Las migraciones que avanzan hacia Europa constituyen el más grande movimiento demográfico vivido por el continente desde la Segunda Guerra Mundial. Las consecuencias no son divisables. Mucho menos puede saberse cuando cesará.
¿Serán detenidos los inmigrantes por el brutal invierno que se avecina? La opinión de quienes están confrontados con el problema es que recién estamos presenciando el comienzo de una catástrofe humanitaria de inmensas proporciones.
Los cientos de víctimas que cobra la fuga masiva hacia Europa conmueve a algunos corazones. Las setenta personas ahogadas en un camión, en Austria, provocaron sentimientos de horror. El cadáver de un niño muerto en una playa turca ha hecho derramar lágrimas a los propios reporteros. Desgraciadamente las imágenes seguirán repitiéndose. Pronto nos acostumbraremos a ellas y las seguiremos con el mismo interés que prestamos a las estadísticas de accidentes del tráfico. Siempre ha sido así.
Existe un clamor generalizado hacia los gobiernos europeos para que encuentren pronto una solución. Pero no hay gobierno que esté en condiciones de solucionar nada. Por el momento, hay que aceptarlo, no hay ninguna solución. La alternativa que resta es mitigar daños y aprender a convivir con el problema del modo más civilizado posible. Eso por cierto no puede hacerlo ningún gobierno por separado. Lo que se impone, mucho más que antes, es enfrentar el problema de las migraciones del modo más unitario y solidario posible. Solidario, no sólo con los fugitivos sino también con los países que por el momento reciben las mayores cuotas migratorias.
Muchos de los inmigrantes quieren ir a Alemania; y tienen razón. Junto con Austria y Holanda, Alemania ha mostrado una notable disposición, cuenta con reservas democráticas y, por si fuera poco, existe allí una cierta demanda de fuerza de trabajo. Pero la oleada ya comienza a sobrepasar las propias capacidades alemanas.
El tema de la distribución equitativa sólo puede ser regulado de modo supra-nacional. La Unión Europea (UE) está llamada a constituirse en el principal actor. Ha llegado el momento en el cual deberá demostrar que no sólo es un banco destinado a mantener la estabilidad del Euro, sino un organismo político de dimensiones internacionales.
Los países receptores deberán establecer, inevitablemente, prioridades. No todos quienes buscan refugio tienen los mismos problemas. No es comparable la situación de los que vienen de Afganistán y Siria con los que vienen de la región balcánica. Estos últimos configuran flujos normales de desplazamiento de fuerza de trabajo entre países europeos. Situación que deberá ser normalizada con la pronta y ya anunciada inclusión de esos países en la zona del Euro.
En cambio los que vienen de Oriente Medio huyen de una guerra. Pero no de una guerra cualquiera. Vienen de una en la cual la mayoría de los países europeos está participando, real o formalmente. Vienen, para decirlo en breve, de la guerra declarada por una gran coalición internacional en contra de los ejércitos del Estado Islámico (EI) cuyos centros principales de operaciones son por el momento Afganistán, Libia, Irak y, sobre todo, Siria.
La mayoría de los ciudadanos europeos no entienden por qué de pronto llegan tantos refugiados procedentes de zonas islámicas. Muchos piensan que son invasiones de bárbaros hambrientos atraídos por las riquezas de Europa. Si así lo entienden, se puede tener cierta comprensión por quienes demuestran malestar frente a las migraciones masivas. Hay un enorme superávit de desinformación y en ese aspecto todos los gobiernos europeos son cómplices.
La guerra en contra del EI está siendo librada en dos frentes. Al interior de los países europeos (lucha contra el terrorismo) y al exterior, en diversas zonas de Oriente Medio. En ese último espacio EE.UU, más el apoyo de algunos gobiernos de la región, asumen las tareas militares. Se esperaba que Europa, a cambio de su mínima participación militar, debería hacerse cargo de las tareas no militares. Y bien, a esas tareas pertenecen la recepción y protección de los refugiados de guerra.
La aceptación de refugiados desde Oriente Medio no es por lo tanto una obra de caridad estatal sino parte de las obligaciones contraídas entre naciones aliadas en el marco de una guerra. En el fondo, se trata de la reproducción de la misma situación producida durante la Segunda Guerra Mundial. No todos los países aliados participaron militarmente en contra de la Alemania nazi pero la gran mayoría colaboró en gastos colaterales, entre otros, recibiendo a grandes masas de inmigrantes. Hoy la situación vuelve a repetirse, pero hay una diferencia:
La diferencia es que en la actual guerra - sino mundial, por lo menos internacional - los gobiernos no se atreven a pronunciar la palabra «guerra». La razón parece ser una sola: no hay nada en Europa que espante más electores que la palabra «guerra». Por lo mismo, los gobiernos prefieren mantener a sus electores en la ignorancia, presentar a las migraciones como un fenómeno ocasional en tiempos de paz y hacer inútiles llamados a practicar la compasión y el amor al prójimo.
El problema es que, bajo el manto de la ignorancia inducida, crecen y crecen los movimientos neo-fascistas los cuales, a diferencia de los gobiernos, sí entregan una explicación, tan falsa como fácil, pero explicación al fin: los extranjeros para ellos son simples bandas de musulmanes que vienen a quitarnos «nuestra cultura, nuestra religión y nuestros puestos de trabajo».
Más incomprensible resulta la incapacidad de los gobiernos europeos para presentar crudamente la verdad de los hechos si tomamos en cuenta que algunos de ellos, en primer lugar Reino Unido, colaboraron con EE.UU en la aventura de George W. Bush destinada a destruir Irak sin ofrecer ninguna alternativa de reemplazo.
Obama, obligado por la protesta mundial a retirar las tropas norteamericanas de Afganistán e Irak, dejó detrás de sí un vacío que supuestamente iba a ser llenado con la asistencia política y económica europea. Eso, por cierto, no ocurrió. El vacío - no podía ser de otra manera - fue ocupado por las más siniestras organizaciones terroristas provenientes de todos los rincones del mundo islámico.|
Fue Irak, no Siria, la cuna del EI. Hoy el EI mantiene ocupada gran parte de Siria. ¿Puede sorprender que más de la mitad de los refugiados provengan de Siria?
La tragedia de Siria comenzó en Irak y la tragedia de Irak comenzó con la intervención angloamericana en ese país. No obstante, el gobierno Cameron, en una de las demostraciones más oportunistas conocidas en la historia reciente, ha declarado abiertamente no estar dispuesto a recibir más refugiados, delegando esa tarea a otros estados, justamente a los que se opusieron a la locura bushista en Irak. ¡Qué lejos se divisan los tiempos de Winston Churchill!
Europa está enfrentada a una gran catástrofe demográfica, social y política. Esa catástrofe no es un fenómeno de la naturaleza como tampoco lo fue el nazismo al que tantos gobiernos europeos minimizaron antes de que mostrara su rostro verdadero. La utopía de una Europa sin enemigos está muy lejos de haberse cumplido.
Hoy avanzan hacia Europa multitudes de familias huyendo de una guerra provocada por los enemigos militares de Europa en Oriente Medio. En su mayoría son familias sirias. Si Europa continúa practicando la misma política internacional, los próximos miles de inmigrantes no vendrán desde Oriente Medio. Vendrán desde Ucrania. Putin debe estar soñando con esa posibilidad.