Netanyahu fracasó en su declarado intento de sabotear la firma y posteriormente la ratificación del acuerdo de las potencias del mundo con Irán. Este visible tropiezo del «Rey Bibi» originó una inmediata competencia destinada a coronar al analista político que más lo desacredite.
A decir verdad, no sólo la apariencia de su accionar hasta la confirmación de su derrota lo justifica, el empecinamiento del premier israelí de insistir en sus ataques contra el presidente de EE.UU reforzó las demoledoras críticas a su especial modus operandi.
Pese a que la mayoría de expertos y analistas, ya de tiempo atrás, estimaron que el acuerdo de Viena es un hecho consumado sin retorno, desde la oficina del primer ministro israelí se escuchaba repetidamente el argumento «hay un solo factor que puede evitar la existencia de un acuerdo malo y ese es el Congreso estadounidense» [1].
El énfasis de las recriminaciones se centró en las inconcebibles contradicciones de una táctica confusa y totalmente inapropiada para un líder considerado un experimentado baquiano en los tortuosos senderos de la política del país del norte. Cada uno de estos politólogos, a su turno, no dejó de pasar factura de los enormes e irreparables daños causados a intereses israelíes.
Para Yossi Verter, «si el resultado final se sabía de antemano, ¿porqué se envió la unidad de destrucción denominada Ron Dramer, embajador israelí en Washington, a convencer a senadores y miembros demócratas del Congreso para que humillen y ultrajen a su presidente? Si Netanyahu fue previamente informado de un final adverso al fin del proceso, ¿realmente tendría que derribar desenfrenadamente las relaciones entre Israel y la Casa Blanca a un bajón sin precedentes?» [2]
El conocido periodista y analista Ben Caspit fue mucho más punzante. «Como estaba previsto, Obama triunfó, pero los daños los podremos saber en el futuro. Mientras tanto se puede calcular los perjuicios que se le causó a la fuerza de disuasión de AIPAC, cuánto desconcierto le ocasionaron a los judíos de EE.UU que se vieron en la necesidad de elegir entre su Estado y su pueblo, cuán profundo sepultamos lo que queda de las relaciones de confianza entre Israel y EE.UU y el tradicional apoyo bipartidario de la estructura política estadounidense para con Israel. Netanyahu nos arrastró a todos juntos a un carromato de gitanos que rechina todo su camino al abismo» [3].
El prestigio profesional junto a la seriedad y lógica de las evaluaciones de esa larga lista de expertos son el respaldo que nos lleva a coincidir fácilmente con sus conclusiones. Sin embargo, de esta manera se estaría cometiendo un grave error al adjudicar torpeza política de un aprendiz a un Bibi que muchos catalogan como el Mandrake de la política norteamericana.
No hay discusión de la veracidad de las evaluaciones respecto a las dañinas consecuencias futuras de las maniobras políticas de Netanyahu en este caso. Lo que suscita duda en algunos es la verdadera motivación del primer ministro de Israel. Sobre esta base vale la pena presentar otra alternativa.
Cada día se hacen más remotas y hoy están prácticamente descartadas las posibilidades militares de desmantelar totalmente el potencial de poderío atómico militar de Irán. Según las últimas declaraciones de Ehud Barak, Bibi lo intentó de hacer por cuenta propia en tres oportunidades durante los últimos años. En todas ellas los proyectos fueron rechazados por la oposición de los jefes del ejército, de organismos de seguridad y algunos ministros. Pese a jactanciosas declaraciones de algunos líderes duros, EE.UU y las potencias europeas difícilmente estén dispuestos a embarcarse en una aventura de este calibre.
El acuerdo de Viena satisface a las potencias por congelar los planes iraníes, mientras que los ayatolás logran una dramática mejora en su posición estratégica solo por el hecho de mantenerse en el umbral de la bomba. Si no se incurre en extralimitaciones exageradas, este equilibrio archiva el problema iraní por un largo tiempo.
Netanyahu tiene muy claro estas perspectivas. Más aun, de mucho mayor importancia para él es el hecho que de inmediato el conflicto con los palestinos y la colonización de Cisjordania se convertirán en una problemática central que ocupará a Obama, en el tiempo que le resta como presidente, como a su sucesor.
Bajo tales circunstancias no sería del todo descabellado suponer que el desesperado intento de Bibi de interferir groseramente en los procesos internos de EE.UU, apoyándose en el inmenso poderío económico y político de los organismos judíos locales, no tenía como propósito directo impedir la ratificación del acuerdo con Irán. Para Netanyau hace tiempo que es una realidad inamovible.
Tal vez sería más prudente suponer que en este caso hubo intenciones escondidas y que se trataba de un ensayo general para chequear el poder y la capacidad de movilización de sus fuerzas para imponer decisiones sobre los estratos oficiales locales. La justificación del oneroso precio pagado estaría en la posibilidad de promocionar un futuro presidente afín a la visión de Netanyahu, o de disuadir cualquier otro que se le ocurra tomar iniciativas inapropiadas para Israel en el frente palestino.
No habría error de evaluación más grande que proyectar una realidad de Oriente Medio basada en una subestimación de la capacidad analítica de Bibi.
[1] «Líderes judíos de EE.UU: Discurso de Netanyahu en el Congreso ayudó a Obama»; Walla; 3.9.15.«
[2] «Profundo en la tierra»; Yossi Verter; Haretz; 4.9.15.
[3] «Un fracaso en dos actos»; Ben Caspit; Maariv; 6.9.15.