Reuvén Rivlin, presidente de Israel, se asombró de los sangrientos ataques y campañas de odio en contra de palestinos y agrupaciones de gays. En una manifestación de protesta por tales crímenes reveló: «Me horroricé de la fuerza del odio. Me avergoncé al ver que en nuestro pueblo hay quienes no dudan en encender fuego y llamaradas sobre la carne de un bebé con el objetivo de potenciar la abominación y el espanto».
Posteriormente Rivlin pasó a detallar sus propuestas operativas para dar fin a estos problemáticos síntomas. «Para apagar estas llamaradas de aberración tenemos la obligación de ser mucho más enérgicos. Debemos ser claros y estrictos. Comenzando por el sistema educativo, pasando por las instituciones que garantizan el cumplimiento de la ley, hasta llegar a la conducción del pueblo y el Estado».
Hacia el final, el ciudadano número uno de Israel expone sus serios temores especulando sobre el futuro: «Debemos sofocar este fuego, esta instigación, antes que nos pase por encima» [1].
Sin duda, el más alto funcionario israelí se merece el mayor respeto por la valentía de confesar su asombro ante una triste realidad, y lo que es más importante, exponer claramente el aciago destino que esta realidad depara al pueblo judío. No por ello se debe dejar de señalar el alto grado de credulidad que se refleja en las medidas que propone hacia un eventual cambio de rumbo.
Tanto Rivlin como muchos judíos honestos y fieles a los valores tradicionales del judaísmo viven bajo un sueño idílico: en la sociedad israelí es posible la convivencia pacífica y tolerancia con y hacia el distinto. La criminalidad y vandalismo son obra de unos pocos extremistas que hay que doblegar. Desgraciadamente, la realidad es mucho más conflictiva y estos crédulos sólo fantasean con un olmo que podría dar peras.
Hoy se debe reconocer, lamentablemente, que el histórico pueblo judío humanista desapareció. Lo mataron. Lo que hoy se denomina pueblo judío, bajo la conducción del liderazgo israelí, es un marco totalmente diferente que con el tiempo adoptó valores extraños de aquellos que caracterizaron a sus antepasados. No en vano Yael Gilat «está de duelo por su sociedad» [2].
La apabullante supremacía militar, el incondicional apoyo estratégico estadounidense - gracias a la intervención de poderosos judíos ciudadanos de ese país - y la identificación robótica de direcciones judías de la diáspora con los gobiernos israelíes, se convirtieron en un alucinógeno político para la sociedad judía israelí. Este tranquilizante permitió a la gran mayoría de esa sociedad convencerse de su excepcionalidad que la autoriza a discriminar al «otro» y el derecho divino de apropiarse de territorios palestinos. Los pacifistas y transigentes pasaron a ser una minoría de «bichos raros».
Nadie como Netanyahu tiene claro ese subconsciente de esa mayoría judía. Justamente esa viveza es la que sobresale en sus campañas electorales y la que le permitió triunfar en su mayoría. En ese contexto no se puede dejar de señalar su activismo proselitista que de alguna manera fue trasfondo del asesinato de Rabin por su firma a los Acuerdos de Oslo, el alto contenido racista de su consigna electoral de 1996 «Netanyahu es bueno para los judíos» y, por supuesto, su aberrante llamado el día de las últimas elecciones «El gobierno de la derecha está en peligro. Una muchedumbre de árabes invade las urnas traídos por la izquierda». Es de suponer que en el próximo llamado a elecciones, después que amaine el presente temporal, tanto Bibi o quien lo reemplace dentro de su cofradía, nuevamente recurra a campañas proselitistas basadas en consignas discriminatorias, única vía para obtener mayoría en el Israel de estos días.
La experiencia de los últimos años demuestra que todo político que intentó inclinarse por programas medianamente transigentes respecto del conflicto con los palestinos, inclusive aquellos de renombrada trayectoria política en marcos de derecha, terminaron confinados al destierro político, a ser parte de una eterna oposición o, en el peor de los casos, adornos políticos en gobiernos de derecha.
En la manifestación de protesta con la participación del presidente Rivlin se movilizaron unos miles de ciudadanos israelíes. No es para entusiasmarse. Todo ese público no llega ni a la mitad de una tribuna del equipo de futbol Beitar Jerusalén. Esos aficionados, conducidos por una indomable barra brava denominada «La Familia», hasta el día de hoy no permiten la inclusión de jugadores árabes ciudadanos de Israel. Como se trata del equipo identificado con el Likud, las autoridades oficiales prefieren la impunidad por pavor y cobardía de perder sus posiciones antes de actuar en contra de estos aberrantes actos de discriminación racial.
Medio siglo de un problemático romance entre el ejército y los servicios de seguridad con colonos judíos en Cisjordania cimentaron una realidad que no tiene retroceso. Los guantes de seda con que los servicios de seguridad tratan a estos delincuentes judíos se han convertido en una norma. Las detenciones administrativas son apenas una cortina de humo momentánea.
Cuando la delincuencia de «ratear tierras de otros» no sólo está permitida, sino protegida y fomentada desde los más altos estratos gubernamentales como un heroico acto de alto patriotismo, nadie se debe sorprender si sobre ciertos sectores judíos extremistas «ratear la vida de otros» también encaja en la misma categoría.
Tolerancia cero a terroristas judíos en boca de ministros del actual gobierno suena a promesa hueca, al igual que la hipócrita disculpa de Netanyahu ante el soldado etíope Damas Pakada, que fue brutalmente apaleado sin razón por policías desenfrenados. Por supuesto, los policías se liberaron del caso sin juicio penal y con una pena administrativa irrisoria.
Bibi y sus socios son los responsables principales de la desaparición del judaísmo tradicional humanista. David Grossman se pregunta «¿Será posible suponer que el horror de la quema de un bebé puede llevar al liderazgo de la derecha a recapacitar?» El renombrado escritor israelí está convencido que es improbable. En el mismo artículo da su respuesta: «En un futuro próximo, difícilmente podremos ser testigos del retorno de la sensatez» [3].
Sería un disparate suponer que Netanyahu y sus colegas estén dispuestos a nadar contra la corriente y poner en peligro la continuidad de sus mandatos. El judaísmo persistirá en su camino al abismo en tanto los Rivlin de turno continuarán asombrándose, aunque sin alejarse de la enigmática credulidad de sus discursos que prometen drásticos e inmediatos cambios.
Probablemente sea necesario una debacle histórica para poder restaurar esos valores tradicionales que se perdieron y tanto hacen falta.
Ojalá me equivoque...
[1] «Rivlin en la Plaza Sión»; Ynet; 1.8.15.
[2] Facebook Yael Gilat; 2.8.15.
[3] «¿La derecha recapacitará finalmente?»; David Grossman; Haaretz; 2.8.15.