El acuerdo nuclear entre el Grupo 5+1 e Irán abre una nueva era en las relaciones internacionales de EE UU tanto en Oriente Medio como en todo el espacio musulmán.
El centro del acuerdo es energético y en él ambas partes obtuvieron lo que se proponían. Irán tendrá acceso abierto y formalizado hacia lo que de hecho ya tenía: la energía nuclear, y EE.UU más las demás potencias, limitan el acceso de Teherán a la bomba nuclear por un plazo de 10 años.
El acuerdo es muy político. Se trata de un contrato revocable, es decir, a prueba.
Aunque aparece como tripartita el acuerdo es dual: sólo entre EE.UU e Irán. Los restantes países del Grupo 5+1 jugaron más bien el rol de observadores y ratificadores.
Interesante fue la neutralización de Rusia. Algo debe haber obtenido Putin a cambio de su silencio. El mandatario ruso no otorga nada gratis.
El acuerdo - quizás esto es lo más importante - no termina en sí mismo. En gran medida llevará a otros de tipo no-nuclear, precisamente los que estaban bloqueados por ese tema. Sin la visibilidad de esos post-acuerdos, el nuclear no sólo no habría tenido sentido sino, además, nunca habría sido posible.
Desde el punto de vista norteamericano el pacto se ajusta plenamente a la ya estatuida «Doctrina Obama» a la que también se podría denominar «doctrina de construcción hegemónica». La diferencia entre la Doctrina Obama y las que prevalecían en el pasado reciente reside en que la primera, sin renunciar a los enfrentamientos militares cuando estos son ineludibles, apunta hacia otras direcciones
La primera dirección busca la obtención de soluciones mediante la integración de diversas naciones es decir, se trata de una renuncia explícita al bi-lateralismo de corte kissengeriano para en su lugar adoptar un multitaleralismo que lleva el inconfundible sello de Obama. La segunda, privilegia los medios diplomáticos por sobre las presiones militares. La tercera busca entendimientos con «naciones llaves», esto es, con las que abren puertas hacia espacios regionales. En ese sentido, pero sólo en ese, el pacto Rohani-Obama es comparable al acuerdo con Cuba. En ambos casos, ambos abren otras puertas.
El tratado nuclear conducirá a nuevos contactos comerciales, eso es evidente. Irán, aún más que India o Brasil, es uno de los países que está más cerca del punto que lleva desde una «nación umbral» a una potencia económica regional. Para lograr ese despegue los ayatolás necesitan de la cooperación tecnológica norteamericana, muy superior en su sofisticación a la que puede ofrecer Rusia o China. EE.UU tendrá a su vez un más fácil acceso a las materias primas y al petróleo que no sólo ofrece Irán sino, sobre todo, Irak. Ese punto obliga precisamente a pensar en la dimensión militar del acuerdo.
Despejada la problemática nuclear que separaba a Irán de EE.UU, Teherán puede llegar a convertirse - si es que ya no lo es - en el mejor aliado militar de EE.UU en la guerra en contra de los terroristas del Estado Islámico (EI). Por una parte, Irán, por razones de seguridad nacional, necesita expulsar lo más pronto posible al EI de los territorios de Irak. Con ello será evitada una nueva y catastrófica intervención directa de EE.UU en el territorio iraquí. Por otra, las compatibilidades religiosas, culturales y políticas entre Irán e Irak son muchas. En ese sentido Irán puede jugar el mismo rol pacificador en Irak que el que jugó China con respecto a las naciones del sudeste asiático durante la época de Kissinger.
Todo hace predecir que a partir del acuerdo nuclear entre EE.UU e Irán aparecerán nuevas constelaciones geoestratégicas. Por ejemplo, EE.UU se encontrará en mejores condiciones para liberarse de los chantajes de Arabia Saudita, sin duda su mejor socio comercial en la región, pero a la vez, y ese es un secreto a voces, el mejor proveedor de los ejércitos del EI cuyos contingentes pertenecen predominantemente a la confesión sunita.
Si la alianza militar con Irán prospera a mediano plazo, Turquía y Egipto dejarán de ser los únicos socios militares de EE.UU y de Europa en la región.
Después de Arabia Saudita el enemigo más declarado del acuerdo nuclear es Israel. Pero esto puede ser sólo una apariencia. Es evidente que Netanyahu no puede contrariar al electorado que lo llevó al gobierno, muy radicalizado por el terror - agitado por el mismo Bibi - ante un eventual ataque nuclear proveniente desde Irán.
Sin embargo, un mínimo de inteligencia política deberá hacer pensar a Netanyahu que, con acuerdo o sin acuerdo, Irán ya avanzaba en el terreno nuclear apoyado por Rusia y potencialmente por China. Por el contrario, bajo el directo control de EE.UU, el acceso a la bomba nuclear será mucho más difícil de lograr, sin considerar la enorme cantidad de beneficios que Teherán perdería si aventura sus pasos en esa dirección. En cualquier caso, un ambiente de hipertensiones como el propiciado por Bibi era el más favorable para empujar a Irán hacia el armamento atómico.
Por el contrario, un Irán cooperante con EE.UU lleva automáticamente a la neutralización de Hezbolá en Líbano cuya directriz sigue las orientaciones que provienen de las autoridades del chiísmo iraní, hecho que sólo puede convenir a Israel. En fin, si razones de poder político interno no lo impiden, la clase política israelí entenderá que bajo las condiciones previstas en el acuerdo, Israel estará más protegido de una amenaza nuclear que si ese pacto no existiera.
Definitivamente se trata de un acuerdo que contiene perspectivas promisorias para la región y para la paz mundial. No obstante, esas perspectivas no aseguran su definitivo éxito. En Irán, Rohani es acechado por fracciones islámicas fundamentalistas y las fuerzas anti-occidentalistas que ayer apoyaron al siniestro Ahmadinejah no desaparecieron del todo. Y en EE.UU nadie sabe lo que puede suceder en las próximas elecciones presidenciales.
En otras palabras, hay que calcular, por lo menos en parte, con los avatares de esa inevitable locura humana, la misma que no pocas veces logró imponerse por sobre todos los criterios que provienen de la lógica y de la razón.