Vladimir Putin volvió a patear el tablero. La narrativa más repetida en estas horas es que esta ofensiva militar sobre Siria revela una disidencia con la Casa Blanca sobre el destino del maltrecho país árabe. O, más preciso, sobre la preservación de la dictadura de Bashar al-Assad.
Es probable que así sea, pero ese desencuentro apenas explica lo que está sucediendo.
En la fragua de estos movimientos no existe como factor central la rivalidad ruso norteamericana. EE.UU es una potencia global y Rusia, más pequeña en términos económicos que Brasil, lo es a nivel regional aunque tenga arsenales nucleares y ambicione otros cielos.
Si se alza la mirada, lo que en verdad debería observarse es un realineamiento en el mapa de la región donde lo que realmente opera como madera seca en el fuego es la guerra fría que libran sauditas y persas. Si esa confrontación avanza a una fase caliente, un riesgo que ahora es más alto, la humanidad puede estar hoy a las puertas de una tragedia colosal. Siria es el escenario por ahora de esa confrontación.
La noticia es que desde esta semana el Kremlin bombardea a los grupos terroristas en Siria, y que Teherán se ha sumado a esa ofensiva con tropas de tierra, en una sociedad que incluye lo que queda del gobierno de Assad e Irak.
Esos dos pasos, la acción rusa, pero particularmente el despliegue por ahora moderado pero creciente de tropas iraníes, implican una trasformación extraordinaria del cuadro que se tenia hace apenas horas. En términos sencillos significa que Moscú ha tomado la iniciativa para intentar resolver con más fuego el drama de esa guerra que lleva ya más de cuatro años con el saldo de 250 mil muertos y millones de desplazados.
Así, de tener éxito, Putin se convertiría en el factor que modifique las razones que generan el dramático aluvión de refugiados que golpea las puertas de Europa.
El remedio puede ser peor que la enfermedad. Pero aún así, es en esos extremos de determinación que el dueño del Kremlin busca herir el prestigio de Barack Obama que no tiene posibilidades de emular un movimiento semejante y con impronta definitiva.
En una mirada exagerada el mandatario ruso pretende hacer hoy con oportunismo lo que Bill Clinton, por cierto sin autorización de la ONU, hizo con los bombarderos de la OTAN en la ex Yugoslavia en 1999. Esos 80 días de lluvia de hierro, buscaron desactivar la limpieza étnica impulsada por el dictador Slobodan Milosevic y que amontonaba, también entonces, desesperados en las puertas de Europa.
Esta acción militar directa de Moscú y la creciente internacionalización de la crisis, fueron cuestionadas por Occidente que sospecha una trampa adicional en la estrategia moscovita. Pero todo ha sido poco y vacuo.
Francia alzó su voz escandalizada porque se estaban destruyendo estacionamientos de rebeldes pro-occidentales, o de otras estructuras combatientes ultraislámicas enemigas del Estado Islámico (EI), factor de todo este desastre.
Lo que queda claro de la operación moscovita es que fue diseñada con criterio indiscriminado. Rusia y sus aliados parecen decididos a arrasar todo en ese espacio, sin distinguir a unos y otros y luego alambrar políticamente al país árabe para decidir quien seguirá a cargo, seguramente no el descendiente de la dinastía Al Assad como se indica más adelante.
Desde el jueves los aviones rusos que parten de la antigua base del Kremlin en Tartus, en el este sirio, modernizada a la luz del mundo en los últimos meses, han hecho blanco neto también sobre estructuras de la banda terrorista. Primero en Al Shedadi y el viernes en Raqqa, la capital siria del califato, la segunda ciudad en importancia de esa organización después de la «capital» Mosul, en Irak.
No seria aventurado esperar que la misión en Siria continuará más temprano que tarde en ese otro país. Es una posibilidad que surge del pacto que une en esta instancia a esas cuatro naciones, las dos árabes bajo la tutela religiosa de Irán, y Rusia con sus espaldas militares dispuestas.
Esta evolución de la situación desbordó a EE.UU Los voceros gubernamentales dijeron a coro que los bombardeos sólo agravarán la crisis, y el Pentágono balbuceo que se trataba de acciones no profesionales (!).
No debería perderse de vista que los intereses de Moscú no son tan divergentes de los de las potencias occidentales aunque parezca lo contrario. El EI, además, esta poblado de rusos - posiblemente esa sea la segunda lengua dentro de la banda terrorista - y es un enemigo existencial para el Kremlin. En ese sentido, anular la crisis en Siria es un beneficio común. Pero, la cuestión es quien planta la bandera y atesora las ventajas que implica hacerlo.
