Los ataques en Israel ponen al presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás, en un lugar difícil. Mientras Netanyahu subrayó su «incitación» como la principal causa del terror árabe, altos funcionarios de seguridad pintan un cuadro más complejo sobre el aumento de los atentados terroristas.
Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) consideran una serie de razones que llevaron a la flamante escalada de violencia desatada el 3 de octubre; razones que no siempre coinciden con las de Netanyahu. El conflicto en torno al sagrado Monte del Templo es sólo una de ellas.
Una generación joven palestina, que no experimentó el terrible costo de la segunda Intifada, alcanzó la mayoría de edad sin la esperanza de un futuro mejor. Casi todos los autores de los ataques de esta semana contra judíos son menores de 20 años de edad.
Se trata de una conglomerado que creció bajo el mando de un Abbás incapaz de conseguir objetivos nacionales, incluyendo la creación de un Estado independiente. Esa es la explicación que aducen los oficiales de las FDI.
Lejos de ordenar la violencia, en su reciente discurso en la ONU Abbás expresó un sentido de desesperación y frustración con Israel, que su público captó. Algunos de los líderes regionales de Al Fatah entendieron su intervención ante la Asamblea General como una mayor libertad en la 'resistencia popular', y consideran que Abu Mazen relajó el control sobre su movimiento, al tiempo que prepara su retiro.
Pero, en realidad, Abbás no desea que esos atentados aumenten. Tan así es que tomó una serie de medidas para asegurarse de que la escalada no alcance puntos incontrolables. Ordenó a las líneas duras de su movimiento y a los medios de comunicación oficiales palestinos a bajar el tono de su retórica y detuvo a elementos violentos en Cisjordania, incluidos manifestantes de Hamás en ciudades palestinas.
Además, Abu Mazen canalizó millones de shekels a universidades de Cisjordania a fin de evitar una huelga que dejaría a cientos de estudiantes en la calle.
Los funcionarios israelíes recordaron que la guerra entre Al Fatah - el partido de Abbás - y Hamás tampoco debe olvidarse en el análisis del actual pico de violencia.
Hamás llama desde hace tiempo a un levantamiento popular en Cisjordania para desafiar la agenda de negociaciones de Abbás y acciones unilaterales internacionales contra Israel. Ese llamado parece estar ganando terreno.
Lo cierto es que tanto dirigentes israelíes como palestinos tienen que sentarse cuanto antes a negociar. Los líderes deben dejar de jugar al cortoplacismo táctico no sólo respecto al otro, sino también en términos de sus respectivas políticas interiores.
Los ciudadanos israelíes tiroteados, atropellados y apuñalados en esta nueva escalada no deben convertirse en otra cifra más que añadir a la larga lista de muertos y heridos que ocasiona este conflicto desde hace más de 100 años en una interminable cadena de acción-reacción en la que todo se reduce a un quién empezó primero y lo máximo que se logra es una tregua a la espera del próximo estallido.
La discusión de si se trata de episodios puntuales, fruto de la irritación, o de una Intifada de cuchillos, es irrelevante frente al derecho de los israelíes a vivir en calma sin ataques a centros comerciales y paradas de autobús y frente a la urgencia de encontrar una solución justa y permanente al conflicto.
La región se halla literalmente incendiada por la guerra con un grado de violencia e inestabilidad nunca vistos en décadas. Y con la aparición de un actor - el Estado Islámico - para quien un nuevo enfrentamiento abierto entre israelíes y palestinos sería una buenísima noticia.
Abbás debe entender que declarar por enterrados los Acuerdos de Oslo no lo exime de controlar a los suyos y sentarse a negociar.
Netanyahu tiene que ser consciente de su responsabilidad en la ausencia de un horizonte negociador y de que es imposible prolongar esta situación sin seguir causando un gravísimo perjuicio a los palestinos y a la propia sociedad israelí.
El tiempo se les agota, y ambos deben actuar.