Según Netanyahu, la actual ola de ataques con armas blancas a judíos por «lobos solitaries» palestinos se debe por completo a la incitación de la Autoridad Palestina (AP) y páginas de Internet islamistas.
Es claro que Bibi espera que los israelíes y el mundo entero crean que la agitación de los palestinos cesaría y aceptarían tranquilamente la ocupación si en Internet estas páginas difundieran fotos de gatitos.
De hecho, son las acciones de Israel las que provocan a los palestinos, empezando por la coacción permanentemente de sus derechos debido a la ocupación. Además de humillar a diario a los palestinos en los puestos de control, los colonos israelíes destruyen sus cultivos y olivares, e incendiaron una vivienda en Cisjordania, en donde tres personas murieron: un bebé de un año y medio y sus padres, mientras que su hermano de cuatro años permanece herido de gravedad.
Si a esto se agregan los frecuentes allanamientos de viviendas que los militares israelíes llevan a cabo a altas horas de la noche en busca de sospechosos de terrorismo, y la incesante expansión de los asentamientos judíos, resulta muy claro que los palestinos no necesitan de difusiones en Internet para justificar su deseperación.
Resulta irónico que sea justamente Bibi quien hable de incitación. ¿Acaso no fue incitación cuando días antes de que Rabin fuera asesinado en 1995 por sus esfuerzos para hacer la paz con los palestinos, éste apareciera en posters representado con el uniforme de las SS nazis mientras Netanyahu pronunciaba un discurso ante una manifestación en la Plaza Sión de Jerusalén, calificando a su Gobierno de «ilegítimo»? ¿No fue una provocación que Bibi durante las últimas elecciones intentara motivar a los electores judíos al avisar que «la izquierda acarreaba en autobuses a gran cantidad de árabes que van como rebaños a votar?
Este mes, una de las declaraciones descaradas e incendiarias de Netanyahu de que Haj Amin al–Husseini - el mufti de Jerusalén - sugirió a Hitler la idea de aniquilar a los judíos de Europa durante la Segunda Guerra Mundial suscitó una ola de ataques mediáticos. Cuando se trata de celo antisemita, los antecedentes de Al Husseini difícilmente necesitan falsos agravantes a menos que evidentemente se quiera presentar a los palestinos como coautores de la Shoá.
Para Bibi, la incitación es un poderoso instrumento político. Alimenta los temores y las decepciones de los israelíes, lo que le permite preservar un status quo, que, al menos en el caso de la AP, beneficia a Israel. Como señaló el mes pasado en una reunión a puertas cerradas del Comité de Exteriores y Seguridad del Parlamento: «Israel debe seguir controlando todo el territorio», y añadió que el país «vivirá siempre por la espada».
Por supuesto, este método no siempre dio buenos resultados; por ejemplo, a pesar de todos sus esfuerzos Netanyahu no pudo bloquear el acuerdo nuclear internacional con Irán. Sin embargo, en lugar de reconsiderar su planteamiento, simplemente lo reorientó, a fin volver a señalar a los palestinos como la principal amenaza para la existencia de Israel.
La Intifada que está empezando a surgir actualmente demuestra el gran peligro que supone este enfoque. Exacerbar el temor y el resentimiento de los israelíes hacia los palestinos no sólo socava las posibilidades de una solución política, también atiza la frustración y la ira de los palestinos hacia los israelíes.
Esa ira ya es intensa, especialmente entre los jóvenes que viven bajo la ocupación. Consideremos las condiciones de vida en Jerusalén Este, el epicentro de la rebelión descentralizada, donde cerca del 77% de los palestinos viven por debajo del umbral de pobreza. No sólo los servicios municipales son deficientes o inexistentes; los palestinos también se enfrentan a la constante presión de grupos mesiánicos judíos empeñados en afirmar el control de Israel.
La paciencia de los jóvenes palestinos, que son la tercera generación que vive bajo la ocupación, se agotó. A pesar de ser una generación mayoritariamente secular, usan el concepto de la yihad (el puñal es un símbolo ostensible del Estado Islámico) para denunciar la sumisión de sus padres, cuestionar la incompetencia de sus dirigentes y, sobre todo, presentar una resistencia a los ocupantes israelíes. Por eso elegieron como íconos de su rebelión los santuarios sagrados del islam en el Monte del Templo en Jerusalén.
Si los gobiernos autoritarios que aplicaban mano de hierro en países como Egipto y Túnez no pudieron evitar que sus pueblos los derrocaran durante la primavera árabe, ¿cómo se puede esperar que una AP debilitada ponga fin a esta rebelión? De hecho, en estos momentos, el presidente de la AP, Mahmud Abbás, está más preocupado por no correr con la suerte de Hosni Mubarak en Egipto, o de Zine el-Abidine Ben Ali en Túnez, que por detener la violencia.
Esta estrategia tendrá graves consecuencias, pues últimamente estuvo ganando terreno entre los israelíes un sentimiento de fervor también peligroso en lo que se refiere al Monte del Templo.
Aunque la Halajá (ley rabínica) prohíbe explícitamente a los judíos subir al Monte del Templo para evitar la profanación del más venerado de sus santuarios antes de la llegada del Mesías, un creciente número de israelíes - desde fanáticos religiosos hasta miembros de la coalición gobernante - ahora están a favor de desafiar esa prohibición. Algunos hasta afirman que los judíos deben no sólo visitar el lugar sagrado sino también construir un templo para fortalecer la soberanía de Israel en ese lugar.
La concentración del actual enfrentamiento en el Monte del Templo le dio un carácter apocalíptico. Es hora de que ambas partes reconozcan cuán peligrosa es la situación.
Al diluir las fronteras entre Israel y los territorios palestinos, los israelíes crearon condiciones para una guerra civil permanente. La solución de dos Estados puede haber dejado de ser atractiva para las partes; pero una solución binacional, al menos en las circunstancias actuales, sería una pesadilla.