Otro dato de este armado es que el Kremlin acaba de reconciliarse en cierta medida con la Casa Blanca por el rol central de Putin en las negociaciones de Viena que cancelaron el programa nuclear iraní, un objetivo estratégico central en la agenda de Obama. El presidente norteamericano se lo agradecido públicamente a mitad de año y ahora en su discurso en la Asamblea de la ONU.
Ese pacto entre el Grupo 5+1 e Irán ha cambiado completamente el mapa geopolítico de la región y del mundo. Acercó a la teocracia persa con EE.UU iniciando el camino del des-aislamiento. Pero, también, enervó a Arabia Saudita y a Israel porque restaura a niveles imprevisibles a un jugador cuestionado que se convertirá en un contrapeso entre las potencias regionales.
El nivel de esa tensión se hace más evidente en episodios graves como la reciente intercepción por buques de la armada de Riad de un barco iraní acusado de transportar armas a Yemen. Eso es una acción de guerra.
Lo que sucede hoy en Siria reconoce sus raíces en aquel trascendente acuerdo. Hay analistas en el mundo árabe que suponen que en Viena no sólo se pactó el congelamiento del plan nuclear iraní, sino también una solución definitiva a la tragedia siria y la reversión del drama de los refugiados. Hay cuatro millones de sirios, volvamos a recordar, que pujan sobre las puertas de Europa para encontrar un sitio donde sobrevivir.
Obama ha endurecido su discurso contra Rusia y la dictadura Siria empujado, además, por un frente interno complicado. La oposición republicana ha llegado a cuestionarle la reunión obvia e inevitable que sostuvo en el marco de la ONU con Putin. El senador y ex candidato presidencial John McCain la calificó de «gesto equivocado e innecesario que acaba por legitimar» al mandatario ruso.
Esos extremos no son los únicos problemas del líder norteamericano. Su lastre principal en la región ha sido la imposibilidad de crear una fuerza moderada que combata a Assad con posibilidades de desplazar el régimen y, al mismo tiempo, suprimir a las milicias yihadistas.
Acaba de renunciar el principal comandante norteamericano a cargo de la guerra contra el EI luego de que otro alto jefe militar admitió ante el Congreso que después de un año y de cientos de millones de dólares de inversiones y asistencia, esa ayuda desapareció y las armas y muchos de los reclutas acabaron en manos de los integristas.
Tampoco Washington pudo crear un gobierno alternativo que pudiera constituirse en un relevo de futuro. Su hombre en la resistencia, el sirio norteamericano Ghassan Hitto, quien operaba como primer ministro de la coalición nacional Siria, la estructura política y militar sostenida por Washington, renunció frustrado y sin destino en 2013.
Semejante escenario complicado es el que ha ido variando el discurso de la Casa Blanca que inicialmente reclamaba la salida inmediata de Assad como condición central de cualquier intervención. Ahora el gobierno en Washington habla de una transición «cuya extensión es parte de profundas discusiones», según reveló «The New York Times».
Ese giro en el discurso explica que el mandatario norteamericano aluda a que Assad no puede ser el líder de la posguerra, aunque nada dice del interregno hasta el fin de las acciones. Es un punto que parece tener mas consenso del que se supone entre todos los jugadores de esta crisis.
El presidente iraní, Hassan Rohani, protector de Siria y del endeble hombre fuerte de Damasco, dijo un par de semanas atrás que primero se debe actuar contra el terrorismo y luego ir por la transición. No aseguró tampoco la permanencia de Assad. Tampoco lo hace Rusia cuyo canciller usa el término transición con la misma resonancia.
Otro dato poco conocido y que refuerza que el destino del hombre fuerte sirio estaría al menos en grave discusión, es que después del acuerdo del G5+1 con Irán, en el mundo árabe comenzó a aparecer muy mencionado el diplomático Farouk al-Shara, que fue canciller y vicepresidente de Siria. Se trata de un hombre leal al régimen, veterano de 75 años, pero que fue purgado de su cargo en 2013 por sus comentarios a un diario libanés reconociendo que no se podía garantizar una victoria sobre la insurgencia.
La reaparición de su nombre se alimenta en que Farouk preserva una imagen no corrupta y tampoco involucrada en el baño de sangre lanzado por la dictadura, aunque jamás ha renegado de su pertenencia al régimen.
No es claro si conformará a los futuros ganadores, si los hay, de esta entente. Lo cierto es que el argumento de que una caída de la dictadura generaría por lo prematura un vacío político que podría aprovechar el extremismo, es una narrativa oportunista.
Aunque el argumento pueda parecer atendible, lo que se esconde o maquilla es la búsqueda de la oportunidad y del poder para designar a quien se haga cargo y en favor de cuáles intereses. En esta más que tibia guerra fría regional esa baraja es una de las más importantes en perspectiva y es otra de las muchas que se juegan justo en el límite del desfiladero.