una minoría indefensa o débil - el judío siempre reunió las mejores condiciones en la historia para cumplir ese rol expiatorio -, las masas se distraen con este culpable, aplauden su linchamiento (simbólico y real), y - simultáneamente - se incorporan a campañas masivas de guerra que no eligieron.
La salvación de las minorías oprimidas, como la judía, viene por el lado de la política universalista e igualitaria, hoy en día extinguida. La posesión de un Estado no salvó al pueblo judío de su posición de minoría débil, y un Estado en el mundo no puede existir de manera aislada, por lo tanto no hay solución estatal a la vulnerabilidad judía. Menos aún cuando apela a soluciones estatales ilegítimas, así sean para preservar su seguridad.
Sin embargo, una urgente posición progresista o liberal sólo se sostiene si se combate el neofascismo y el nuevo antisemitismo (antisionismo) en sus expresiones en Oriente Medio y en Occidente, si se apoya la solución de dos Estados para Israel y Palestina, y si se empieza a entender al mundo por fuera de los intereses geopolíticos y su cinismo.
Esto como iniciativa «mínima». La «máxima» es imaginar nuevamente un mundo más allá de la guerra, la codicia, el fanatismo y la competencia a muerte por la sobrevivencia.