Lo que estoy por escribir no me será fácil. Solía ser una de esas personas que discrepaba con definir los problemas de Israel como apartheid. Era uno de esos de los que se podía contar para discutir que mientras las políticas de ocupación y asentamiento del Estado judío eran antidemocráticas y brutales, y en pequeñas dosis suicidas, la palabra apartheid no era aplicable.
Ya no soy más uno de ellos. No después de estas últimas semanas.
No después de que terroristas judíos atentaron contra un hogar palestino de Cisjordania, aniquilaron una familia, asesinaron a un bebé de 18 meses y a su padre, quemaron más del 90% del cuerpo de su madre y de su hermano para que, luego de condenar el hecho, el Gobierno israelí argumente que a dicha familia no le corresponde recibir el mismo respaldo económico y la compensación automática dada a las víctimas israelíes de terrorismo, colonos incluidos.
No puedo soportar más; no después de que la ministro de Justicia israelí, Ayelet Shaked, declarara explícitamente que tirar piedras es terrorismo y promueva una ley que condena a esos «terroristas» con hasta 20 años de cárcel.
Shaked no especificó que su oroyecto de ley sólo hacía referencia a «terroristas» palestinos. Estaba sobreentendido.
Sólo una semana después de aprobar la norma, judíos pro-colonos arrojaron piedras, muebles y botellas llenas de orina a soldados israelíes y a la policía en el asentamiento de Bet El. No hubieron detenidos, pero en respuesta Netanyahu inmediatamente recompensó a los «terroristas» judíos con una garantía de construir allí mismo 300 nuevas viviendas.
Esto es lo que sucedió con el Estado de derecho hebreo después de casi 50 años de conquista de territorios. Dos códigos penales diferentes: uno para nosotros, otro para ellos. Apartheid.
Somos lo que creamos. Somos lo que hacemos y las heridas que producimos de mil maneras a millones de personas. Somos lo que ignoramos. Somos lo que nuestro Israel se convirtió: Apartheid.
Hubo un tiempo en el que yo marcaba una diferencia entre las políticas de Netanyahu y este país al que amé tanto. No más. Cada día nos despertamos para presenciar otra barbaridad.
Solía ser una persona que quería creer que había límites morales y democráticos - o, si eso fallaba, restricciones pragmáticas - a qué tan bajo podía caer un primer ministro, o qué tan lejos iba llegar para apoyar a los defensores del apartheid, para reafirmar su poder.
Ya no más. No después de Danny Danón. No cuando un primer ministro, que nos representa a todos, a todo Israel en Naciones Unidas, elige como embajador a un hombre que propuso una ley para anexar Cisjordania, creando cantones para palestinos que vivirán allí como apátridas, privados de derechos civiles básicos.
El hombre que nos representará a todos en la ONU, el que le hablará al Tercer Mundo en nuestro nombre, es el mismo que llamó a africanos buscadores de asilo en Israel «una plaga nacional».
Este señor que nos representará a todos en la ONU es el mismo político que propuso una ley que impide a las ONGs de izquierda, que se oponen a instituir la ocupación, recibir donaciones para prestar ayuda a ciudadanos palestinos necesitados, mientras que, al mismo tiempo, le da al Gobierno luz verde para continuar apoyando a ONGs de ultraderecha de las cuales se sospecha que usan sus fondos para apoyar la violencia de judíos pro-colonos.
¿Qué es apartheid en términos israelíes?
Apartheid es el clero fundamentalista judío encabezando la profundización de la segregación, la xenofobia, la desigualdad, la supremacía y la subyugación.
Apartheid es cuando un diputado del Likud, ex ministro y ex jefe del Shin Bet, Avi Dichter llama a construir calles separadas y carreteras diferentes para judíos y árabes en Cisjordania.
Apartheid es cuando se llevan a cabo cientos de ataques de colonos para destruir propiedades palestinas o cristianas sin que los culpables sean arrestados, investigados, juzgados y condenados por terrorismo.
Apartheid son cientos de palestinos encarcelados sin jucio durantes años.
Apartheid son oficiales israelíes utilizando al ejército o a la policía para realizar cortes callejeros y detenciones draconianas administrativas, no sólo para evitar actos de terror, sino también para limitar casi todas las protestas palestinas no violentas en Cisjordania.
A fines de julio, a pesar de los reclamos explícitos de la Asociación Médica de Israel y de grupos de Derechos Humanos, el Parlamento israelí aprobó una ley propuesta por el Gobierno que permite alimentar por fuerza a prisioneros en huelga de hambre, aunque éstos se nieguen, si sus vidas corren peligro.
El ministro de Seguridad Interior de Netanyahu, Gilad Erdán, quien presionó para la promulgación de la ley, definió las huelgas de hambre por parte de palestinos presos durante meses sin cargo o juicio como «un nuevo tipo de ataque terrorista suicida que amenaza la seguridad del Estado de Israel».
Sólo bajo un sistema retorcido como el apartheid, un gobierno necesita definir y tratar a la no violencia como terrorismo.
Hace varias décadas, durante el apartheid en Sudáfrica, los judíos que amaban a su país y odiaban las políticas separatistas tomaban posiciones valientes al defender con no violencia un régimen de racismo y negación de los Derechos Humanos.
Ojalá en Israel nos despertemos y podamos seguir su ejemplo.