Mathew Paul Miller nació en Pensilvania hace 36 años. Incursionó en la música y la actuación y encontró en el judaísmo, su religión de origen, una manera diferente y única de expresión artística cuando se vinculó con la línea ortodoxa judía de Jabad Lubavitch, haciendo de su música una exitosa mezcla de hip-hop, reggae y cantares judíos, menizado por los atavíos propios de la ortodoxia.
Miller, conocido en el mundo artístico como Matisyahu, se convirtió en un gran éxito musical seguido por fans de todas las etnias.
Como uno de los mejores de su generación, Matisyahu fue invitado a intervenir en el festival europeo de reggae Rototom Sunsplash en España.
Entonces, sucedió lo increíble: los organizadores del festival, presionados por ONGs que promueven el boicot a Israel, exigieron a Matisyahu, judío norteamericano, emitir una declaración política en apoyo a Palestina.
Esta imposición le fue hecha únicamente a Matisyahu. Su «crimen”»: ser judío. Al negarse a hacerlo, su presentación en el festival fue cancelada.
Hace 500 años en la misma España a los judíos se les exigió adoptar el cristianismo, morir o irse. Aquellos que por simple supervivencia aceptaron hacia afuera la fe cristiana y continuaron practicando su judaísmo en secreto, si se les descubría, eran conducidos a los autos de fe de la Santa Inquisición cargando el San Benito en degradantes procesiones públicas antes de ser incinerados en la hoguera.
Lo ocurrido con Matisyahu, singularizado por ser judío y obligado a hacer una «declaración de fe», no difiere mucho en la intención de los inquisidores de antaño.
Fue tal el rechazo a esta actitud por parte del festival, que la prensa calificó este hecho como «discriminación inaceptable».
Recientemente España ofreció la nacionalidad española a los descendientes de los judíos «injustamente expulsados» en 1492.
Tras este acto de contrición, no estaría de más un pronunciamiento sobre lo que es un inaceptable acto de antisemitismo cometido en tierras ibéricas en pleno siglo XXI.
El movimiento de boicot a Israel, conocido por su sigla BDS, quedó desenmascarado como lo que verdaderamente representa: un movimiento antisemita que lejos de luchar por el bienestar y los derechos del pueblo palestino, se dedica a promover el odio a los judíos y al Estado judío.
A los organizadores de festival, en el ojo del huracán, y a los promotores de BDS les salió el «mortero por la culata».